Desde temprana edad asumió a la pintura y a la escultura como hecho artístico
Murió Juan Soriano, una de las grandes figuras del arte universal
La serie de retratos de Lupe Marín, que impresionó a Francisco Toledo, constituyó su trabajo consagratorio
Recibió el Premio Nacional de las Artes en 1987, entre múltiples galardones
Ampliar la imagen Juan Soriano en la playa de Chachalacas, Veracruz, en 1940 * Lola Alvarez Bravo/ Colección Ava Vargas
Ampliar la imagen ENTREVISTA AL ESCULTOR JUAN SORIANO, EN SU CASA DE LA CONDESA. FOTO: MARCO PELAEZ Foto: MARCO PELAEZ
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El pintor y escultor Juan Soriano, uno de los grandes maestros mexicanos del arte en el siglo XX, murió a las 5:10 horas de ayer, a consecuencia de un paro cardiaco, en el Instituto Nacional de la Nutrición Doctor Salvador Zubirán.
Desde el pasado 25 de enero el artista permanecía hospitalizado, aquejado de una neuroinfección que se fue complicando hasta producirle la muerte.
Soriano nació el 18 de agosto de 1920 en Guadalajara, Jalisco. Hijo de Rafael Rodríguez Soriano y Amalia Montoya Navarro, su nombre de pila fue Juan Francisco Rodríguez Montoya.
Creció y se crió rodeado de mujeres, hecho que a la postre resultó decisivo en su vida y obra.
Así lo evocó su amiga, la escritora Elena Ponitowska, en un texto publicado en este diario en 1990, con motivo de los 70 años del pintor y escultor:
''De niño vivió entre tías (horribles, según él), hermanas (horrorosas y borrachas, según él), criadas (espantosas), primas (locas desenfrenadas), nanas (atolondradas), abuelas (criminales), amigas (cochinas), amigas de sus amigas (no sólo cochinas sino hipócritas), apestosas, greñudas, aprovechadas, monstruosas, todas ellas -cortejo de brujas-, en torno a él, chiquito, bonito, azulito, modosito.
''Lo apapacharon amorosamente, como si fuera de azúcar, meciéndolo entre sus blancos brazos, sobre sus dulces pechos, sin saber, las pobres tontas, que se estaban echando un alacrán al seno. Eso sí, vacilador y muy ocurrente.
''Soriano -continúa la descripción de Poniatowska- creció fuerte como de sarmiento, de madera buena sus brazos creativos, de madera su árbol de la vida, en las venas su savia verde, punzante árbol de la sabiduría (...)"
Sin vocación de niño artillero
A edad muy temprana, Soriano descubrió su gusto, primero por la escultura y después por la pintura.
Tenía 12 años cuando el pintor Jesús Reyes Ferreira, Chucho Reyes, lo hizo tomar consciencia de ambas disciplinas como un hecho artístico: ''Descubrí las primeras sensaciones que me ayudaron a llegar a la pintura, a la escultura, al teatro y a todos los tipos de expresiones artísticas que he cultivado''.
''De milagro -escribió Poniatowska- su papá no le dio un balazo de tan revolucionario que era. Pa'pronto se lo quería llevar a la guerra que libran los mexicanos, la de la pólvora y la de la escopeta. Juan nunca tuvo la vocación de niño artillero. A él, la Revolución siempre la cayó mal, y peor los revolucionarios. Lo que a él le gustaba eran las esferas de Jesús Reyes Ferreira, sus texturas, su forma de embarrar el papel así, al chaschás como quien no quiere la cosa, sus papeles de china, de esos que se rompen muy pronto, su efímera creencia en lo efímero, la proporción y el color de algunos muros, los ángeles que él adivinaba en el aire, los arcángeles de hoja de lata, el amarillo y el rosa de la tlapalería, la Catedral de Guadalajara y el curado de nanches.
''Empezó pintando a sus hermanas (horrorosas) y por poco se infarta la familia cuando lo descubrieron haciendo un desnudo de la más chiquita, la inocentita. A Juan siempre le ha gustado pegarle sustos a la gente, sacarla de su modorra, quebrarle la luz, decirle, mira, aquí están los añicos de tu lenguaje."
Su hermana Martha fue su ''adoración". En una entrevista para el libro Juan Soriano: niño de mil años, le contó a Elena Poniatowska que le gustaba mucho dibujar a Martha: ''Hice muchos dibujos de ella, me posó muchas veces desnuda. No era un cuerpo maravilloso, pero cuando joven tenía una figura bien agradable. Un día la agarré y le dije:
''-Ahí siéntate. Ahora eres mi modelo. Destápate toda y párate con los brazos pa'rriba que te voy a pintar como la Victoria de Samotracia.
''Y que le quito la ropa y que en ese momento entra mi mamá gritando:
''Pero, ¿qué es esto? Degenerados, se van a condenar. ¿Tú con tu hermana encuerada?
''Y yo le respondí tranquilísimo:
''La estoy pintando."
La influencia de Villaurrutia
En la casa de Chucho Reyes, Soriano conoció al arquitecto Luis Barragán y al pintor Roberto Montenegro; en los libros y revistas de ambos descubrió la pintura europea. En 1932 ingresó al taller Evolución, de Francisco Rodríguez, y un año después participó en una muestra colectiva de ese taller en Guadalajara.
Expuso óleos pintados sobre cartón. Personajes como Lola Alvarez Bravo, María Izquierdo y José Chávez Morado reconocieron la calidad de su obra, se asumieron como sus mentores y le recomendaron mudarse a la ciudad de México.
Elena Poniatowska escribió: ''Guadalajara olía a zapaterías, dice Juan, y no tardó en huir del olor a cuero curtido para ponerse a recorrer las calles, los cafés, las plazas de la ciudad de México y asombrarse del tosco talento de María Izquierdo, la belleza de María Asúnsolo, y la docilidad morena de la Virgen de Guadalupe".
A los 15 años llegó a la capital del país, junto con Martha. Por recomendación de sus mentores, Juan Soriano empezó a dar clases de dibujo en la Escuela Primaria de Arte, dependiente de la Secretaría de Educación Pública.
Por esos días conoció y entabló amistad con quien a la postre resultaría una influencia fundamental en su trayectoria, el poeta Xavier Vallaurrutia. Durante la 17ª Semana Cultural Lésbica Gay, en 2003, Soriano evocó así a Villaurrutia: ''Cada vez que pienso en él, es un placer tan grande acordarme de cómo era; de su manera de ser. Todo me gustaba. Fue un amigo extraordinario, pero me daba pena que no fuera tan valiente, porque era tan horrible vivir siempre con la zozobra de que te humillaran o te hicieran un mal chiste.
''Habíamos descubierto muchas cosas en nosotros que tratábamos de ocultar a todo el mundo, porque eran tan contrarias las ideas de la gente mayor que nos ocultaban la vida real; nos ocultaban los placeres de la carne, los placeres de la amistad, los placeres de ser cada uno como es y no como quiere la sociedad que uno sea.''
Entre 1936 y 1937 cursó estudios en la Escuela Nocturna de Arte para Obreros, donde tuvo como profesores a Santos Balmori y Emilio Caero. Balmori lo invitó a integrarse a la Liga de Escritores y Artistas revolucionarios (LEAR), con la que rompió dos años después.
Desde entonces se integró de lleno a la comunidad cultural en la ciudad de México. Trató, hizo amistad o empezó a trabajar con varios de sus integrantes más prominentes -mexicanos o exiliados en México- escritores, dramaturgos, pintores, poetas, músicos, directores de cine, bailarines, escenógrafos: Octavio Paz, María Zambrano, Ignacio Retes, Salvador Novo, Carlos Pellicer, Rafael Solana, Frida Kahlo, Lupe Marín, Carlos Mérida, Rufino Tamayo, Carlos Jiménez Mabarak, Agustín Lazo, Leonora Carrington, Jaime García Terrés, León Felipe, Elena Garro y Antonio M. Ruiz, El Corcito, entre otros
Creciente reconocimiento de la crítica
Hacia 1945 participó en sus primeras exposiciones colectivas fuera del país. En la década de los 50 del siglo pasado viajó por primera vez a Europa, realizando estancias en Roma y Creta.
En 1950 recibió el Primer Premio en el Salón de Invierno. A partir de entonces se sucedieron los galardones, las exposiciones y el reconocimiento creciente de la crítica.
Fueron años de intenso trabajo: pintaba, esculpía, dibujaba, hacía retratos, diseñaba escenografías y vestuarios para montajes de danza y teatro, ilustraba libros. Y de un modo u otro era un activo protagonista de acontecimientos trascendentales para la vida cultural mexicana.
A partir de 1961 se dedicó durante dos años a pintar obsesivamente a Lupe Marín: ''La vi todos los días durante dos años, hice muchos apuntes y pequeñas acuarelas tratando de agarrar la forma de sus ojos, cómo ponía los pies, cómo caminaba, busqué que se pareciera a ella pero sin ser una caricatura''.
Siempre que la veía -contó Soriano al respecto- ''la estaba retratando en mi mente, me obsesionaba esa belleza tan contraria a lo que consideramos una mujer bonita, era una belleza salvaje, animal, como un puma. Sus manos, su voz, su imaginación veloz, su ferocidad al enojarse, su gusto para vestirse, porque ella estudió corte y hacia su propia ropa, era grande, como las joyas que se ponía. Le hice su primer retrato en los años 40 y no le gustó. En 1960 le propuse hacer una serie y aceptó".
Sobre el tema, Elena Poniatowska escribió en La Jornada: ''Pintó a Lupe, una, otra, una y otra, obsesivo, otra vez, de nuevo, de vuelta, una y mil veces, en una serie terca, taladradora, alucinante, fuera de todo contexto, agobiante, extraordinaria, exhaustiva, la única serie de su vida, la definitiva.
''Lupe transfigurada, asaeteada, revivida, sus manos retorcidas, sus manos sueltas, sus manos de tengo manita, no tengo manita, sus ojos que echan un fuego color de jade, Lupe amarilla, violeta, de tolvanera y de barranca, Lupe, sus dientes perforando los siglos como el maíz perfora las tierras más secas y tepetatosas, Lupe a la deriva, Lupe en los huesos, Lupe sus huesos, Lupe perra, royéndose, Lupe que al fin y al cabo proviene de la misma tierra que Juan, la dolorosa, la ardida, la ardiente tierra de Rulfo y de Orozco."
La serie de retratos de Lupe Marín dio lugar a una exposición en la Galería Misrachi. La muestra impresionó al joven Francisco Toledo, quien sugirió la publicación de un libro, Juan Soriano: retratos y visiones, con un ensayo de Octavio Paz.
Ese fue el trabajo consagratorio de Soriano. En 1975 se instaló en París, donde se hizo amigo de Antonio Saura, Julio Cortázar y Milan Kundera. En 1987 obtuvo el Premio Nacional de Arte, el más importante que en esa disciplina otorga el gobienro mexicano y ese mismo año fue nombrado Caballero de las Artes y las Letras por el gobierno francés.
Entre las numerosas esculturas realizadas para espacios abiertos, destacan Paloma, que hizo para el Museo de Arte Contemporáneo (Marco) de Monterrey; Ola, para el World Trade Center de Guadalajara; la escultura monumental Luna, para la explanada del Auditorio Nacional en la ciudad de México, y Sirena, para Plaza Loreto, también en la capital del país.
Juan Soriano envejeció vital y productivo. Prácticamente no cesó de trabajar. Quería aprovechar el tiempo al máximo. No le temía a la muerte. En febrero de 2004, en ocasión de un homenaje en el Museo Soumaya, Soriano dijo: ''Alguna gente me pregunta, ¿cuál es el futuro? Y yo le digo: la muerte, no tengo más futuro que ése. Tengo 83 años, así que él último resbalón es para la tumba".
Ayer, uno de los mayores pintores mexicanos nacidos en el siglo XX dejó de existir, pero a través de su obra, su recuerdo permanecerá entre quienes lo quisieron y admiraron.