Editorial
DF: el PRD, contra sí mismo
Antes, durante y después de su proceso de selección de candidaturas para las jefaturas delegacionales y las diputaciones locales y federales en la capital del país, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) mostró un alarmante e inaceptable atraso político: campañas de descalificaciones y denuestos entre los aspirantes, entregas de despensas a cambio de sufragios, acarreos de votantes, actos y conatos de violencia e intentos de manipulación de la documentación electoral fueron algunas de las prácticas exhibidas por las tribus que se disputan el pastel electoral. Como resultado, tras la elección preliminar del domingo han proliferado las impugnaciones, se han recrudecido los jaloneos entre corrientes y el servicio electoral anuncia la presentación de denuncias penales por algunos de los delitos descubiertos en la jornada comicial.
El cochinero del perredismo capitalino ha puesto en evidencia el desgaste y las distorsiones que afectan al sol azteca como resultado del ejercicio de gobierno, así como la incorporación al partido de un vasto conjunto de caciques sin principios ni escrúpulos y de agrupaciones informales de colonos, de taxistas, de ambulantes más bien mafiosas, sin otro propósito que convertir en capital político de los dirigentes las necesidades de sus afiliados. Por otra parte, en el proceso se ha puesto de manifiesto la candidez inconmensurable de la dirigencia nacional del PRD, la cual, días antes de los comicios del domingo, dio por "inexistente" el liderazgo de René Bejarano. Si bien éste fue formalmente expulsado de las filas perredistas, el bejaranismo dio pruebas sólidas de su existencia y demostró que sigue siendo una carga nefasta y un ominoso factor interno para el instituto político.
En el curso del año pasado se ha dicho, con humor y no sin razón, que los principales promotores políticos de Andrés Manuel López Obrador, aspirante presidencial del sol azteca, han sido el gobierno foxista y la dirigencia priísta, los cuales, en su empeño por abortar con procedimientos turbios la candidatura del ex jefe del Gobierno capitalino, lo victimizaron a tal punto que contribuyeron a volcar hacia su figura las simpatías mayoritarias de los votantes. Hoy sería posible agregar otra paradoja: si López Obrador debe a Los Pinos y al PRI parte de su popularidad, tal vez sea de su propio partido, este PRD incivilizado y tribal que se exhibió el domingo, de donde surja el mayor obstáculo para su aspiración de llegar a la Presidencia.
En términos generales, la persistencia del primitivismo cívico, del clientelismo y del mangoneo corporativo de los sufragios resulta inaceptable en cualquiera de los institutos políticos con registro en el país, pero es doblemente indignante cuando se presenta en un partido que tiene la revolución democrática por nombre y por divisa y que para muchos ciudadanos sigue representando, pese a sus lastres e inconsecuencias, el único instrumento existente para impulsar, por la vía institucional y pacífica, un cambio de fondo en las injustas estructuras sociales, en la política económica depredadora y en el aparato de la administración pública, corrompido en todos sus niveles.
Por último, aquellos que hoy, en medio de la rebatiña por las candidaturas, socavan la credibilidad y la autoridad moral del PRD, dilapidan y traicionan también una larga historia de luchas colectivas y personales. La conformación de ese instituto político, no habría que olvidarlo, está cimentada la muerte, la desaparición, la tortura y la cárcel que padecieron incontables luchadores y activistas políticos y sociales, así como por movimientos sindicales y agrarios y por esfuerzos organizativos de la sociedad civil que se enfrentaron a la represión implacable del autoritarismo priísta.
Confrontados con esa historia y con un elemental sentido cívico, los actuales desfiguros de los perredistas capitalinos son una vergüenza.