Amigos y admiradores del recién fallecido artista desfilan por 4 horas en Bellas Artes
Mozart, Bach y mariachis, en el homenaje de despedida a Soriano
El pintor y escultor dejó de tener "mil años" y comenzó a acumular todos los años de la eternidad
Ampliar la imagen Guardias de honor en el homenaje de cuerpo presente a Juan Soriano, ayer en el Palacio de Bellas Artes. A la derecha, Carlos Monsiváis y Angeles Mastretta Foto: José Carlo González
Ampliar la imagen Carlos Monsivais y Angeles Mastretaen el homenaje de cuerpo presente al pintor y escultor Juan Soriano en el Palacio de Ballas Artes el 11 de febrero del 2006. Jose Carlo Gonzalez/ LA JORNADA Foto: JOSE CARLO GONZALEZ
La obras de Mozart, Bach, Pachelbel y Albinoni, los cantos gregorianos, la música de mariachi, la creación acertada de un tipo de espacio escenográfico -que incluyó tres cuadros suyos, entre ellos un autorretrato, suspendidos de hilos delgados-, pero sobre todo la presencia de decenas de amigos y admiradores, contribuyeron a crear ayer, en el Palacio de Bellas Artes, una atmósfera de recogimiento para que el pintor Juan Soriano pudiera decir el último adiós a este mundo terrenal, que habitara con tanta pasión durante 85 años.
No podía ser de otro modo. Anfitriones de primer orden siempre y creadores de una entrañable red de amistad alrededor del arte, Juan Soriano y su compañero Marek Keller sólo cosecharon en la jornada de este sábado lo que les correspondía, mucho más allá de la presencia obligada de la plana mayor de la burocracia cultural.
Sucedió que ayer, durante cuatro horas, desde unos minutos antes de las 10 de la mañana hasta casi las 2 de la tarde, un flujo constante de creadores, amigos, periodistas, funcionarios y políticos desfilaron para sentarse unos minutos o varias horas en las sillas colocadas a los lados del féretro, como Jacobo Zabludovsky, quien estuvo todo el tiempo y hasta repasó uno de los varios catálogos del célebre pintor mexicano.
Sentados, de pie, caminando por los pasillos, en la cafetería o haciendo guardia al lado del cuerpo en reposo de Soriano -cuyo rostro más blanco que nunca enfilaba ahora su singular nariz hacia la enorme y ovalada cúpula central del recinto-, pudo verse, por ejemplo, a Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis, quienes quizás atrajeron el más grande enjambre de fotógrafos, reporteros y camarógrafos. Aunque fue Poniatowska, autora de Juan Soriano, niño de mil años, la que ayer, generosa, ofreció a los periodistas la declaración más larga acerca del pintor.
Presencias y ausencias
También fueron asediados por la prensa Fernando del Paso, Margo Glantz, Alí Chumacero, Manuel Felguérez, Cristina Pacheco, Teresa del Conde, Jorge Alberto Manrique, Teodoro González de León, Fernando González Gortázar, Rafael Barajas El Fisgón, Mari José Paz, Enrique Krauze, Porfirio Muñoz Ledo, Sari Bermúdez, Saúl Juárez, Raquel Sosa, Ramiro Osorio y muchos más, aunque fue notable la ausencia de pintores jóvenes.
-¿Quién es ese escritor? -preguntó un despistado muchacho a otro mientras señalaba al célebre y controvertido pintor y escultor José Luis Cuevas.
-Es Félix Cuevas -le respondió su acompañante con toda seguridad.
Sin ser un artista con amplia presencia popular -como sí llegaron a serlo, por ejemplo Diego Rivera y Rufino Tamayo, o poetas como Jaime Sabines-, Juan Soriano ha llegado a ser conocido del gran público y ayer pudo convocar a varios ciudadanos de a pie, quienes seguramente han visto sus esculturas instaladas en diferentes espacios abiertos del país.
Con música de organillo de fondo, muchos de los presentes incluso salieron a la explanada para rendir el mejor homenaje que puede recibir cualquier artista y contemplaron por largo rato las tres esculturas gigantes colocadas la noche anterior: El pato, Pájaro dos caras y Pájaro con semillas.
La blancura del palacio y de la explanada, por cierto, contrastaba ayer con la negrura de la pequeña carroza fúnebre que, más tarde, luego de Las golondrinas de un mariachi, de un largo aplauso de al menos unas 300 personas y de varios "¡Viva Juan Soriano!", conduciría el cuerpo del pintor hacia una discreta ceremonia de cremación.
Una vez que la carroza partiera hacia las calles de Sullivan, y que los cientos de amigos y admiradores de Juan Soriano hubieran de dispersarse, y que los músicos y cantantes y mariachis convocados también se alejaran, y que los alcatraces, orquídeas y rosas blancas fueran trasladadas, y que el Palacio de Bellas Artes recobrara su relativa tranquilidad, sólo quedarían, por tiempo aún no definido por las autoridades culturales, esas tres esculturas.
Y adentro quedarían, quizá por sólo unos minutos, los tres cuadros del maestro que dieron una escenografía digna a su despedida: Apolo y las musas, Retrato de María Azúnsolo en rosa y Autorretrato (éste de la colección de Juan Soriano). También comenzaría a ser desmontada la pantalla colocada al fondo y que durante cuatro horas reprodujo, para nostalgia de todos, imágenes de la vida y obra del pintor de menuda figura.
A los lados sólo permanecerían, en los tres niveles del Palacio de Bellas Artes, los murales de Tamayo, Rivera, Siqueiros, Orozco, Rodríguez Lozano, González Camarena y Montenegro, grandes que ayer, durante esas mismas cuatro horas, escoltaron a otro grande, tan diverso y tan entrañable como ellos: Soriano, niño que desde la madrugada del viernes ha dejado de tener mil años para comenzar a acumular, de un tajo, todos los años de la eternidad.