Claroscuros de Steven Spielberg en Munich
El filme deja de lado la lucha palestina, pero ilustra la inmoral y perversa ley israelí del talión
Munich, de Steven Spielberg, es absolutamente brillante. Ya escucho gruñir a los lectores. El estreno en Gran Bretaña será el próximo viernes, pero en Estados Unidos ya se han producido condenas de árabes a la película, que relata el asesinato de palestinos perpetrado por Israel después de la matanza de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich, en 1976. Afirman que es una diatriba antiárabe que deshumaniza a todo un pueblo víctima del despojo y la ocupación.
Grupos judíos han dado a entender que Spielberg ha deshonrado sus raíces hebreas al mostrar a agentes del Mossad como asesinos carentes de fe que, a final de cuentas, llegan a despreciar a su país. Debe haber algo interesante aquí, me dije al sentarme, al otro lado del Atlántico, a observar esta superproducción que habla de asesinatos y baños de sangre.
Hay mucho de estremecedor: la matanza de los atletas intercalada con escenas del líder de los asesinos israelíes, Avner, copulando con su esposa en un departamento de Nueva York; la muerte a manos de israelíes de una prostituta holandesa que había tendido una trampa a un miembro del Mossad para que lo mataran -desnuda y sangrando, cruza el piso de su barca en el canal, tratando de respirar a través de una herida de bala en el pecho-, así como el lugar común del año sobre Medio Oriente. Ocurre cuando Avner, en una escena por completo ficticia, habla con un refugiado palestino armado a quien más tarde dará muerte. "Dime una cosa, Alí -le pregunta-: ¿De veras extrañas los olivos de tu padre?"
Por supuesto que Alí los extraña. Pregúntenle a cualquier palestino de las inmundas barriadas de Ein ek-Helwe o Nahr el-Bared, o de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Líbano, y obtendrán la misma respuesta. Es una escena efectista y mañosa, en la cual se contrasta el enfoque pulido y filosófico de Avner con la ríspida y nada refinada furia palestina.
Muchas otras cosas están mal. De la narrativa fílmica se elimina un hecho real: el asesinato, perpetrado por ese mismo equipo del Mossad, de un inocente mesero marroquí en Noruega, supongo que para evitar la vergüenza de mostrar más tarde a uno de los matones escondiéndose en el departamento del agregado militar israelí en Noruega, revelación que no favoreció mucho las relaciones de Israel con las naciones escandinavas.
Con todo, la cinta de Spielberg ha cruzado un camino fundamental en el tratamiento que da Hollywood al conflicto de Medio Oriente. Por primera vez observamos que los espías y matones israelíes del más alto nivel no sólo cuestionan su papel de vengadores, sino de hecho llegan a la conclusión de que la ley del talión no funciona, es inmoral, es perversa. Matar a un hombre armado palestino -o a un palestino que simpatice con los asesinos de Munich- sólo produce seis más que toman su lugar. Uno por uno, los propios miembros del equipo de exterminio del Mossad son cazados y ejecutados. Inclusive, Avner calcula que cada vez que liquida a un palestino cuesta un millón de dólares.
Y el final del filme -cuando el superior de Avner en el Mossad va a Nueva York para persuadirlo de que regrese a Israel, pero es rechazado cuando no puede aportar pruebas de la culpa de los palestinos asesinados y se marcha molesto por la invitación de Avner a compartir el pan en su casa- sugiere, por primera vez en la pantalla grande, que la política israelí de militarismo y ocupación es inmoral. Que luego la cámara se mueva a la izquierda de los dos personajes y capte una imagen digitalizada de las Torres Gemelas a través de la niebla es lo que yo llamo un lacrimógeno. Sí, Steve, dije entre mí, gracias... pero ya habíamos captado el mensaje.
Sin embargo, ésa es la cuestión. Este filme echa abajo todo el mito de la invencibilidad y la superioridad moral de Israel, sus dudosas alianzas -uno de los personajes más simpáticos es un anciano jefe de la mafia francesa que ayuda a Avner- y su arrogante presunción de que tiene derecho a cometer crímenes de Estado cuando otros no.
De manera quizás inevitable, el autor del libro en el que se basa Munich -George Jonas, autor de Vengeance (Venganza)- se ha empeñado en destruir a Spielberg. "Uno no alcanza la altura moral siendo neutral entre el bien y el mal", dice. Lo que distancia al público de la película es "tratar a los terroristas como personas... en su esfuerzo por no satanizar a seres humanos, Spielberg y Kushner (Tony Kushner, el guionista principal) terminan humanizando a demonios". Sí, pero de eso se trata, ¿o no? Llamar terroristas a seres humanos los deshumaniza, sean cuales fueren sus antecedentes. El ¿por qué? -pregunta prohibida después de los crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre de 2001- es el mismo que todo policía inquiere en la escena del crimen: ¿cuál fue el motivo?
Con la presumible intención de coincidir con el filme, Aaron Klein ha presentado un nuevo libro en Munich, publicado por Random House. Como ha dicho un crítico, describe a los mismos esbirros del Mossad como escuadrones de la muerte que asesinan a sangre fría, más que como mercenarios sin fe. En un contexto muy distinto, es interesante enterarse de que Klein, capitán de la unidad de inteligencia del ejército israelí, también es, por mera casualidad, corresponsal de asuntos militares de la revista Time en Tel Aviv. Supongo que esa augusta revista pro israelí designará en breve a un militante de Hamas como reportero de asuntos militares en Cisjordania.
Pero, una vez más, todo esto nos desvía de lo importante. No se trata de si Spielberg cambia el carácter de sus matones -o de si en la cinta Malta aparece como Beirut y Budapest como París-, sino de que la estructura de súper moralidad de Israel es puesta bajo severo y acerbo examen de conciencia. Hacia el final, Avner incluso irrumpe en el consulado israelí en Nueva York porque cree que el Mossad ha decidido liquidarlo también.
Así pues, he aquí el verdadero reto para Spielberg. Un amigo musulmán me escribió para recomendarme La lista de Schindler, pero preguntaba si el director continuaría la historia con un filme épico sobre el despojo a los palestinos que vino después de la llegada de los refugiados de Spielberg a Palestina. Pero no: el director se saltó 14 años, hasta Munich, y adujo en una entrevista que el verdadero enemigo en Medio Oriente es "la intransigencia". No es así: el verdadero enemigo es despojar a un pueblo de la tierra que le pertenece.
Entonces, pregunto: ¿tendremos una cinta épica de Spielberg sobre la catástrofe palestina de 1948 en adelante? ¿O será que, como esos refugiados desesperados por visas en la película de guerra Casablanca, nos quedaremos esperando?
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya