Usted está aquí: lunes 23 de enero de 2006 Opinión Todos en campaña

León Bendesky

Todos en campaña

Será interesante, entretenido y puede ser que hasta útil, que esta campaña electoral por la Presidencia de la República rebase los estrechos límites que suele tener el debate en este terreno en México. En tal caso se contribuiría a salir de la modorra del discurso oficial y de sus apologistas, y se alentaría, aunque fuera por unos meses, la idea de que la política puede llegar a ser un instrumento beneficioso para la vida colectiva.

Por mucho tiempo ya, la mayor parte de las posiciones que adoptan quienes participan cada seis años en procesos como éste suelen ser bastante pobres en su forma y contenido. Han acostumbrado al público a los lugares comunes, que abundan, y es evidente en muchos casos que tienen poco que decir, la imaginación es escasa y las propuestas dan vueltas sobre una base cada vez más rígida y anquilosada. De tal manera, sobresale todavía más esa motivación clásica que es tener poder: todo el poder que se logre alcanzar.

Y en el caso actual de México, con la flamante democracia de los votos -que no puede menospreciarse, pero sí tiene que delimitarse-, con las leyes y los diversos órganos electorales que se han creado, la cuestión mercantil es, igualmente, un gran estímulo para entrar en la contienda de los partidos. La política puede ser un buen negocio. El dinero corre a borbotones y se reparte entre muy pocos, que, esencialmente, son los mismos.

La estructura de las relaciones de poder, donde sobresalen los medios electrónicos de comunicación, se recrea de una manera como si fuera natural, aunque es bastante artificial y para ello todas las partes actúan en complicidad. Peso por peso, el sistema político mexicano es carísimo, y saldría muy mal librado si se midiera su efectividad aplicándole un método de comparación del costo en que se incurre y el beneficio que se obtiene socialmente de manera inmediata y a mediano plazo.

La discusión política en el país es muy provinciana, tiene alcances muy cortos, carece de un horizonte estratégico y sus argumentos no están suficientemente elaborados. Eso se advierte también en la práctica; por ejemplo, en el diseño y la aplicación de la política económica durante un largo periodo y hoy, igualmente, en la conducción de las relaciones exteriores del actual gobierno. Ahí tienen los cinco candidatos un campo muy amplio en el cual labrar. De los principios que rigen en general la acción pública y la conducta de los partidos, los políticos y otros funcionarios del Estado debe hacerse un balance por separado, pero es parte esencial del ambiente degradado que existe.

México se ha vuelto un país más pequeño en este sentido de la política. Internamente no crea expectativas positivas y no mueve a la gente. En la escena internacional participa poco, está en el margen; no es referencia relevante, sino sólo una más en el entorno latinoamericano. Y el atractivo que generó su apertura económica y el TLCAN se opaca de modo constante por la mayor presencia de otros países que ocupan mejores lugares, apoyados en su creciente competitividad.

Los grandes asuntos del debate mundial aparecen aquí filtrados para el consumo nacional, lo cual sirve para que se impongan de modo ideológico, como si fueran restricciones infranqueables y así sostener sin cambio cierto el estado de las cosas.

Ese determinismo se ha vuelto factor crucial del modo convencional de hacer política y de argumentar acerca de lo que ocurre en el país. Todo se impone como si fuese una fatalidad, ya sea la globalización, las reformas, el equilibrio fiscal, la restricción monetaria, la pobreza, y ahora hasta las remesas que envían los trabajadores desde Estados Unidos. Todo cabe en un cajón sabiéndolo acomodar, y lo que parece, en cambio, es que requiere una fuerte sacudida.

Así se define la agenda de los "comunicadores", casi todos tan esencialmente iguales en sus espacios en radio y televisión, donde dicen casi lo mismo y de formas tan similares; parecen cortados por un mismo patrón. Así se fija también la agenda de los organismos empresariales que hoy se erigen, de modo un tanto excedido, como representantes de la sociedad que exigen respuestas, "los cómos", les gusta decir, de los candidatos en pugna. Así se plantea la posición desde algunos espacios intelectuales que se proponen observar con microscopio lo que hacen y dicen los aspirantes a la presidencia. Pero ¿es que se debe preguntar, ya sea en los noticiarios o por medio de misivas, cuando lo único que se espera escuchar es lo que uno quiere? O bien, ¿es útil aplicar una lente cuando ya se sabe lo que no se quiere ver? Todos están en campaña.

De modo creciente se van vaciando de contenido intelectual y práctico los términos "sociedad" y "ciudadanía" y, entonces, se llenan con las posiciones de los grupos que son capaces de imponer sus intereses. La gente que constituye a los ciudadanos y a la sociedad se hace una masa informe, que sólo tiene, finalmente, el poder de su voto.

 
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