Usted está aquí: martes 10 de enero de 2006 Opinión Irradiaciones

Teresa del Conde

Irradiaciones

Bajo esta denominación Alberto Castro Leñero expone una selección escueta de obras en Casa Barragán, que, además de ser un excelente museo de sitio, cuenta con una sala de exhibiciones temporales ubicada en lo que antes fue el estudio domiciliario de don Luis. La visita a este inmueble, recuperado a conciencia, ofrece al espectador, además de la posibilidad de adentrarse en los hábitos, las lecturas y los espacios del maestro, la observación de exposiciones temporales de cámara, que, como en este caso, se adecuan al diseño arquitectónico. El espacio de por sí es muy pautador, sin que por ello su propia música arquitectónica se contraponga con lo que allí se exhibe ahora, o al menos esa es la sensación que depara esta muestra temporal, cuya vigencia se extiende por todo este mes.

El efecto se debe a que Alberto, por meses, con anuencia de Catalina Corcuera, directora del recinto, estudió cuidadosamente el espacio, tomando en cuenta todas sus características, de modo que puso especial énfasis en las incidencias lumínicas, las superficies bisagra, la inclinación del techo, los tiros visuales y la alternancia entre bidimensión y tridimensión.

El espectador percibe en el pequeño vestíbulo un grabado a dos tintas, con el verde como tono predominante, que funciona como leit motiv; desde allí la pieza titulada Ala -talla en madera pintada a la encáustica- complementa la disposición de esa entrada concebida por Barragán con ciertos toques que recuerdan a Frank Lloyd Wright.

Una vez en la sala, el enfrentamiento con las pocas piezas que comparecen depara la sensación de que allí estuvieran, configurando en conjunto una instalación que rinde culto a la arquitectura. La pieza que se mira de frente en el muro oriente es un políptico de cinco hojas, que opera como mural contemporáneo. Decir que no "decora" ese espacio de proporciones idóneas sería falso, pero su presencia -con un toque religioso subrepticio- supera las características de ornato, guarda una continuidad formal de izquierda a derecha y viceversa, flanqueando la hoja central, la más alta de todas. Es una composición cruciforme, pero en sentido horizontal, que viola a propósito la simetría. El color, muy importante en cada una de las piezas exhibidas, incluidos los cinco pequeños grabados en el muro norte, responde a la atmósfera que las rodea. En la bisagra allende al ventanal está Caballo rojo (289 por 90), inspirado en un pequeño bronce que pertenece a la colección barraganesca y a Alberto le sugirió la idea de representarla en picada, de modo que la figura ofrece la visión dorsal del equino, que no es rojo, pero el espacio en el que se incrusta ostenta goteados rojo sangre sobre los tonos magenta de las capas de los toreadores. En el mismo muro hay un tondo de 140 de diámetro en los tonos verdinegros, o iluminados, de las lianas que se desparraman en el patio contiguo. Allí hay una fuente y un estanque de agua oscura, donde un esbelto bronce apea con sus tentáculos a una esfera que guarda proporciones equivalentes a las de un organismo humanoide y acuático a la vez. Las formas circulares y los tentáculos se reiteran, irradian sus elementos acotando un laberinto de formas que encuentra su símbolo en una encáustica sobre madera y en la estructura de 11 caras que desde la contemporaneidad hace referencia a Altamira.

Para la visión de un arquitecto, el conjunto desata la posibilidad de retomar el momento en el que pintura, escultopintura y espacio arquitectónico pretendieron lograr un todo.

El catálogo de formato cuadrado que contiene dos presentaciones, más la reproducción de lo exhibido, fue editado siguiendo de cerca diseños barraganescos, con la particularidad de que contiene dos fotos de Alberto Castro Leñero que a mí me recordaron las poses de Jackson Pollok, y no sólo eso, el estadunidense está también evocado en la pintura, de modo tal que el artista mexicano se inserta en un contexto que no desdice sus orígenes, sino que los retoma bajo la propia individualidad.

Mientras observaba, recordaba a Jorge Alberto Manrique, ahora galardonado junto con Elisa Vargas Lugo con el Premio Nacional en la rama humanística. Es un consuetudinario visitador de exposiciones. Ojalá no se pierda ésta, porque va a disfrutarla a fondo.

 
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