El creador verdadero
No tema el posible lector que hablaré de cine, muy alejado de mi campo y en el que de ningún modo soy experta (además de que este diario cuenta con excelentes especialistas en la materia), si empiezo esta nota con la referencia a Balas sobre Broadway de Woody Allen, esa profunda comedia que trata de lo que es un verdadero creador, en este caso el brutal pistolero que renuncia a todo crédito -amén de cometer uno que otro crimen- con tal de que la obra de que es el real escritor tenga calidad, en contraposición con el pusilánime dramaturgo que acepta todo en aras de la fama y el dinero aunque al final, como sabemos, renuncie a una carrera espúrea y reconozca su falta de talento. Es una película que yo, si tuviera alguna vela en ese entierro, exhibiría en todas las escuelas de arte, principalmente de teatro, porque plantea con tanta justeza el viejo dilema del artista necesitado de crear una obra a la que da primordial importancia, en contra de los arribistas que sólo buscan el éxito y la fortuna. Todo esto viene a cuenta por la publicación de los tres volúmenes del teatro de vanguardia de Antonio González Caballero con un espléndido prólogo del antólogo Enrique Mijares (a quien agradezco el obsequio del primer tomo dado que los otros dos no estaban listos cuando me lo entregó) y que hacen pensar mucho en la actitud de verdadero creador del fallecido dramaturgo, muy al margen de que sus obras gusten o no.
El caso de González Caballero es en verdad extraño. Si su decisión de no exponer más su obra plástica, tras exitosas muestras en el país y en el extranjero y haber creado diversos murales, a pesar de que nunca abandonó por completo la pintura, pudo deberse a su deseo de dedicarse de lleno a la dramaturgia, la ruptura con las construcciones aristotélicas que le dieron premios y reconocimiento como un autor consolidado para aventurarse en los caminos de la vanguardia que le deparó un azaroso destino, comprueban la presencia de un autor que no quiso acogerse al éxito obtenido, sino decir las cosas a su modo, como quería, aunque ya no le sonriese la fortuna. Pienso que estamos ante un verdadero creador comprometido solamente con su obra, aunque la anterior y la vanguardista nunca se desentendieron de criticar la corrupción imperante y de ser un adalid de las causas femeninas. Se trata de un dramaturgo que recorrió los caminos al revés, del éxito a la oscuridad y la falta de reconocimientos.
Poco se puede añadir al prólogo de Mijares y no es tal mi intención, pero la dolorosa vida del escritor da, como señala el prolonguista, muchas claves de su obra. Nunca conoció a sus padres biológicos y no fue hasta la adolescencia que supo que la familia González Caballero lo había adoptado, con el agravante de que a la muerte de sus padres adoptivos, la familia lo rechazó y empezó su vida de penurias. La búsqueda de identidad, producto del desconocimiento de sus orígenes, tiñe casi todas sus obras y, aunque algunos críticos como Fernando de Ita lo aprecian casi hasta el final, y a pesar de contar con amigos solidarios como la dramaturga Norma Román Calvo, poco a poco es olvidado excepto por los montajes que el mismo Enrique Mijares hizo de algunos textos suyos en Durango. Le tiene que haber dolido el fracaso de su deliciosa El plop o como escapar de la niebla que, a pesar de buena producción y un excelente reparto, fue poco propicia por la impericia de su director. Algunas otras críticas anticipadas le calaron, como se ve en las acotaciones iniciales de La maraña y sobre todo las ''aclaraciones necesarias" en Amorosas amorales, en que, burla burlando, da cuenta de la inseguridad que muchas otras cosas, como el rechazo del INBA a un texto que escribió por encargo del mismo, le produjeron. Y, sin embargo, siguió escribiendo en la línea que se había trazado.
Maestro, autor de un método de actuación que fue perfeccionando, pero sobre todo creador fiel a sí mismo, con obras disparejas en cuanto a calidad (y es muy posible que sus textos del llamado periodo costumbrista, las de su éxito, paradójicamente ya aparezcan un tanto avejentadas si se volvieran a llevar a escena), Antonio González Caballero, que conoció más que nada pobreza extrema y sinsabores, resulta -sin idealizar románticamente estas circunstancias- un ejemplo del auténtico creador por su actitud ante su obra, insisto, sea cual sea el juicio que ésta nos merezca.