Fox y la caricatura de la izquierda
Cada vez que se le presenta la más mínima oportunidad, el presidente Fox hace gala de su desconocimiento de la realidad latinoamericana. Es obvio que no entiende qué está pasando con las victorias electorales de partidos y movimientos que, conforme a su lógica particular, ya debían haber desaparecido al calor de la globalización. El creyó, como muchos otros en México, que la democracia sólo podría generar gobiernos empresariales, es decir, simples intérpretes de la voluntad de los mercados dispuestos a intensificar las reformas "estructurales" solicitadas por los centros de poder mundial.
Pero lo hechos son tercos. La democracia se nacionaliza en la medida que es asumida como instrumento por las mayorías frente a las elites tradicionales y en las elecciones triunfan sectores hasta ahora invisibles, partidos y figuras que de algún modo representan una opción, al menos la voluntad de recorrer nuevos caminos para resolver asuntos sociales que en la óptica neoliberal apenas si se registran en el espejismo de las grandes estadísticas. La desigualdad, la discriminación étnica, el saqueo de los recursos naturales y un largo etcétera asentado en la agenda pendiente del continente, luego de años de ajuste estructural bajo la voz cantante del Fondo Monetario Internacional.
Interrogado sobre la posible configuración de un "eje" de gobierno de izquierda, al que pudiera sumarse México en 2006, categórico, el presidente Fox espetó: "¡México ya pasó por esa experiencia!, la tuvimos con Luis Echeverría. ¿Qué más populismo y qué más demagogia que lo que tuvimos entonces?" (El Universal, 15/01/06) Con esa visión, no extraña que la diplomacia mexicana se halle en el punto más bajo, cuestionada por "sus aliados" del norte que no la toman en serio y a muchos años luz del debate de fondo que hoy conmueve a Sudamérica.
Pero, además, demuestra que la ignorancia también puede convertirse en una especie de declaración de principios. Fox se inventa una izquierda a modo, cortada a la medida de los grupos patronales que durante los años 70 combatieron la demagogia del régimen con una mezcla de liberalismo y convicción presidencialista, apoyados significativamente por la Iglesia católica, que a su vez exigía la restauración de sus fueros. La pugna empresarios/gobierno no fue jamás expresión del conflicto entre "libertad de empresa" y "socialismo", como dice la derecha, sino, más bien, una disputa por la hegemonía de la sociedad mexicana entre el estatismo burocrático ya en crisis y las nuevas fuerzas económicas cada vez más vinculadas al capital internacional y a la derecha en el mundo. Al identificar cualquier reforma social con una actitud "socializante", la nueva clase pudiente mexicana se curaba en salud ante toda reforma potencial verdadera y abría el camino a la idea, simplista pero efectista y efectiva, de que la "iniciativa privada" era superior en todo al gobierno. El "tercermundismo" pasó a ser el santo y seña del estatismo más caduco e ineficiente. La victoria cultural de la nueva derecha vendría más tarde, de la mano de la "modernización", la crisis total del socialismo real, el voto y la inconsistencia de la propia izquierda para descifrar los nuevos tiempos.
Pero, mal que le pese a Fox y a otros olvidadizos historiadores, esa no era la izquierda mexicana, por más que el régimen quisiera en su época darse un barniz progresista. La izquierda política y social proveniente de las grandes luchas obreras y estudiantiles de los años 60 no se identificó jamás con la disyuntiva "¡Echeverría o el fascismo!, planteada por algunos notables intelectuales. Más bien, combatió con todas las fuerzas a su alcance contra la represión persistente; por ejercer las libertades públicas y el derecho de la gente a organizarse al margen del corporativismo sostenido por el partido oficial y a crear una sociedad más justa y democrática, es decir, a mantener sus objetivos socialistas.
La izquierda también ejerció la primera y más profunda crítica a los efectos del estatismo, a la desnacionalización de las empresas públicas y a la burocratización criminal de su gestión. Aunque sea de paso, conviene no olvidarlos.
Una acotación final. Así como el presidente Fox dictamina que la "izquierda" ya gobernó con Echeverría, y por tanto jamás podrá volver, otros menos amorosos de los viejos códigos de la guerra fría llegan a la misma conclusión por otra vía: la de negar que las fuerzas encabezadas por Andres Manuel López Obrador sean "de izquierda". Se puede discutir, en efecto, si el PRD es socialista o no, si es reformista o revolucionario, oportunista o consecuente, pero negarle el carácter de izquierda sólo cabe en un país donde nadie se reconoce de "derechas", tanto menos los derechistas vestidos de liberales que imponen las etiquetas... entre otros.