El romper de la ola
Una fuerte ola amenaza con estrellarse contra el andamiaje político institucional en México. Viene de muy lejos y se fortalece con los vientos de tormenta que sacuden al país. Durante la mayor parte de su recorrido la superficie del océano político por la que pasa parece no presentar alteración alguna. Sin embargo, cuando se alce y rompa, sacudirá el sistema de representación existente.
Esa ola camina por las rutas que ha abierto la otra campaña. Parcialmente "olvidada" por la mayoría de los grandes medios de comunicación, la iniciativa rebelde se hace escuchar con gran fuerza en los comentarios de boca en boca que corren en las regiones por las que pasa. Sus huellas y su impacto pueden rastrearse en las autopistas de la información que circulan en la galaxia de Internet. Un dato revelador de este fenómeno: el número de consultas que la otra tiene en la página de Internet de La Jornada es 2.3 veces superior al que alcanzan juntas las campañas electorales de todos los candidatos a la Presidencia de la República.
A diferencia de La marcha del color de la tierra que los zapatistas realizaron entre los meses de febrero y marzo de 2001, la otra campaña no se propone realizar grandes concentraciones de masas. La movilización de comienzos del sexenio del presidente Vicente Fox tuvo un fin muy claro: presionar al Congreso para que legislara sobre derechos y cultura indígenas de acuerdo con el compromiso establecido por la Comisión de Concordia y Pacificación (Cocopa). Requirió hacer evidente un fuerte respaldo popular. En cambio, el nuevo éxodo rebelde busca un objetivo más amplio y ambicioso: dar forma al enorme descontento existente entre los sectores más politizados del país, y construir una fuerza con capacidad de convertirse en un nuevo poder constituyente. Su tarea es básicamente organizativa.
La otra campaña influye poco en la parte del México de abajo que ve la candidatura de Andrés Manuel López Obrador como la vía principal para resolver sus demandas y aspiraciones. Irrita y desconcierta a los intelectuales que pretenden reditar inútilmente el voto útil a favor del abanderado de la coalición Por el Bien de Todos, pero no los hace cambiar de opinión. Mucho menos incide entre quienes están acostumbrados a utilizar las elecciones para negociar pequeñas concesiones materiales a cambio de su voto en el llamado sufragio del hambre.
En cambio la otra campaña está teniendo gran receptividad en los proscritos, en la gente común que no se siente defendida por los partidos ni encuentra acomodo en el actual sistema de representación política. Ellos han sido, desde su arranque, los principales destinatarios de su mensaje. Se trata de un sector que no es mayoritario en la sociedad, pero sí numeroso, que, movilizado, puede convertirse en indudable elemento de transformación política.
El recuento de los asistentes a las reuniones que el delegado Zero ha sostenido en este mes y medio de gira muestra una variopinta cuadrilla de viejos y nuevos insumisos sociales: pescadores, pequeños comerciantes, pobladores rurales afectados por la construcción de obras de infraestructura, obreras de la maquila, indígenas, damnificados por desastres naturales que no han sido apoyados por el gobierno, indígenas, campesinos pobres, defensores del maíz criollo y enemigos de los transgénicos, maestros democráticos, prostitutas, homosexuales, trabajadores y jóvenes.
Las asambleas populares son también el resumidero de los restos del naufragio de la izquierda radical en México. Allí se dan cita muchos de los agrupamientos que sobrevivieron a la caída del Muro de Berlín, a la absorción del socialismo por el nacionalismo revolucionario y a la transformación de organizaciones populares independientes en correas de transmisión del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Y, junto a ellos, participa multitud de colectivos autónomos promotores de luchas reivindicativas que son, en parte, hijos del zapatismo.
Quienes han tomado la palabra en los encuentros han narrado las humillaciones que sufren y expresado enorme malestar con la situación económica y política existente, fuerte anhelo de justicia y enorme hostilidad tanto hacia los políticos profesionales como a las clases pudientes. Sin exagerar puede decirse que su condición es desesperada.
Esas reuniones no son mítines de presión ante autoridades gubernamentales con capacidad para resolver demandas. Tampoco son actos electorales en los que se aspira a que los candidatos se comprometan con la solución de peticiones específicas. Son, sí, un espacio para hacer público el memorial de agravios padecido, el terreno para dialogar con los propios sobre padecimientos y aspiraciones compartidas. Allí se está creando un lenguaje común entre aquellos que hasta hace poco no po-dían consultarse entre sí. Un idioma que la gente educada desprecia y no entiende bien.
Las campañas electorales se preguntan ¿qué hacemos con los pobres? La otra campaña se interroga ¿qué hacemos con los ricos? Y responde: luchar contra ellos. En una época en la que el sol de la lista de los millonarios de Forbes proyecta una sombra que hace invisible a los de abajo, el periplo zapatista señala con el dedo índice a los de arriba y los responsabiliza del desastre que vive el país. Recupera así un vocabulario de clase en una época en que la izquierda institucional busca deshacerse de él. Su habla está cada vez más emparentada con las proclamas y manifiestos de las rebeliones indígenas y campesinas del siglo XIX y con los programas de lucha obrera y popular del siglo XX.
De paso, el nuevo éxodo rebelde pone el dedo en la llaga en un problema nodal de la lucha popular en México, en el cual la izquierda partidaria parece sufrir de grave amnesia: la persistencia de presos políticos. Que se sepa, ninguno de los aspirantes presidenciales ha puesto un pie en la cárcel para visitar a dirigentes sociales injustamente detenidos.
Una gran irritación atraviesa al país. Ya comienza a escucharse el romper de la ola.