Usted está aquí: lunes 9 de enero de 2006 Opinión Cine de autor en televisión

Carlos Bonfil

Cine de autor en televisión

El cine se ve mejor en el cine, esto es indiscutible. O al menos lo era hasta hace poco. Basta revisar las carteleras de los canales culturales en televisión abierta, sin mencionar los canales por cable, y compararlas con lo que propone la cartelera comercial -e inclusive la hasta hace poco tiempo alternativa-, para concluir que si en efecto el cine se ve mejor en el cine, no necesariamente es en el cine donde se ven las mejores películas. El problema tiene que ver, en parte, con los cálculos mercantiles de muchos distribuidores y exhibidores, deseosos de explotar al máximo fórmulas hollywoodenses que incluso en Estados Unidos se han vuelto cada vez más ineficaces. El público estadunidense comienza a desertar las salas de cine y prefiere ver cine en casa; la propuesta y abaratamiento de pantallas técnicamente más perfeccionadas supone para la clase media una opción atractiva frente a la exhibición rutinaria, con su oferta de títulos en apariencia clonados, comedias románticas poco originales, remakes deslucidos y superproducciones pueriles que saturan los espacios de exhibición disponibles. Este desencanto crece también en México, donde proliferan los rastreadores de novedades fílmicas en televisión o en video, comercial o pirata, y donde ya no importa tanto el precio del producto, como lo atractivo o interesante del título encontrado.

Con la creciente consulta de las secciones de cine de arte en los centros de renta de video o en tiendas especializadas, muchos espectadores potenciales aprenden a discernir entre propuestas antes fuera de su alcance o desconocidas y a beneficiarse de la información en los materiales extras en los dvd, o a seguir las trayectorias de cineastas europeos, asiáticos, latinoamericanos y del cine llamado independiente. Incluso la noción muy gastada de cine de autor se perfila como un criterio de selección válido cuando se trata de ver un cine distinto -véase la división por cineastas en los estantes de algún videoclub especializado-, y mejor aún, el gusto creciente por refrendar una experiencia satisfactoria procurándose uno o varios títulos más de un mismo cineasta. De este modo, festivales como el Ficco (Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México) contribuyen a una óptima actualización del panorama fílmico mundial, como también pueden hacerlo los ciclos de cine que proponen la Cineteca, la UNAM, y la televisión cultural.

Esta educación informal del espectador vuelto cinéfilo suple en algo las carencias de una prensa de espectáculos predominantemente informativa, rara vez analítica, en franco rezago ante la rápida evolución de la exhibición alternativa en México. Y si algo positivo tiene esta creciente formación autodidacta es terminar con el paternalismo de lo que hasta hoy se ha conocido como crítica de cine. El crítico, ese privilegiado poseedor del saber fílmico, autoridad incuestionable, a menudo inhibidora, de criterios siempre vagos y formación todavía más azarosa, no es, en ocasiones, otra cosa que un buen cinéfilo desencantado, sin espacios idóneos para expresarse, deseoso de transmitir lo mejor que puede su entusiasmo más reciente, o si no puede resistir la tentación, su fobia predilecta.

El problema para la crítica de cine, como se le concibe comúnmente, es que todo cambia demasiado aprisa: los sistemas de exhibición, la proliferación del video, la consulta por Internet y el gusto juvenil por lenguajes más diversificados y accesibles. Un público de nuevos cinéfilos, buscadores de perlas raras de buen cine, prescindirá cada vez más del paternalismo de la crítica y sus cátedras instantáneas, prefiriendo, de lejos, la democratización de los entusiasmos culturales.

Ese público descubrirá este mes, por ejemplo, que la televisión cultural le depara sorpresas estupendas: el estreno de Dorado carmesí, del iraní Jafar Panahi (El círculo), con guión de Kiarostami, en el ciclo Cinema mundi del canal Once (martes 10), y también, en canal 22 (lunes 9), otra cinta poco vista en México, La anguila, del japonés Shohei Imamura, y Gato negro, gato blanco, de Emir Kusturica (lunes 16). De nuevo, en el Once, en el ciclo Visión nocturna, Veneno, del cineasta independiente Todd Haynes (sábado 14), y en ese mismo ciclo Viva el amor, del taiwanés Tsai Ming-Liang (sábado 21); en Cinema mundi, Una sola entrega, del tailandés Oxide Pang (martes 24), en tanto canal 22 proyectará la cinta más reciente de Ingmar Bergman, Saraband (domingo 29). Una sugerencia: el canal Once debería dejar de proyectar El desprecio, de Jean Luc Godard, pues la versión ya mostrada anteriormente, tal vez la única disponible para televisión, es un fraude monumental. Se trata de una suplantación grotesca: en ella desaparecen la antológica escena inicial con Michel Piccoli y Brigitte Bardot desnuda, también la formidable música de Georges Delerue, misma que se remplaza con una partitura de comedieta, en tanto los diálogos en cuatro idiomas se reducen a un insípido doblaje al italiano. Il disprezzo, imposición mercantil de productores italianos, no guarda relación alguna con la obra maestra de Godard, y no tendría porque figurar en una programación cultural seria. Con esta excepción, la cartelera propuesta es para el cinéfilo una opción estupenda.

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