Feliz 2006, en el año de Cervantes, a Sergio Pitol y su Cervantes
Domar a la divina garza
El único personaje de Sergio Pitol a quien puedo hincarle el diente es al retórico y rimbombante Dante C. de la Estrella porque es directo, macho, transa, no tiene la menor sutileza, es macizo, burdo, toma mucho espacio, suda y respira fuerte. Lo he visto en los pasillos de Gobernación, en el Tenampa con los mariachis, en el Focolare, en el PRI, en el Club de Yates en Acapulco, blando y adiposo (Acapulco, no Dante), del brazo de su rubia favorita departiendo con otros potentados a quienes esperan sus choferes y sus guaruras. Los demás personajes, hombres y mujeres, gemelos y erizos se van deslavando como el rostro de Cristo en el lienzo de la Verónica. Sergio nos pone trampas, cuando de plano no nos manda al carajo. Nunca podría decir: "Todo se lo debo a mi adorado público", como aseguran los artistas, porque a él los lectores le importan un pepino. ¿Cómo duermen, qué comen, a qué horas se guacarean sus personajes? Sergio sólo nos cuenta lo que él ve, la copa que beben, las palabras horribles o prodigiosas que pronuncian. Todas sus figuras femeninas son atroces o inexistentes, tanto en el Vals de Mephisto como en Domar a la Divina Garza. Marieta Karapetiz, la Divina Garza, hace sufrir, como también me hace sufrir Ramona, la hermana de Vives. La cómica Marietta Karapetiz, ¿será esa baronesa Agatha Ratibor que tenía voz de coñac y era la última en salir de las fiestas? ¿O es Bridget Tichenor, la dueña de un Chirico y de una hacienda? ¿O Iya Abdey, la que actuó con Antonin Artaud? ¿O todas mis tías juntas, ejerciendo su autoridad tras la mesa?
Tengo un gran problema con los personajes femeninos de Sergio. Tras de ellos oigo las carcajadas hirientes de la parodia, el reírse a costa de todo lo que son los llamados atributos femeninos, el pitorrearse o pitolearse sutil o abiertamente de aquellas que no están en el secreto. En sus reuniones, las mujeres suelen dar una sensación gallinácea. Graznan, pican aquí y allá, hacen desaparecer los bocadillos. Dice Sergio que detesta la crueldad, la estulticia y el medio pelo, pero siempre son tontas sus personajas, risibles, malintencionadas. Quisiera preguntarle el porqué de esa literatura burlona, despiadada, por qué nos detesta. Sé que él me respondería que no, que sus personajes, hombres o mujeres son así porque así le salen, los ha visto actuar, su visión es objetiva, la ridiculez no tiene sexo, y que por favor no haga causa común con algunos críticos que lo han llamado decadente y lúgubre. En la vida de a de veras (si es que esto existe) sus amigas se multiplican. Ninfa Santos lo amó con pasión tormentosa desde su casa colonial de La Conchita y Margit Frenk, Margarita García Flores, Milena Esguerra, María Luisa Mendoza, Margo Glantz, la polaca Danuta Rycerz. Por si fuera poco, Sergio tiene un lugar especial en su armario para esas dos figuras art decó, altas y acolumnadas, sostenedoras de techos y seguras de su fuerza, su pelo negro, un casco de victoria, Sofía Schleyen y Luz del Amo, y, para muchísimas más que él califica de "formidables" porque ése es un adjetivo que regresa siempre a la conversación de Sergio Pitol. Varias mujeres alegarían que Pitol es su mejor amigo. Jean Franco, Rosario Ferré, Ida Rodríguez Prampolini me dirán que no hay una fiesta (como París lo fue para Hemingway), pero a la hora de escribir Pitol ya no es míster Hyde, entusiasta y delicado, sino el doctor Jekyll, que descuartiza a mandíbula batiente, los ojos fuera de sus órbitas, refinado y sublime y nos transforma en patéticas masajistas, comensales idiotas, advenedizas pestíferas, alumnas del convento del Sagrado Corazón.
En zonas menos insalubres -como insalubre era la Córdoba de su infancia- se mueven los personajes de Vals de Mephisto, en el que cuatro cuentos se llevan la palma: Nocturno de Bujara, Mephisto Waltzer, Asimetría y El Relato Veneciano de Billie Upward.
En alguna ocasión Sergio dijo a Margarita García Flores una frase clave para entender su obra: "Por lo general, cuando escribo un relato, hay una zona de vacío, una especie de cueva sicológica que no me interesa llenar". ¡Maldito Sergio! Y ahora, ¿qué hago? Sergio se dirige sólo a los lectores inteligentes, son ellos los que tienen que llenar el vacío, ellos deben convertirse en creadores de la novela y no dar lata como yo, que siempre demando que se me aclaren los enigmas. Hay cosas que a Sergio simplemente no le interesa hacer y uno tiene que conformarse o aventarse con él, unírsele secreta o subterráneamente, aceptar su misteriosa, su especial vibración literaria, a pesar del rechazo, a pesar del trabajo que exige. Claro que después quedará una -siendo mujer- atrapada; como le ha pasado a Neus Espresate, la directora de Era, que está cada día más flaca y más enamorada de Sergio Pitol. ¡Y Sergio carcajeándose, tomado del brazo de Carlos Monsiváis y de Luis Prieto, ese Tiempo cercado que desde siempre aprisiona a Sergio a pesar de que haya acumulado viaje sobre viaje!
Lo que más me aterra de Pitol es su lenguaje, porque si no podría yo desentenderme de él, pero no, me atosiga su placer de narrar, me comunica que escribir es engarzar reflejos; su prosa es un surtidero de luces, tengo que seguir leyendo, tengo que llevar su libro puesto como túnica, meterme a ese lóbrego bar de Varsovia, buscar el horizonte frente al mar de Sopot, extrañar a Juan Manuel Torres como Sergio lo hace, pensar en Juan Manuel Torres, darme cuenta de que también los hombres y las mujeres son escenarios en los que se juegan comedias o tragedias y cuando Juan Manuel Torres estrella su coche contra un árbol en la calzada de Tlalpan él mismo se vuelve ese árbol, y bajo él deberíamos leerlo.
Es curioso como los propios escritores dan claves para entender su obra. Así Pitol en su extraordinario Nocturno de Bujara, en su morosa descripción de las relaciones complejas y finalmente desgarradoras entre los seres humanos, en sus voces detonantes, en su absoluta falta de diálogo. Nunca hay diálogo en Pitol, sólo afinidades. En el Vals de Mephisto nos dice en la página 14 algo que lo explica todo.
"Y una vez localizada la cita, comenzó a releer el cuento desde el inicio y pudo disfrutar de la belleza de ciertas frases, trenzar hilos, observar que la anécdota, como casi todo lo que escribía, era un mero pretexto para establecer un tejido de asociaciones y reflexiones que explicaban el sentido que para él revestía el acto mismo de narrar. En sus primeros cuentos las asociaciones eran más libres, un surtidero de imágenes y acontecimientos por lo general unidos con una sutura muy enterrada y cuya conexión el lector no lograba advertir hasta bien avanzada la lectura; más espacioso también, donde con deliberación se dejaba sentir el eco de ciertos autores alemanes y sobre todo austriacos que lo habían entusiasmado desde sus años de estudiante."
Lo repite en el cuento Asimetría: "Hubo un momento durante una enfermedad en que estuvo a punto de morir. Vio entonces una especie de tejido, algo semejante al revés de un tapiz donde unos hilos de color terroso se trenzaban entre sí, se ataban aquí y allá en nudo de distintos tamaños. Cada detalle era en sí confuso, pero el total creaba una forma cerrada. Supo, aun en medio del delirio, que ése era el trazo y el esquema de su vida". ¿Ha dado en México algún autor mexicano una definición más lúcida y más exacta de su vida y de su obra?
Hoy Sergio Pitol es el tercer premio Cervantes mexicano, después de Octavio Paz y Carlos Fuentes. Hoy todos lo abrazamos y estamos contentos. El Cervantes antecede al Nobel; es su puerta de entrada para los escritores de habla hispana. En el año de Cervantes Sergio nos cubre de gloria, nos hace sonreír, felicitarnos, darnos palmadas en la espalda ¿No que no? Y sus lectores admirativos se lo agradecemos. ¡Feliz año 2006, Sergio Pitol! ¡Feliz año cervantino!