Usted está aquí: jueves 26 de enero de 2006 Opinión Palestina: comicios bajo ocupación

Editorial

Palestina: comicios bajo ocupación

La sociedad palestina realizó ayer, por primera vez en 10 años, unas elecciones legislativas ejemplares: en paz, legalidad y pluralismo y con alta participación, que llegó a 85 por ciento del padrón, en Gaza, y a 74 por ciento en Cisjordania. Tales hechos podrían considerarse rutinarios en otros sitios, pero en la Palestina ocupada constituyen una hazaña social, porque los comicios se realizan en medio de una economía en ruinas, bajo la constante amenaza de las agresiones armadas de Tel Aviv y en un territorio mutilado, desgajado y fragmentado por la colonización israelí, por las estrategias de limpieza étnica y por el muro infame que construyó el gobierno ocupante, una muralla que aísla a los campesinos de sus tierras de labranza, a los alumnos de sus escuelas, a los enfermos de los hospitales, a los creyentes de los templos y a los votantes de las urnas.

La elección se llevó a cabo, además, con el telón de fondo de las descaradas injerencias estadunidenses, europeas e israelíes, que buscaban marginar del proceso a Hamas, la organización que se atribuye varios de los atentados terroristas contra Israel, e imponer como primer ministro al ex titular de Finanzas Salam Fayad. A estos obstáculos casi insalvables debe agregarse, como factor de dificultad adicional, el desgaste institucional causado por la corrupción que aflora en la todavía principal fuerza política palestina, el movimiento Al Fatah, del presidente Mahmud Abbas, fundado por el extinto Yasser Arafat.

Los resultados preliminares de la elección confirmaron a Al Fatah como la mayor fuerza política palestina, toda vez que habría obtenido cerca de 42 por ciento de los sufragios, pero arrojan también un importante retroceso del oficialismo y la consolidación de Hamas como la segunda, con algo así como 39 por ciento de los votos. En cuanto al partido La Alternativa, de Fayad, favorito de Washington, habría conseguido sólo 3 por ciento de los sufragios y dos de los 132 escaños en disputa.

La irrupción de Hamas en los escenarios electoral e institucional palestinos es un fenómeno sin duda perturbador, en la medida en que esa organización se plantea nada menos que la destrucción de Israel y respalda los ataques dinamiteros contra la población civil del país ocupante. Su avance puede explicarse por las redes de solidaridad creadas por esa organización en los territorios ocupados y por su compromiso de combatir la corrupción, pero también, y acaso en primer lugar, por la exasperación de la ciudadanía palestina ante los amargos resultados que le deja el proceso de paz y negociación impulsado por Arafat y por Abbas: con la complacencia de Estados Unidos, la Unión Europea y la ONU, la pacificación fue descarrilada por Ariel Sharon, cuyas provocaciones llevaron al estallido de una segunda Intifada, a la que Tel Aviv respondió con represión implacable, con el reforzamiento del cerco a la población civil palestina, con confiscaciones adicionales de tierras y con la erección de una cortina de hierro, que no garantiza, desde luego, la seguridad de los ciudadanos israelíes, pero sí destruye la unidad geográfica de Cisjordania e incrementa los rencores históricos en el bando árabe del añejo conflicto. Al aislar, hostigar y debilitar a los promotores de la paz en el lado palestino ­un solo caso: el amañado juicio en el que se sentenció a varias cadenas perpetuas a Marwan Barguti, uno de los principales líderes de Al Fatah­, el régimen de Tel Aviv provocó, como consecuencia lógica, el fortalecimiento político de los partidarios de la guerra.

Sin ningún pudor, el primer ministro interino de Israel, Ehud Olmert, reaccionó a los resultados preliminares afirmando que no aceptará que "Hamas forme parte de la Autoridad Palestina". Una actitud semejante fue expresada por el gobierno estadunidense, por boca del propio George W. Bush.

Hamas recurre al terrorismo, de eso no hay duda, y es lamentable. Pero los gobernantes de Washington y Tel Aviv, practicantes consuetudinarios del terrorismo de Estado, carecen de autoridad moral para descalificar como interlocutor a una posible autoridad palestina en la que participe esa organización islámica. Si los representantes de los territorios ocupados tuvieron que acceder a reunirse con Sharon, responsable de las masacres de civiles perpetradas en Sabra y Chatila, Líbano ­y partícipe o promotor de otros crímenes de lesa humanidad realizados con anterioridad por las fuerzas paramilitares y militares israelíes­, tarde o temprano las autoridades del Estado hebreo tendrán que negociar con grupos vinculados al terrorismo fundamentalista, fenómeno que ha sido alimentado y fortalecido, a fin de cuentas, por la violencia y la crueldad de los ocupantes.

Por su parte, la sociedad palestina ha dado prueba, en condiciones de extrema dificultad, de civismo y vocación democrática ejemplares.

 
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