Editorial
Arrogancia en EU, incoherencia en México
La maquinaria discursiva de la clase política estadunidense alimenta la xenofobia y las distorsiones en el imaginario colectivo del país vecino. El zar antidrogas de Washington, John Walters, defendió ayer la propuesta de levantar un muro ignominioso en la frontera, con el argumento de que "nos ayudará a controlar áreas donde sabemos que se están cometiendo crímenes"; el funcionario metió en un mismo saco el de los crímenes el paso de "cientos de toneladas de drogas y de cientos de miles de personas" y el eventual trasiego de "armas de destrucción masiva o terroristas que llegan por medio de la frontera".
Por su parte, el representante republicano por Colorado, Tom Tancredo, atacó la blanda solicitud formulada a la Casa Blanca por los gobiernos centroamericanos, mexicano, colombiano y dominicano para que "analice con cuidado" la adopción de nuevas medidas antimigratorias y la calificó nada menos que de intento por "minar la seguridad de Estados Unidos".
En uno y otro casos los declarantes buscan agitar la xenofobia al vincular fenómenos que no guardan relación entre ellos: migración, narcotráfico y "guerra contra el terrorismo". Tiene razón Walters cuando afirma que en la línea fronteriza mexicano-estadunidense se cometen delitos, pero omite señalar que se trata de hechos perpetrados por los propios agentes gubernamentales del país vecino, como el asesinato a balazos de mexicanos por miembros de la Patrulla Fronteriza, o hipócritamente tolerados por ellos mismos, como el ingreso masivo de drogas: es increíble, en efecto, que con sus recursos bélicos y tecnológicos Estados Unidos sea incapaz de detectar la entrada a su territorio de aeronaves y de vehículos terrestres y marítimos cargados de sustancias ilícitas.
Respecto a la llegada de terroristas a la nación vecina, los casos registrados por ejemplo, los atacantes suicidas que perpetraron las atrocidades del 11 de septiembre de 2001 indican que ingresaron por las vías regulares y con documentos en regla, y no, como hacen los trabajadores mexicanos y latinoamericanos, atravesando a pie los desiertos fronterizos o escondidos en tráileres y contenedores.
Por mentirosas que sean, declaraciones arrogantes y malintencionadas como las de Walters y Tancredo tienen un efecto de agitación de las paranoias patrióticas, las xenofobias y los sentimientos antimexicanos en importantes sectores de la sociedad estadunidense, y deben ser confrontadas con los hechos reales: el flujo migratorio no amenaza de manera alguna su seguridad, no implica la comisión de "crímenes" y no está vinculado, por supuesto, con el narcotráfico ni con la insensata confrontación entre Washington y organizaciones integristas islámicas. Por el contrario, la llegada de cientos de miles de connacionales aporta al país vecino mano de obra barata que le es indispensable a la economía estadunidense para mantener su competitividad internacional.
Por desgracia, ante estos indicios de embestida política y propagandística, el gobierno mexicano exhibe ya no sólo tibieza, sino incoherencia. Expresión de ella son las declaraciones emitidas anteayer por el vocero presidencial, Rubén Aguilar, de que no es la falta de empleo la razón principal de la emigración al norte del río Bravo, y que ésta se debe más bien a motivos "culturales". El disparate resulta ofensivo para los cientos de miles de connacionales que, además del desgarramiento y de la separación familiar, enfrentan peligros mortales, agresiones de toda especie, discriminación, persecuciones policiales encarnizadas y crueles, y condiciones laborales de sobrexplotación para encontrar en el país vecino las oportunidades de trabajo que la política oficial les ha negado en el suyo y que, por añadidura, mantienen a flote, con sus envíos de dinero, una economía paralizada por la ineficacia, la necedad neoliberal, la corrupción y el nulo sentido de realidad del actual gobierno.