Indefensión total de víctimas de Succar Kuri
Las redes del pederasta les tendieron una trampa para que se retractaran: ONG
Ampliar la imagen Imagen del concierto No más feminicidios, organizado el 21 de enero pasado en el Zócalo capitalino Foto: Roberto García Ortiz
Pobreza y pederastia es un binomio que en ocasiones termina siendo vendido en forma de pornografía infantil cibernética. Esta es la tesis central del libro Helado y patatas fritas, del argentino Hernando Zin, sobre la prostitución de niños en las calles de Camboya. Chicos que por un helado o una bolsa de papitas son inducidos a intercambiar "favores" sexuales con viejos pedófilos.
Tres jóvenes mujeres de Cancún tienen un denominador común: leyeron este libro con ojo profesional. Las tres laboran en el Centro Integral de Atención a la Mujer y sus Hijos -Claudia Fronjosá, sicóloga; Darney Martínez, coordinadora del refugio, y Edith Rosales Flores, coordinadora de trabajo social-, que dirige, en esa ciudad caribeña, la periodista Lydia Cacho.
Nunca imaginaron que poco después de leer el libro, entre los muchos que consultan como parte de su labor profesional, se involucrarían en el tremendo abismo en el que caen las niñas y niños atrapados en las redes de pederastas que, además, los explotan comercialmente en páginas de Internet. Estudios sobre el tema revelan que este tráfico hoy en día capta más dinero, inclusive, que la trata de blancas y la prostitución de adultos. Es, según la Interpol, el delito contra menores que más ha proliferado en los últimos años.
Esto fue lo que ocurrió cuando llegó a las puertas del CIAM el caso de Jean Succar Kuri. Cinco niñas y niños de Cancún demandaron al empresario pederasta -hoy preso en Chandler, Arizona- por explotación sexual y pornografía infantil. En medio del escándalo y la histeria social que levantó la revelación de la red de Succar, este grupo de víctimas radicó durante tres meses en el albergue del CIAM cancunense a partir de noviembre de 2003. Y en ese periodo pudieron expresar en ese ambiente solidario las historias que vivieron al lado de Jean Succar Kuri.
Noventa días de dolor
Dos años después, las activistas del centro se apegan a las normas de su organización para proteger la identidad de los menores y, a pesar de que sus nombres se ventilaron profusamente, ellas siguen protegiéndolos. Sus sobrenombres: Emma y Karina, Cintia, su hermano Javier, Karla y las mamás Lorena Cetina Bacelis, Leticia Lugo Bacelis y Celia Arano Mora. Con ellas y ellos convivieron noche y día por cerca de 90 días; hablaron horas interminables, enjugaron ríos de lágrimas al poner al descubierto episodios que dañaron los reductos más íntimos del grupo.
Y más dolió, cuentan, cuando después de ese incipiente trabajo de rescate, aun con las heridas sicológicas expuestas, las víctimas volvieron a caer en las bien tejidas redes de Succar Kuri, a quien la PGR reclama en extradición para ser juzgado por abuso de menores y por operar una red de pornografía infantil.
"Cuando las niñas se decidieron a denunciar las violaciones y explotación, en algunos casos hasta por cinco años, lejos de ser protegidas, fueron expuestas al morbo público", explica Edith.
Como si no bastara tener que abrir su intimidad y enfrentarse a sentimientos profundos y contradictorios ante extraños, las autoridades de Quintana Roo omitieron proteger la identidad, dignidad y seguridad de quienes tenían el deber de proteger. La entonces directora de averiguaciones previas de la Procuraduría de Justicia Estatal, Leydi Campos, ordenó que los niños denunciantes fueran recluidos, contra toda norma, en el DIF estatal y aislados de sus madres. Y la subdirectora del DIF cancunense, Maribel Villegas Canché, amenazó a las madres con "meterlas a la cárcel" por "vender a sus hijas e hijos".
Durante tres semanas, sus nombres reales y sus fotografías -en situación de abuso sexual- fueron entregadas a los medios de comunicación, expuestos y difundidos. También entregaron a los reporteros locales sus direcciones e inclusive números de teléfonos celulares. Las niñas fueron acosadas por informadores desconsiderados, hasta que la abogada Victoria Acacio, de la organización Protégeme, las canalizó al CIAM. Ahí, la directora Lydia Cacho, Claudia, Darney y Edith, entre otras, abrieron sus puertas y corazones.
Cuatro calzoncillos fuertemente amarrados
En el terreno terapéutico, explica Fronjosá, la sicóloga, "en tan corto tiempo, sólo pudimos manejar una intervención para contención de crisis. Con las mamás abordamos el duelo por la terrible victimización de la que fueron objeto; trabajamos sus sentimientos de culpa para que asumieran que ellas también fueron víctimas. En ese proceso, pudimos observar claramente un patrón de conducta que es idéntico al de muchos otros casos de pederastia."
El agresor elige cuidadosamente: familias pobres, desestructuradas, padre ausente, madres sin educación, que en su batalla diaria por llevar comida a sus casas se vinculan poco con las hijas. Depredador sin escrúpulos, se presenta como omnipotente en esos hogares donde falta de todo: él tiene todo en abundancia, todo lo puede. Alterna las dádivas, las amenazas y los castigos para lograr el sometimiento. Succar llevaba a su esposa Gloria Pita cuando pasaba a ver a las mamás y recoger a las niñas a las barriadas populares en automóvil de lujo. "Si la viera usted, tan arreglada, tan decente", dicen las mamás. La imagen de prestigio social las confundía. El pedófilo decía querer a las niñas "como un padre". Y admitió cínicamente en un video: "Y de que se las coja un desconocido a que se las coja su padre, mejor me las cojo yo".
Frente a este diagnóstico, Fronjosá abordó la terapia de las madres para reforzar los vínculos con los hijos. Al principio, cuenta la terapeuta, las madres lloraban todo el tiempo y negaban los hechos. Superar la negación, reconocer el daño y la agresión, ponerles nombre, estos fueron los primeros pasos: hacerles entender que ni las niñas provocaron a Kuri, ni ellas vendieron a sus hijos.
En cuanto a las niñas, que recibieron terapia con profesionales de Protégeme, la sicóloga describe cómo los vínculos de confianza que Succar establecía con las madres desarmaban a las niñas, lo que les impedía quejarse, protestar, acusar o negarse al sometimiento sexual. "La percepción de la realidad de las chiquitas está totalmente desestructurada. El hombre les regalaba cosas que sólo podían soñar: ropa, discman, objetos de moda para adolescentes. Pero también las aterrorizaba, les mentía, les distorsionaba los hechos. Ellas empiezan a no reconocer qué es verdad y qué es mentira. No logran ubicar al agresor, que se presenta como su padre, pero les hace daño. Es malo, pero es bueno. Son niñas con excesivo desarrollo de su sexualidad, que no corresponde a su edad cronológica. Pero al mismo tiempo, presentan una gran inmadurez emocional. Y tienen una gran necesidad de afecto. Creen que Succar les llenaba ese vacío. Tenían entre cinco y 13 años, edades cruciales en la formación de las personas", explica Fronjosá.
Crecieron creyendo que las aberraciones que padecían eran normales; que todos los "padres" hacen "eso" con sus hijas.
En el libro Los demonios del Edén, la periodista Lydia Cacho describe la escena de una de las primeras noches en el albergue, con las niñas: "Cintia se dirige a tomar un baño caliente, acompañada por la sicóloga. No quiere desvestirse. Por fin acepta. Poco a poco se despoja de la playera y dos camisetas. Viste cuatro calzoncillos, uno sobre otro. El último queda expuesto. Es blanco y sobre el resorte en buen estado tiene un listón fuertemente amarrado".
De nuevo en la trampa
En este centro, las víctimas permanecen en los refugios sólo el tiempo que ellas crean que es necesario. Cuando en Cancún se calmó el escándalo mediático y se sintieron más seguras ante las amenazas del DIF, las madres Lorena, Leticia y Celia decidieron volver a sus hogares con el compromiso de que continuarían yendo, ellas y sus hijos, a terapia. Una es trabajadora doméstica; la otra, vende artesanías en una de las tiendas del pederasta, y la tercera, la más atacada en los medios, es cantante en un bar; las tres mujeres socialmente vulnerables y únicas proveedoras de sus familias. Al menos dos de ellas siguen recibiendo, a la fecha, dinero del violador de sus hijos mediante un pariente, el "tío Ricardo", residente en Mérida, que desde el principio se opuso a que se presentaran las denuncias contra el pederasta que violó a sus sobrinas.
"Poco a poco se fueron alejando. Finalmente, con un pretexto u otro, abandonaron la protección del CIAM. Nos sentimos frustradas e impotentes. Sospechamos que gente de Kuri logró entrar en contacto nuevamente con ellas. Ya están nuevamente en la trampa. Pensamos que era cosa de tiempo que mediante amenazas las obligaran a retractarse".
Y así fue.