Pobrecito 2006
Pocos son los entusiastas del Año Nuevo. En ningún lado encontramos el regocijo que por regla general celebra las fiestas de una renovación canónica. Por momentos parecería que 2006 nació viejo. A muchos inspira desconfianza porque viene de la mano de la incertidumbre. Aunque nada hay de inusual en esta parejita, su llegada causa angustia porque ahora la incerteza es mucho más grande que un porvenir que el presente empequeñece.
En su clásico Introducción a la política, Maurice Duverger compara la política con el dios Jano, que tiene dos caras: una amable, la que acerca y acoge, integra, congrega voluntades y reconcilia diferencias; y la otra cara, en cambio, terrible, que ahuyenta, destruye, disgrega, expulsa y desintegra. Los politólogos más jóvenes han redescubierto la metáfora duvergeriana en la antinomia cooperación/conflicto que hoy domina buena parte del análisis político en México. Sea como sea, miramos el 2006 que comienza como si llevara puesta la máscara terrible de Jano, porque la política es la principal causa de nuestra desazón, y lo que todos los días nos informan los medios o nos comunican los políticos en campaña evocan imágenes más de conflicto que de competencia, nos hablan más de fragmentación que de pluralidad, más de intransigencia que de tolerancia frente a la diferencia.
El 2006 se anuncia difícil porque la incertidumbre que nos agobia va mucho más allá de aquella que genera la normalidad democrática, porque mientras ésta se refiere únicamente a los resultados electorales, la que se ha amparado de nuestra vida política se extiende a otros aspectos cruciales del proceso.
Pese a las muchas normas, reglas y a las grandes instituciones que nos hemos dado para asegurarnos el respeto al voto, comicios limpios y justos, no pasa una semana sin que alguno de esos capítulos sea cuestionado por políticos en campaña o por observadores y analistas más o menos avisados. Unos y otros tendríamos que asumir la responsabilidad del clima que estamos construyendo en un año de por sí difícil. Sembrar la duda en relación con la eficacia de los mecanismos electorales es mucho más que una mala costumbre o una salida fácil para despertar la curiosidad del público, en su caso, del potencial elector. Hemos hecho de la suspicacia un principio de opinión política, y lo aplicamos a todo aquello que esté involucrado en la lucha por el poder. Nada se salva, pero igual tampoco se construye nada. Como estos cuestionamientos se formulan casi en automático, porque poquísimos de ellos se apoyan en información veraz y en reflexiones ponderadas, en lugar de que contribuyan a perfeccionar nuestras instituciones, o de llamar la atención de los políticos para que atiendan el supuesto problema, lo único que logramos es minar la credibilidad de nuestras instituciones y procesos y desprestigiar a quienes mal que bien están dispuestos a pagar los costos de la vida pública.
Pobrecito de 2006, que nada puede hacer para calzar la cara amable del dios Jano. Otros años nuevos nada más tenían que llegar para que se modificara el ambiente, así no fuera más que por unas semanas. Pero no podemos esperar que 2006 solito remedie la penosa situación en la que se encuentra. Tendríamos que exigir a políticos y partidos en campaña que cooperen a disipar los nubarrones que oscurecen las perspectiva del futuro inmediato. Por ejemplo, hasta ahora solamente la candidata del Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, Patricia Mercado, ha expresado su compromiso con las instituciones y la experiencia democrática mexicanas, sólo ella ha ofrecido que aceptará y respetará los resultados del próximo 2 de julio. Felipe Calderón y Roberto Madrazo no han creído necesario explicitar ese compromiso, pero tendrían que hacerlo, sobre todo para contrarrestar los efectos insidiosos de la única supuesta certidumbre que se ha manifestado en la campaña actual: la de Andrés Manuel López Obrador y sus estrategas de que tienen el triunfo en la mano. Esta aparente convicción, que es antes que nada una estrategia de campaña, a partir de la cual denuncian el fraude que -según dicen- se maquina en su contra. En realidad a los lopezobradoristas los votos les importan poco. También creen que llegarán al poder porque así lo dicta la historia. Simplistas que son, piensan que las victorias del coronel retirado Hugo Chávez en Venezuela, de Luiz Inacio Lula en Brasil y de Evo Morales en Bolivia forman parte de un gran movimiento histórico al que sólo tendrán que encaramarse para llegar al poder, y ni modo que las urnas se opongan a la historia. Por eso, en lugar de que festejemos 2006 como el año de consolidación de la democracia mexicana, preferimos mirarlo todavía de lejecitos, para ver si se compone.