¡Fibra!
Apenas comienzan a tomar forma las campañas presidenciales, y por cierto de manera bastante desangelada. Los candidatos aparecen muy apocados, aun ante la visión que ellos mismos intentan proponer sobre las condiciones del país, no digamos frente a lo que muchos ciudadanos piensan y quieren. Los candidatos necesitan más fibra. ¿Crecerán a medida que nos acerquemos a julio?
Al inicio de la contienda electoral el montón de fricciones y conflictos en los asuntos públicos se acumulan por todas partes. Conocemos de una serie de asesinatos, atentados y hechos de violencia que ocurren en distintos lugares; narcotráfico y crimen organizado son las referencias ante las cuales las autoridades federales parecen rebasadas y mucho más en los estados. Es notoria, pero poco confiable, la actitud de los secretarios de Gobernación y Seguridad Pública, quienes pretenden achicar la cuestión y reiteran que las cosas están bajo control, pero ¿de quién?
La política exterior va de tumbo en tumbo; hace mucho que en ese campo de la actividad del Estado no se notaba tanto desconcierto como en esta administración. No puede verse estrategia alguna, no se construyen relaciones provechosas y se improvisa en demasía.
En el terreno de la economía, en el que más pregona el gobierno sus aciertos, se advierte una especie de distancia con la experiencia cotidiana de los empresarios, productores y trabajadores. Una breve lista de hechos: la inversión no aumenta como base para impulsar el crecimiento, tampoco la productividad; el empleo que se ha creado en los últimos años es no sólo insuficiente, sino de carácter primordialmente temporal; la migración es un fenómeno que va en aumento; el alto precio del petróleo no ha contribuido a acrecentar la competitividad de la economía mexicana frente a otras naciones.
Los empresarios, sobre todo los pequeños y medianos, demandan a los candidatos medidas que mejoren sus posibilidades en el mercado. Quieren más acceso al crédito bancario, condiciones que les permitan anclarse en las corrientes de la exportación, acciones que articulen nuevas cadenas productivas y hasta un ajuste cambiario que frene las importaciones.
Es notoria la incapacidad de la Secretaría de Hacienda para cobrar los impuestos que existen y para establecer medidas de control. El Servicio de Administración Tributaria necesita una cirugía mayor, pues la cosmética ya ni se le nota.
El caso reciente de la gasolina es sólo una muestra del desbarajuste de los sistemas de producción, abasto y precios de los energéticos en el sector público. El intento de controlar la deducción del gasto en gasolina acabó en un reconocimiento de que los compradores están a merced de los expendedores. Queda claro que venden litros más chiquitos y que esa ilegalidad se tolera. Los gasolineros tendrán nuevos contratos de concesión y más comisiones. La Profeco quedó mal parada, cuando debería ser reforzada como único medio de protección al alcance de los consumidores.
Este asunto es clara expresión de la ineficacia de gestión y de la corrupción en Pemex y de cómo se hacen de la vista gorda las secretarías de Economía, Energía y Hacienda. Es una de las distintas formas en que se entorpece la operación de la economía asociada con un entramado de intereses creados que benefician a unos pocos a expensas de los demás y que, por supuesto, no nada más ocurre en este sector.
Ahora que se han acumulado alrededor de 70 mil millones de dólares de reservas internacionales, Hacienda y Banco de México discuten que una parte puede usarse para pagar deuda externa, como si éste fuera un país rico y sin grandes necesidades. La mayor parte de esas reservas provienen del petróleo y de las remesas. Eso habría de indicar en qué usarlas.
Además, no deberían olvidar quienes dirigen esas dependencias que las reservas son el sustento básico de la estabilidad, pues contribuyen a mantener la paridad del peso ante el dólar. ¿Está de veras dispuesto el banco central a imponer un régimen de tipo de cambio flexible? Las condiciones externas pueden modificarse de manera súbita y ni las reservas multimillonarias van a evitar un descalabro posible ante la fragilidad estructural de la economía.
El éxito económico, tal como se concibe hoy en su forma del ajuste fiscal, esta agarrado de un control del gasto, pero en medio de una muy desigual distribución de los recursos entre los sectores económicos y grupos de la población. El ajuste del gasto tiene que replantearse de manera radical y, al mismo tiempo, aumentar los ingresos del gobierno. Este es un asunto en el que los candidatos tienen que definirse de manera clara, pues ahí está uno de los cambios reales que pueden imponerse al funcionamiento de la economía y su ordenamiento institucional. ¿Quién se animará?
Esta postura serviría como uno de los elementos para ir desarmando las trabas al crecimiento que padece desde hace más de dos décadas la economía mexicana. Esas trabas no se han superado con la flamante estabilidad que tanto se propaga.