Primera mañana, primer berrinche
Quiero imaginarme a nuestro candidato de hoy, despertando en Los Pinos el próximo 3 de diciembre. A diferencia del señor Fox, quien desde su primer amanecer presidencial y una vez cumplida la meta de evacuar al PRI del inmueble, se sigue preguntando "¿y ahora qué hago?", es previsible que este año la cuestión sea bien diferente y más cercana a "¿dónde está la chequera, cuánto tengo para iniciar el cumplimiento de mis compromisos de campaña?"
El flamante secretario de Hacienda, convocado a primera hora, tendrá que informar que lamentablemente no hay recursos disponibles. Que los hubo durante 2006, pero que ya su antecesor hacendario distribuyó y erogó hasta el último quinto. La caja está en ceros. "No hay para dónde moverse, señor presidente. Los ahorros por recortes en la nómina tendrán que ser aprobados antes por el Congreso y la reforma fiscal o hacendaria arrojará frutos, si acaso, en 2009..."
Primer berrinche presidencial del sexenio 2006-12 y quizás salgan volando los chilaquiles por los aires de la mansión pinácea para festín de las ardillitas que por ahí pululan.
Esta escena se puede modificar por dos razones: que el futuro presidente sólo tenga en mente hacer mucho más -y peor- de lo mismo. O que simplemente piense en más de lo mismo. Pero si está decidido, sí, a hacer más de lo mismo más otras cosas mejores, entonces deberá vacunarse del primer berrinche presidencial desde ya.
Hemos comentado aquí que en efecto la cuenta pública arroja, trimestre tras trimestre, importantes saldos superavitarios que en los últimos días del año desaparecen para pagar la deuda interna contingente, es decir, aquella que no ha autorizado la Cámara de Diputados, pero que Hacienda cubre puntualmente y en plazos cortísimos (Fobaproa, Pidiregas, rescate carretero, etcétera). Estamos hablando de cuando menos 100 mil millones de pesos de ingresos excedentes al año, como sucedió en 2005.
Aquí tenemos una fuente de recursos interesante para evitar el primer berrinche de diciembre. Si desde ahora mismo se comienzan a estudiar en detalle ésta y otras fórmulas para allegar recursos y poder comenzar a trabajar el mismísimo mes de diciembre, será preciso que nuestro candidato integre un equipo de su confianza dedicado a formular un paquete de financiamiento urgente y que, a partir del 3 de julio, se siente con las autoridades necesarias para evitar que los superávit existentes se destinen sólo al pago de la deuda interna o a prioridades obsoletas.
Ello no implica dejar de pagar la deuda interna, pero sí recalendarizarla -está contratada a plazos promedio increíblemente cortos de tres años- a efecto de liberar un monto de recursos suficiente. No es fácil, pero sí posible y necesario; por eso habría que comenzar hoy mismo a desarrollar la estrategia antiberrinche de diciembre.
Otra fuente importante es la consabida disponibilidad que ofrece un monto de reservas internacionales reconocidamente sobradas y costosas que ha acumulado el Banco de México. No, no es la mejor opción dedicar parte de la reserva en divisas a pagar la deuda externa. Lo relevante es que sirvan para asegurar el crecimiento y el empleo en la economía mexicana, que es lo que más urge en el país. Es más, bastaría con usar parte de la reserva, sin menguarla, como palanca financiera para avalar inversiones públicas de alta rentabilidad en carreteras, telecomunicaciones, etcétera. En cuanto a la deuda pública, es necesario recordar que su monto no importa tanto como el destino que se dé a los dineros. Si la deuda fue invertida y es autofinanciable no procede adelantar su redención. Si, como sucede, se dispone de montos excesivos en la reserva, su mejor aplicación será la inversión que genere empleos permanentes, productivos, bien remunerados, nuevas exportaciones y mayor producción nacional.
Hasta ahora, todos los candidatos han planteado una reforma fiscal como solución al problema hacendario nacional. Independientemente de que se trata de un concepto limitado e insuficiente, su posible impacto tardaría, cuando menos, tres años en madurar. Siendo optimistas, y mucho, durante 2007 se integraría la reforma que podría comenzar a instrumentarse en 2008 y tener resultados hasta 2009. Pero una reforma fiscal atañe sólo a los aspectos tributarios de la hacienda pública, es decir, los ingresos por concepto de impuestos. La hacienda pública es también gasto, deuda y federalismo. Es por ello que no bastaría una reforma fiscal que determinara los ingresos, sino una reforma hacendaria que también plantee el destino de los recursos, el manejo de la deuda y el horizonte municipal, estatal y federal de los dineros públicos.
Así concibió y realizó la Conago (Conferencia Nacional de Gobernadores) la primera convención nacional hacendaria -no sólo fiscal-, ejercicio que fue secuestrado por las autoridades hacendarias para convertirlo en un malabar estrictamente fiscal que resultó totalmente desconsiderado a la hora de las decisiones presupuestales. Ni una sola de las recomendaciones de la Convención ha sido tomada en cuenta hasta la fecha. Una segunda convención nacional hacendaria, en serio, parece ser imprescindible. Como se ve, la solución de fondo que es necesario realizar resulta imprescindible, pero no resolverá el primer entripado del próximo 2 de diciembre.