Los salarios
Si algo caracteriza al neoliberalismo económico y a la globalización imperial ha sido su ofensiva contra el valor del trabajo. En México el punto más alto en la historia moderna del salario real fue 1976, pero a partir de la devaluación de agosto de aquel año el descenso ha sido constante y pronunciado. En cada ajuste "anticrisis" y tras la firma de las cartas de intención dictadas por el Fondo Monetario Internacional desde febrero de 1977, la ofensiva contra el salario y, por tanto, el valor del trabajo, ha contado con la autoría del régimen priíista y sus diversas corrientes estatistas y neoliberales, la oligarquía empresarial local y trasnacional a través de sus cámaras y agrupaciones y los organismos internacionales.
Hace un año, la huelga de hambre de Edur Velazco, maestro de la Universidad Autónoma Metropolitana, tuvo como propósito denunciar el miserable aumento a los salarios mínimos. Hoy, el aumento al mínimo en centavos desnuda el esqueleto de la política hegemónica dictada desde el mundo global y coloca a México y Chile -considerados "países estables" en términos macroeconómicos y de crecimiento- entre las naciones con más injusticia en el reparto del producto nacional. El "aumento" desnuda asimismo la complicidad de la estructura sindical corporativa, ligada a los grupos oligárquicos, que tiene permiso para hablar "en contra del neoliberalismo" en abstracto, pero tiene absolutamente prohibido levantar la voz en defensa del valor del trabajo.
Bajo la nueva política de los partidos y sus campañas electorales en su tarea de salvar a México (de ellos mismos) es recurrente llamar al voto de los pobres prometiendo el ataque a la pobreza, pero no mediante el trabajo y la recuperación del valor del salario real, sino con las mismas políticas filantrópicas y caritativas permitidas desde Washigton y bendecidas por la doble moral de quienes concentran la riqueza y son los principales creadores de pobreza.
Al evolucionar la debilidad de la capacidad de compra del salario, su fenómeno paralelo ha sido el crecimiento de la economía informal, apoyada también por la integración comercial al Area de Libre Comercio de las Américas. El paso en los años ochentas de la llamada reconversión industrial a la destrucción de la producción interna ha creado un proceso de cambio acelerado en contra de los derechos laborales, que van de la devaluación del valor real del salario a la ofensiva en contra de las pensiones y otros derechos y prestaciones de los trabajadores.
Tratándose del salario y de los derechos laborales, la oligarquía continúa profundizando en aspectos ideológicos, pues esto le permite justificar atrocidades como el "aumento" al salario mínimo constitucional, profundamente ilegal, pues, como bien señala el artículo 123 de la Constitución, éste debe "ser suficiente para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia, en el orden material, social, cultural y para proveer a la educación obligatoria de los hijos".
En las propuestas de los candidatos y partidos, ceñidas al neoliberalismo, ninguna es capaz de convocar a una fuerza que pueda derribar el muro de los minisalarios y pensar en compromisos de mediano y largo plazos para su recuperación constante. Según el PRD, PRI y PAN, el país no va por ahí, sino por la filantropía y el reparto de despensas para mantener clientelas votantes.
Existe una relación inversamente proporcional entre el tamaño del valor real del salario y la economía informal. Es decir, a menor capacidad de salario, más economía informal, y si a esto sumamos las mercancías producidas en gran escala y una oferta masificada, el esquema es perfecto para intereses que no son los nacionales.
Ante el insultante aumento a los salarios mínimos, las cámaras patronales han aplaudido la propuesta foxista de "incoporar la economía informal" al régimen fiscal mediante cuotas fijas, pues en el fondo es el reconocimiento y legitimación de esta actividad tras renunciar cínicamente a crecer mediante el trabajo y la distribución de la riqueza.
En el caso de la ciudad de México esto se aprecia en la sustitución de los corredores industriales que daban sustentabilidad a la economía de la ciudad, como eran los de Vallejo, Azcapotzalco, Iztapalapa e Iztacalco. Ahora la ciudad se rige por el corredor Santa Fe-Tepito, donde se ubican los negocios integrados a la globalización. Para limpiar este espacio se pensó en Rudolph Giuliani y su cero tolerancia, se pensó también en los segundos pisos y los puentes para integrar al poniente rico, así como en la expansión trasnacional de la industria automotriz y en dar nuevo valor inmobiliario al Paseo de la Reforma.
Era imposible hacer todos estos cambios con el PAN o el PRI en el gobierno. Para la oligarquía y los grandes propietarios de la ciudad, el crimen de la ciudad fue perfecto: no generó resistencia ni obstáculos al hacerlo con el PRD y el lopezobradorismo.
Otro país y otra ciudad serían, si en México se defendiera el valor del trabajo.