Turbio año electoral
El banderazo de un nuevo ciclo electoral presidencial y de la parte correspondiente del Congreso ha sido prácticamente dado. Los antecedentes inmediatos de la política mexicana no auguran un año de debate de ideas entre partidos y candidatos ni prometen un impulso a los votantes de reflexión sobre los problemas de México y sus posibles soluciones. Las expectativas sobre los resultados del proceso electoral probablemente sean muy bajas, y acaso tengamos alta proporción de ausentes en las urnas.
La ruta por la que se ha estado enrumbando el país con su proceso particular de democratización electoral es una democracia representativa frágil -semejante a lo ocurrido en otras democracias- en la que, para los votantes, todo se reduce en acudir un día a una urna a depositar un voto, esperando que su decisión tenga algún sentido.
Las reformas políticas han llevado al país a la creación de una clase política que sólo se representa a sí misma, alejada de la vida social y sus votantes. Una clase política que no se siente obligada a exponer a la sociedad su idea del mundo y del futuro ni de dar cuenta de las chácharas de promesas que hacen sus miembros en las épocas en que han de dedicarse al vacío insulso de pelear a muerte por las posiciones políticas y por los puestos y los presupuestos. Un proceso que, se estima, este año costará alrededor de 20 mil millones de pesos. ¿Cuánto podría hacerse por la educación con ese dinero?
Hay un divorcio estructural entre la clase política y la sociedad. Es un hecho que deslegitima a la política, pero los partidos políticos no parecen estar en absoluto preocupados por este hecho.
Parlamentalizar el gobierno con alguna de sus varias modalidades, a efecto de que el gobierno dividido que tendremos no se vuelva desgobierno; hacer efectiva la práctica del referendo, el plebiscito y la iniciativa popular; introducir la posibilidad de la revocación del mandato; incorporar en las leyes la posibilidad de disolver al Congreso y al Ejecutivo; independizar a fondo al Ministerio Público y, sobre todo, hacer todo ello con el propósito de estructurar un gobierno capaz no sólo de luchar de veras contra la pobreza sino contra la desigualdad, daría como fruto una ciudadanía completa y una sociedad con iniciativa, y no a la espera de que un mesías llegue por el bien a todos.
La sociedad -especialmente el vasto conjunto del precarismo- ha vivido en carne propia que los cambios de gobernantes y de partidos no se traducen en bienestar. ¿Qué instituciones y qué políticas pueden emparejar el tan disparejo suelo social que tenemos a la vista? Décadas pasan, crisis económicas estallan y se resuelven, transiciones democráticas ocurren, así como "cambios" de modelo de desarrollo y la pobreza y la desigualdad ahí siguen.
Ni estados omniabarcantes ni economía mixta fuertemente estatizada ni estados escuálidos con economías liberalizadas y desreguladas ni economía cerrada ni economía abierta ni globalización pueden en México con el problema del desarrollo, la pobreza y la desigualdad: ésta es la experiencia histórica sentida por las mayorías. ¿En qué o en quién pueden creer?
En la explanada del Instituto Federal Electoral (IFE), tras su registro por la coalición integrada por los partidos de la Revolución Democrática, del Trabajo y Convergencia, AMLO se comprometió a modificar la política económica, para frenar la migración hacia el vecino del norte. ¿No será el caso que todos los candidatos dirán lo mismo mil veces? ¿Y cómo van a hacerlo?
Con esa declaración AMLO dice que va a crear los empleos suficientes (los necesarios de acuerdo al tamaño y crecimiento de la población económicamente activa). ¿No es ésta -tan sólo ésta- una tesis lo suficientemente trascendental para que los candidatos la debatan e impulsen a la sociedad a discutirla a fondo?
La creación acelerada de empleos exige elevados montos de inversión; la inversión va ahí adonde existen las condiciones para generar una tasa de retorno competitiva a nivel internacional: infraestructura física suficiente, infraestructura moderna de comunicaciones, población económicamente activa con altos grados de capacitación, seguridad jurídica, seguridad pública, observación de la ley. De ahí surge el crecimiento económico y la creación de empleos. Pero todo ello no tiene mayores perspectivas sin la justicia social, vale decir, sin abatir seriamente la desigualdad socioeconómica.
Los temas que los partidos y candidatos pueden debatir son ésos, como parte sustantiva del programa para el desarrollo de la nación. Si lo hacen, teniendo en cuenta que la población no está conformada de tontos, habrá un año con una sociedad animada (dotada de alma); si no lo hacen tendremos una sociedad mortecina que mucho le costará ir a depositar su papeleta.
Por lo pronto, la sociedad no puede sino esperar campañas sucias y descalificaciones sinfín como en 2005. En tanto, Zero se encargará de inflar la bolsa de la abstención.