Saldos económicos del sexenio | 23 de enero de 2006 |
MUSCULO FLOJO
El sector externo mexicano es como una locomotora de vapor en tiempos del tren bala. La actual administración, como se muestra en esta nueva entrega de nuestro repaso a lo que ha ocurrido en los últimos cinco años de gestión económica gubernamental, optó por la continuidad en materia de comercio exterior, con pobres resultados. Víctor M.
Godínez
La mejor política industrial es no tener política industrial." La sentencia doctrinaria de Jaime Serra, secretario de Comercio de Carlos Salinas de Gortari, fue adoptada sin reservas por los últimos tres gobiernos federales. Bajo el supuesto de que las fuerzas del mercado pueden por sí solas orientar una asignación más eficiente de los recursos y definir de la mejor manera la especialización internacional del país, la estrategia de fomento económico de aquel presidente y de sus sucesores, Zedillo y Fox, se limitó a liberalizar el sector externo y a suscribir acuerdos de libre comercio por doquier. En cambio, los países cuyas economías se tornaron más competitivas en el último cuarto de siglo acompañaron su reforma comercial con acciones estratégicas destinadas a precipitar e inducir el cambio productivo. En estos países las nuevas condiciones comerciales tuvieron como contraparte cambios coherentes en los ámbitos financiero, regulatorio, tecnológico, educativo, de organización industrial y de creación de infraestructuras campos en los que México ha registrado crisis y diversos grados de deterioro y retroceso. Debido a una variedad de factores locales e internacionales, esta estrategia produjo importantes dividendos comerciales y económicos desde la segunda mitad de los años 80 hasta fines de los 90. La historia es de sobra conocida: entre 1986 y 1994 las exportaciones no petroleras (XNP) de México observaron una expansión extraordinaria, creciendo su valor a una tasa anual promedio de 15 por ciento. Con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), este ritmo se aceleró, elevándose a 20 por ciento anual entre 1994 y 2000. Durante esos tres lustros, el sector exportador fue la única actividad dinámica de la economía mexicana. El valor de la exportación total de mercancías equivalió a 31.6 por ciento del producto interno bruto (PIB); a fines de los 80 esa proporción era ligeramente menor a 10 por ciento. La expansión exportadora fortaleció la tesis de la locomotora, que deriva de manera directa del fervor librecambista: en el nuevo estilo de desarrollo, el sector exportador es la fuerza motriz que arrastra tras de sí al conjunto de la economía, engendrando efectos multiplicadores que impulsan el crecimiento, las inversiones y el empleo remunerativo en el resto de las actividades productivas. Tal fue el esquema de desarrollo productivo que en esencia adoptó el presidente Fox. Como en otros campos de la política económica, en éste la continuidad produjo pobres resultados. Dos factores externos pusieron al descubierto la fragilidad de esta estrategia. Uno fue el cambio de ciclo de la economía internacional a partir de 2001, que marcó la transición de Estados Unidos hacia una pauta de menor crecimiento; otro, la transformación de la organización industrial mundial, que se caracteriza principalmente por la proyección exportadora de China en una amplísima gama de bienes de consumo final e intermedio. La combinación de estos factores cíclicos y estructurales de la economía internacional resultó fatal para México, cuyo sector exportador cada vez está más imposibilitado de fungir como fuerza de arrastre del conjunto. La falta de programas institucionales de desarrollo y cambio productivo acrecienta el "desapego" de este sector respecto del resto de las actividades productivas, reduciendo sus efectos multiplicadores reales y potenciales. La agudización de la competencia en su principal mercado, tanto por la presencia de nuevos productores como por el menor dinamismo de la demanda, tiende a deteriorar las ventajas adquiridas en los años 90 por el TLCAN y gracias a algunos factores macroeconómicos, como la fortísima devaluación del peso en 1995. Todo esto hace que el saldo del comercio exterior del gobierno de Fox sea decididamente malo. Los datos básicos así lo demuestran. En 2001 se rompió la gran ola expansiva de las exportaciones y el valor de su componente principal (las XNP) disminuyó a una tasa anual de 2.4 por ciento entre este año y 2004. Aunque los datos a octubre de 2005 muestran un repunte significativo de este indicador, su nivel sigue ligeramente debajo del alcanzado en el último año de Zedillo. El estancamiento es incuestionable, y afecta por igual a la exportación maquiladora (55 por ciento de las XNP) que a la tradicional. Tras 15 años de intenso crecimiento, las XNP llegaron a representar un máximo de 28.7 por ciento del PIB en el trienio 1998-2000. A partir de entonces esta proporción tiende a desplomarse, cayendo hasta 22.2 en 2004, el nivel más bajo desde que entró en vigor el TLCAN. Sin el concurso de las exportaciones petroleras, que en los últimos cinco años ejercieron un efecto compensador, el coeficiente global de exportaciones de México habría caído cerca de 9 puntos porcentuales respecto de 2000, en lugar de los 6.5 efectivamente registrados. La pérdida del impulso exportador durante el foxismo es totalmente atribuible al sector manufacturero, incluyendo a las empresas maquiladoras. En los análisis convencionales del gobierno se invoca con frecuencia la "coyuntura internacional" como la causa fundamental de lo que pareciera percibirse como mera pausa en la ruta ascendente del modelo exportador. No sólo se trata de una interpretación autocomplaciente, sino sobre todo errónea. No es la mala coyuntura internacional lo que explica los problemas que está enfrentando el sector exportador para desempeñar el papel detonador del crecimiento general que le fue atribuido por los arquitectos del actual modelo de desarrollo. Su desaceleración tampoco parece ser un hecho pasajero. Lo que todo ello pone de manifiesto es más bien el agotamiento de la estrategia inercial de cambio productivo aplicada al pie de letra por los últimos tres gobiernos. El cambio de ciclo de la economía mundial no frenó a China y a otros países que articulan con pragmatismo y eficacia desde hace varios años dos funciones de la política pública cuya relación funcional fue destruida en México en los 80: el fomento industrial y la promoción estratégica del comercio internacional. Su separación produjo un fuego fatuo que duró poco más de una década y sus glorias políticas correspondieron a Salinas y a Zedillo. Ahora que el fuego amenaza con apagarse, la responsabilidad política pertenece al gobierno de Fox, quien creyó que ese divorcio era correcto y que el mercado, con el solo auxilio de varios tratados de liberalización comercial, todo lo arregla § |