Los jacobinos bolivianos en su primera semana
Ampliar la imagen Una residente de El Alto, Bolivia, alimenta a su hijo con leche de burra Foto: Ap
E l símbolo, todos lo sabemos, tiene una ambigua y cambiante relación con la realidad que en él se expresa, se condensa o se sublima. La política y el poder, como toda actividad relacional entre seres humanos, está cargada de símbolos, signos y señales. Cuando el poder cambia de manos (o es apenas el gobierno el que lo hace, pues el poder de veras sigue en otro lado) ese cambio necesita manifestarse en la dimensión simbólica; y, para que ésta sea efectiva, todos los sujetos de ese poder -de esa relación de mando/obediencia, sea ésta monárquica, republicana, revolucionaria, comunitaria o mafiosa, como en las escenas finales de El Padrino- deben entender y compartir los símbolos de esa trasmisión. De ahí el carácter solemne y ceremonial que este acto adquiere.
En Bolivia hubo tres ceremonias de asunción del mando presidencial por parte de Evo Morales: una según el ritual religioso indígena en Tiwanaku, el 21 de enero; la segunda según el ritual republicano y constitucional, en el Congreso de la Nación; la tercera según los modos de la democracia plebeya, en la Plaza de los Héroes o Plaza San Francisco, lugar tradicional de las concentraciones y batallas populares en La Paz.
La necesidad de tres rituales sucesivos y diferentes sugiere la complejidad y la no resuelta fragilidad de la relación de mando/obediencia en el caso boliviano; y la importancia que, en una situación tal, adquiere la dimensión simbólica.
Cuando el poder se afirma en rutina aceptada por todos y el pueblo se vuelve indiferente u hosco hacia él, esa dimensión se encierra en las instituciones y en sus pomposos rituales, en el recinto del Congreso por ejemplo, y es una operación necesaria e interesante sólo para los miembros de la clase o élite gobernante, los políticos profesionales ante todo, pues se trata de un relevo entre ellos, que todos se conocen, se palmean y se abrazan. Piénsese en la tristeza desolada del Zócalo de la ciudad de México la noche de la elección de Ernesto Zedillo en1994 o en la falsedad del ritual según el cual Socorro Díaz en 1988 colocó la banda presidencial a quien no había ganado la elección, Carlos Salinas de Gortari.
De todos modos, cuando la trasmisión se opera dentro de un mismo régimen político, los símbolos y las señales son rutina, e interpretarlos es trivial tarea de políticos y politólogos, siendo éstos, según entiendo, los especialistas en estudiar los comportamientos de aquellos en tanto especie.
Ahora bien, si nos atenemos a las declaraciones del presidente Evo Morales en su discurso inaugural, el régimen político establecido en la Constitución de la República de Bolivia, según el cual él mismo fue electo, sólo se mantendrá en vigencia en tanto se reúna la Asamblea Constituyente que el presidente propone instalar, por voto universal, en el próximo mes de agosto. Si, como es su intención declarada, la tarea de esa Asamblea será refundar la República, refundar Bolivia, entonces lo que hasta entonces se estará viviendo es un interregno, un espacio temporal entre dos regímenes políticos, cuán diferentes entre si no lo sabemos todavía.
En este espacio la dimensión simbólica de los actos de gobierno adquiere una importancia singular como anunciadora y condicionante de las características del futuro régimen político en gestación desde la abrumadora victoria electoral de Evo Morales y del Movimiento al Socialismo en diciembre pasado. Si esa dimensión, empero, perdiera contacto con cambios urgentes en la realidad que el pueblo espera, dejaría de ser símbolo de algo para convertirse paulatinamente en discurso vacío.
Desde esta perspectiva quiero considerar algunas de las importantes decisiones que el nuevo gobierno boliviano ha comenzado a tomar, analizándolas a la luz de tres sencillos principios aprendidos en la práctica antes que en las lecturas:
a) Lo que no logres cambiar en tu primer año de gobierno, ya nunca lo cambiarás; y, a la inversa, lo que de veras cambies te abrirá espacio para nuevos cambios. b) En la política, como en el futbol, el otro bando también juega. c) En la civilización del capital ese otro bando es un enemigo perverso, poderoso, experto y además seductor, que pondrá en juego todos los recursos que la ingenuidad, la impreparación o la desmovilización de sus adversarios le permita utilizar.
En la primera semana del nuevo gobierno de Morales y García Linera, veamos algunos de sus símbolos.
En el ramo de Justicia el presidente designó titular a Casimira Rodríguez, una organizadora y dirigente del Sindicato de Trabajadoras del Hogar, sector social que, como pocos, sufre la discriminación, la desprotección, las injusticias y el racismo dominantes en la sociedad boliviana. En el Ministerio de Relaciones Exteriores nombró a David Choquehuanca y en el de Educación a Felix Patzi, ambos reconocidos intelectuales indígenas, y en el Ministerio de Gobierno a una mujer, Alicia Muñoz, quien es así la jefa de los cuerpos policiales.
Los sueldos de presidente, vicepresidente, ministros del gobierno y legisladores se rebajan a la mitad. El sueldo del presidente era 35 mil bolivianos mensuales (a ocho bolivianos por dólar). Se rebaja a 15 mil bolivianos, lo cual reajustará a la baja todos los demás sueldos de la administración pública superiores a esta cifra, pues ningún funcionario puede ganar más que el presidente. El total de esta rebaja de sueldos se calcula en 27 millones de bolivianos, que irían a educación y salud. Se supone que deberán seguir el mismo camino los otros dos poderes del Estado.
El horario de trabajo del presidente, su gabinete y sus colaboradores cercanos empieza a las seis de la mañana.
La residencia presidencial, situada en un barrio rico de La Paz, será habitada por el presidente, el vicepresidente y los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados, todos juntos y al mismo tiempo.
Veamos algunas realidades que también son símbolos.
En el Ministerio de Hidrocarburos, que tendrá que enfrentar la dura realidad de tratar y negociar con las empresas petroleras, en primer lugar Repsol-YPF, nombró a Andrés Soliz Rada, estudioso de la industria petrolera, crítico público de sus abusos y partidario declarado de la nacionalización de los hidrocarburos, quien ha ordenado auditar los informes de las empresas petroleras y propone revisar en el Parlamento los contratos de éstas y de las empresas mineras para ver si son o no legales: "Bolivia no puede exportar minerales por más de 100 mil millones de dólares y sólo quedarse con 20 mil millones", dijo.
Como Ministro sin Cartera responsable de Aguas, nombró a Abel Mamani Marca, dirigente vecinal de El Alto y adversario de la privatización del agua y de las empresas que hoy la detentan.
Creó el Viceministerio de Coca y Desarrollo Integral, con un dirigente cocalero a cargo, Felipe Cáceres, y le dio posesión en el Chapare, la región en la cual Evo Morales fue dirigente cocalero. Lo saludó allí una guardia sindical y se le cuadró la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico. Refirmó que se debe respetar el acuerdo de que cada una de las 23 mil familias que cultivan coca en la región mantengan una extensión de 40 por 40 metros (un cato) cada una para su cultivo: "En nuestro gobierno jamás habrá la llamada coca cero (...) Luchamos contra el narcotráfico, no contra el cocalero".
Nombró a un empresario de Santa Cruz, Salvador Ric Riera, como ministro de Servicios y Obras Públicas, una prenda de alianza con el empresariado, según comentó el cotidiano La Razón.
Declaró que respetará y cuidará "la estabilidad macroeconómica" y abrirá nuevas negociaciones con el BID.
Anunció la próxima derogación del decreto 21060, del año 2005, que impuso la flexibilidad laboral, los cierres de minas, el derecho patronal al despido sin causa ni indemnización y la privatización generalizada de los bienes de la nación.
Veamos por fin dos o tres realidades que parecen ser reales.
Evo Morales removió toda la cúpula militar pasando a reserva a dos generaciones de generales, lo cual provocó en algunos de éstos reacciones de abierta indisciplina que no pasaron de allí, al menos por ahora. El motivo declarado no fue la represión de octubre de 2003, sino la entrega clandestina a Estados Unidos, para su desactivación, de 41 misiles chinos pertenecientes al ejército boliviano en el año 2005: "si se confirma es traición a la patria", dijo el nuevo presidente.
Encargó al futuro embajador en Estados Unidos, Sacha Llorenti, destacado defensor de derechos humanos, gestionar con rapidez la extradición del ex presidente Gonzalo Sánchez de Losada, depuesto por la insurrección popular de octubre de 2003, para ser juzgado en Bolivia por esa masacre y otros delitos.
Estrechó la alianza y los intercambios con Venezuela y Cuba y las relaciones cercanas con los presidentes de Argentina y Brasil, en especial en las negociaciones para la construcción del futuro gasoducto sudamericano.
Este el inicio de la preparación para las elecciones para la Asamblea Constituyente y, al mismo tiempo, para la consolidación en los hechos del programa anunciado por el nuevo gobierno, surgido de una serie de movilizaciones e insurrecciones populares que, derribando o impidiendo gobiernos provisorios, obligaron a la convocatoria adelantada de elecciones generales, conquistaron e hicieron suyo el terreno electoral e impusieron por esa vía a este gobierno que ahora cumple su primera semana.
En las calles bolivianas, en las casas, en las conversaciones, se percibe calma después de la euforia del triunfo, una calma nueva en todos los sectores después de los temores y las violencias constantes de los años pasados. Lo que viene, sin embargo, no es fácil. Desde el otro lado habrá reacción. Los que ahora fueron derrotados están ahí, esperan desquite, se reagrupan en torno a grandes intereses regionales, tienen recursos y aliados poderosos y son violentos. Gobernar en estas condiciones, en nuestros países y en estos tiempos es un desafío que incluye disputas internas y amenazas externas.
En estos días iniciales, la combinación de símbolos y realidades desde arriba y expectativas y esperanzas desde abajo tiene algo de vértigo. Pero así es cuando estas cosas suceden.
¿Quiénes son estos gobernantes bolivianos? ¿Qué nombre les pondremos, si se dicen socialistas pero hablan de la necesidad de un Estado fuerte y un "capitalismo andino-amazónico"? Llamarlos "populistas" no sirve para nada, porque la palabra misma, en su empleo actual, no define ni quiere decir nada: es un adjetivo, antes que un nombre. Dos compañeros de la revista Sinpermiso, uno catalán, el otro porteño, me llamaron desde Buenos Aires después de haber oído el discurso inaugural de Evo Morales. "Este es un Robespierre andino", dijeron. Me quedé pensando, tan lejos aquel París de esta Bolivia, tan lejos el iluminismo del pensamiento comunitario indígena. Pero, me dije, de la trilogía "Libertad, igualdad, fraternidad", el término que en este pensamiento indígena es el más fuerte es el tercero, "fraternidad", ese que el capital detesta en todos sus alcances.
Estos que aquí ahora gobiernan no son comuneros, son urbanos. Pero los está impulsando el viento que desde allá sopla y que hace remolinos con el de los innumerables oficios que el neoliberalismo esparció en las ciudades. Si a éstos que ahora aquí gobiernan algún nombre clásico les toca, es el de jacobinos.
Pues sí: tan como nuestro abuelo, el general Francisco J. Múgica, era un jacobino mexicano, estos que aquí gobiernan y ni lo conocieron son los nuevos jacobinos bolivianos.