Retroceso científico
Intrigas, mensajes anónimos, odios, traiciones, amenazas, celos, envidias, venganzas, acusaciones, cientos de mujeres en las calles ofreciendo lo más preciado de sus entrañas sexuales, expresiones del ultranacionalismo, decenas de manifestaciones callejeras, atentados contra la libertad de expresión, renuncias de funcionarios públicos y más de una decena de carreras científicas destruidas son, sin exageración alguna, elementos presentes en el mayor escándalo científico ocurrido en lo que va del siglo. El protagonista principal es el coreano Hwang Woo-suk, quien hace pocas semanas era admirado y respetado en el mundo, considerado pionero de la clonación en nuestra especie.
Colmada de expresiones de la naturaleza humana, esta historia llenaría de júbilo a los amantes del género de la novela, de no ser por que, como ocurre en este caso, los hechos centrales que dieron origen a estas manifestaciones fueron tan alarmantes como reales. Revelan, más allá de cualquier ficción, un problema que afecta seriamente a un naciente campo del conocimiento, sobre el que se han cifrado grandes esperanzas, y ponen en duda la eficacia de algunos de los pilares sobre los que se sostiene la ciencia mundial.
La clonación ha estado en el centro de uno de los debates más trascendentes en la transición entre dos milenios. Implica entender y definir qué es la persona humana. La ciencia, la filosofía, la religión, los gobiernos, las leyes, las sociedades a escala mundial han participado en esta discusión. Antes de que la Organización de Naciones Unidas llegara a la decisión salomónica de condenar todo tipo de clonación (tanto reproductiva como terapéutica), aunque dejando a cada nación la posibilidad de realizarla y regularla, apareció en la revista Science un trabajo de Hwang (marzo de 2004), en el cual se mostraba por primera vez que era factible producir embriones humanos mediante esta técnica, obteniendo una línea de células pluripotenciales.
La noticia produjo gran entusiasmo en las comunidades científicas del mundo y, aunque no era el único argumento, ni siquiera el principal, indudablemente fue un importante estímulo para que el debate en muchas naciones se inclinara de manera favorable hacia la clonación con fines médicos. Luego, en junio de 2005, Hwang Woo-suk publicó, también en Science, un nuevo estudio en el que reportaba la creación no de una, sino de 11 líneas celulares, obtenidas esta vez con la información genética del mismo número de enfermos. El avance resultaba tremendo, pues acercaba a esta técnica al umbral de los ensayos clínicos para eventualmente tratar enfermedades que hasta ahora son incurables.
Pero ahora, de acuerdo con los resultados dados a conocer el 23 de diciembre por un comité de la universidad de Seúl que investiga los estudios de Hwang a partir del escándalo, se concluye que el trabajo de 2005 es el resultado de "...una manipulación deliberada, en otras palabras, de la fabricación de datos científicos". Se trata, en síntesis, de un fraude. Resulta un hecho sumamente grave en el contexto del debate mundial sobre clonación. El primer intento científico falla, es tramposo. Es un retroceso que nos regresa al principio.
El hecho de que estos estudios aparecieran en Science es muy importante, pues la credibilidad de los resultados de la investigación -y ésta es una característica de la ciencia actual- está determinada por el prestigio de las revistas científicas en las que se publican. Este se basa en el rigor de los criterios empleados para la evaluación de los manuscritos que corre a cargo de expertos. El grado de exigencia es tan alto que todos los científicos del mundo saben lo difícil que es publicar en Science. Este mecanismo, conocido como revisión por pares, es una de las bases sobre las que se construye el conocimiento científico en el mundo. Pero en este caso falló.
Todo, o casi todo el trabajo de Hwang Woo-suk de 2005 resultó falso (y ahora se investiga en detalle también el de 2004). Muchos proyectos guiados por estos resultados, avalados por Science, y miles de referencias en las que se apoyaron numerosos estudios, confiando en los controles de la revista, quedan en el aire y ahora deben ser revisados. Creo que si Donald Kennedy, editor en jefe de Science, fuera coreano, ya hubiera tenido que pedir una disculpa pública y renunciar, pero ni es asiático ni va a irse, pues su revista es una pieza clave dentro de la estructura científica mundial. Además de aguantar el bochorno, en su editorial publicado el 6 de enero Kennedy se conforma con alertar sobre la validez de los trabajos del autor coreano, y admite, en paralelo, algún artículo crítico sobre las fallas en la evaluación de su publicación, como el de Jennifer Couzin, aparecido en la misma fecha en la revista. Pero queda claro que la evaluación por pares ya no es confiable y está haciendo agua. Cabe preguntarse si el desarrollo científico debe seguir basándose en ella y en las publicaciones que monopolizan la verdad científica.