Nuevo Pedro Páramo en francés
La primera traducción de Pedro Páramo al francés apareció en la editorial Gallimard en 1959, o sea cuatro años después de su publicación en el Fondo de Cultura Económica. Hoy aparece una nueva traducción de acuerdo con el texto original establecido en México en 2005 con motivo del cincuentenario de la primera edición de la novela.
Esta nueva traducción ha provocado una considerable renovación del interés que suscita Juan Rulfo, en adelante autor fundamental de la literatura en lengua española del siglo XX. En efecto, la primera traducción al francés no despertó el interés general: cabe reconocerlo, la reputación de Rulfo no había salido del círculo de especialistas en Europa y los apasionados por América Latina. Quizá fue víctima, de alguna manera, del éxito de los escritores agrupados bajo el término del boom, quienes se apoderaron de todo el terreno, sin por ello dejar de reconocer su deuda al genio de Juan Rulfo. Y el autor de Pedro Páramo era a la vez demasiado discreto y demasiado orgulloso para ocuparse de su publicidad.
Tras sus apariencias sobrias, lacónicas, orales, hecho de murmullos y silencios, la escritura de Pedro Páramo es una hilera de trampas al traductor que se lanza en esta ardua tarea. Sin embargo, es la segunda vez que alguien se atreve a traducir la obra maestra de Juan Rulfo al francés.
¿Cómo traducir el silencio?, es la pregunta que surge ante las páginas de esta novela. Porque la escritura de Pedro Páramo está hecha con el ritmo de los silencios arrullados por los murmullos de los muertos. Ecos que resuenan en un pueblo fantasma. La gente que se adentra se muere de miedo. Y el traductor que emprende esta proeza comprende muy pronto que camina por un desfiladero rodeado de abismos. Debe vigilar sus pasos y sus palabras: el peligro acecha en cada uno y cada una. Se trata de traducir, en el caso de esta narración, los susurros, los suspiros, el significado, los silencios, el ritmo y la música.
La traducción anterior poseía virtudes diversas. No puede decirse que estuviese caduca. Fue un excelente trabajo de Roger Lescot editado en 1959 por Roger Caillois, director de la célebre colección La Croix du Sud. Más apegada a la lengua española, Lescot tomó la decisión de dejar en el texto los mexicanismos en vez de buscar palabras equivalentes aunque no fuesen por completo fieles al texto de Rulfo. Gabriel Iaculli, responsable de la actual traducción de Pedro Páramo, tomó la decisión contraria, lo cual evita al lector notas al pie de página y le facilita la lectura. No fue éste su principal problema: fueron la musicalidad de los susurros y los silencios cargados de significado. Iaculli, quien ya había traducido El llano en llamas, no cesó de preguntarse a lo largo de su trabajo "cómo traducir una línea en español de Rulfo que requeriría cuatro líneas en francés", tal es el peso de sus silencios, los significados secretos que toca al lector descubrir en los espacios blancos. Puedo afirmar que Gabriel Iaculli ganó su apuesta: Pedro Páramo en francés se impone a los lectores con ligereza, permitiendo respirar el olor que la lluvia reanima al caer en la tierra, el aroma de las flores; sentir el calor que, sin aire, quema hasta los huesos; escuchar murmullos y suspiros de adiós; mirar los sueños de Susana y del niño Pedro; oír los ecos de las voces de los muertos; mirar vivir la vida en México como si se estuviera ahí.
La aparición de esta nueva traducción de Pedro Páramo ha ocupado las secciones de libros de los diarios franceses, así como los programas de radio y televisión consagrados a la literatura. Los elogios ditirámbicos abundan. Incluso de parte de algunos presentadores que no tienen tiempo de leer. Uno de éstos confundió el nombre del autor con el de Pedro Páramo. No es la primera vez que tal quiproquo le sucede a Juan Rulfo. Recuerdo su tímido orgullo cuando me enseñó una carta proveniente de un país de Europa oriental que el cartero supo entregarle y en cuyo sobre estaban escritos el nombre: Pedro Páramo, y la dirección: ciudad de México.
Esos eran los orgullos de mi tan querido Juan Rulfo.