Un trabajo profesional
A diario la nota roja publica "horrorisísimos" crímenes y accidentes con descaro gráfico. O sea que ver cadáveres retratados no tiene nada de inusual. Lo podemos hacer todos los días con tantito proponérnoslo y caminar al puesto de periódicos y revistas. El contenido del sobre que me entregó Voltaire no era pues más horroroso que lo demás. Lo impactante (perdón por emplear un adjetivo tan devaluado) no eran los coágulos, los cuerpos lacerados, los rostros indeciblemente desfigurados. Lo impactante era la historia que guardaban, el espanto que recordaban, el hecho de que existieran esas fotos y estuvieran tan bien tomadas.
Un trabajo profesional. Falso que fueran imágenes "de celular" como mentía Voltaire en su nota, supongo que por ironizar. Impresas en papel fotográfico (esa reliquia del siglo pasado) confirmaban lo que todos sabíamos: que esos crímenes ocurrieron, no eran un mito de ONG's aceleradas ni propaganda ideológica de enemigos del Estado.
Fácil imaginar la sesión fotográfica, con iluminación de estudio, lente adecuada y un equipo de asistentes, para capturar de uno en uno los cuerpos por separado, cada uno con su número de morgue escrito en una pizarra.
Como si pudieran ir separados. Como si no conformaran un grupo, una colectividad de víctimas, un trabajo de aniquilación programada por los mismos empleadores del acucioso fotógrafo anónimo.
Otro elemento del legajo era el fólder verde pistache con el reporte de las autopsias, ya ellas un vómito de meticulosidad técnica. En la tapa, el escudo nacional de buen tamaño, como aparece en las monedas, dejando claro que se trataba de documentos oficiales. De manera que todas esas muertes inocentes estaban sepultadas por el águila devorando una serpiente que distingue a la Nación.
Entendí el enojo profundo de alguien con la frialdad y el autocontrol de Voltaire cuando descubre rebasada su capacidad de indignación. Aunque por oficio estoy "acostumbrado" a estas cosas, a mi vez yo me sorprendí con lágrimas en los ojos de recordar entonces, de recordar aquello y ver ahora a quienes nunca vi: a esas personas tan lloradas y hasta manoseadas en la memoria. Allí los restos de todos aquellos nombres, encontré a la madre a quien le arrancaron del vientre con el filo de un machete un hijo en gestación. Del bebé no había retrato, no estaba en la cuenta, quizá lo tiraron a la basura, o por lo menos no lo sacaron a relucir. Ni lo que siempre se negó oficialmente: que los asesinos querían arrancar la semilla de los otros.
El gobernador de entonces cayó inmediatamente, pero ipso facto le cubrió las espaldas su afortunado sucesor y compadre, el señor G., cuya estrella política subió y subió hasta la ignominia.
Un trabajo científico, la "operación disuasiva". Su planeación detallada en escritorios de muy alto. El seguimiento especializado del proceso. El momento de descontrol que significó la matanza misma; tan bien que iban los asesinatos individuales en serie "operados" por paramilitares que oficialmente tampoco existieron. El retiro eficaz e inmediato de los cuerpos en la madrugada, "antes de que llegaran los periodistas". El cuidadoso y oportuno trabajo forense de ocultamiento. El inevitable escándalo mundial. La infinita hipocresía del presidente de la República. El libro-informe, blanco como sepulcro de fariseos con la pertinaz versión del gobierno que nadie creyó, pero qué más daba.
Se destruyeron los negativos, pero un cierto subprocurador conservó secretamente una copia, pues comprendía que tarde o temprano lo iban a despedir, y mal. Como de hecho sucedió. Ignoro lo que atravesaba su conciencia entonces. Todos cumplían órdenes, ¿no? Pero años después, ahorcado por las deudas de un divorcio problemático y un nuevo matrimonio, el subprocurador logró venderle al contacto de Voltaire el paquete completo. La cantidad pagada fue tan alta que dan náuseas imaginar al diligente subprocurador asoleándose en las playas de Huatulco con todos los gastos pagados por los muertos de Acteal.
Uno de periodista traga de todo. Lo que revela cae mal, y lo que guarda también. Se necesita un estómago de zopilote en este oficio. No me gusta el gin and tonic, pero en ese momento necesitaba uno.
Qué arrogancia la nuestra de "enterarse", "saberlo todo". Tan saludable que resulta la ignorancia de vez en cuando. La de desasosiegos que se ahorra uno.