Cooperación reproductiva entre mujeres
La reproducción humana es un territorio en el que se expresa con gran fuerza la solidaridad femenina. En el cuidado de los hijos participan frecuentemente las abuelas, hermanas u otras mujeres. No es casual el término de segunda madre que llega a adjudicárseles. Si la madre muere, son ellas las que principalmente se encargan de la crianza de niñas y niños. En la antigüedad, eran mujeres las que atendían los partos, aunque luego fueron desplazadas por hombres, en los albores de la medicina científica. Las nodrizas daban el pecho a los infantes de otras, aportando elementos biológicos claves para su desarrollo. Cuando se examina la continuidad de nuestra especie, pocas veces se presta atención a estos hechos.
Al finalizar el siglo XX ocurrió algo extraordinario. En 1997 se reportó el primer nacimiento exitoso mediante una técnica hasta ese momento desconocida: la transferencia de componentes de una célula sexual femenina a otra. Una forma de cooperación reproductiva entre mujeres a nivel celular. Ya antes las tecnologías de reproducción asistida habían puesto en evidencia otras formas de asociación biológica femenina, como las madres gestacionales o subrogadas (alquiler de úteros), o la donación de óvulos. Pero el caso al que me refiero, la transferencia de citoplasma, cambia por completo nuestras concepciones sobre la reproducción humana y se encuentra en el centro de un debate ético y científico de proporciones colosales.
Las células sexuales, también llamadas germinales, son los óvulos y los espermatozoides. Como todas las células, tienen una estructura básica: una cubierta o membrana que las separa de otras; un núcleo que contiene el material genético, principalmente el ácido desoxirribonucleico (ADN) y el citoplasma, formado por muy diversos componentes, entre los que destacan los llamados organelos intracelulares, estructuras que, como las mitocondrias (proveedoras de energía), hacen posibles las funciones celulares. La transferencia citoplasmática consiste en tomar una pequeña parte del citoplasma del óvulo de una mujer para inyectarlo al óvulo de otra que desea embarazarse.
Jaques Cohen y su grupo crearon esta técnica para enfrentar los casos de infertilidad en los que las alteraciones en los óvulos impiden el desarrollo adecuado del embrión y consecuentemente su implantación en el útero. La idea era muy simple: si el origen de la infertilidad radica en fallas en el citoplasma del óvulo, la transferencia de este componente celular proveniente de una donadora sana podría corregirla. Y así ocurrió. Pero quizá Cohen estaba muy lejos de imaginar (o tal vez no) las consecuencias que acarrearía su éxito.
Al llevar el citoplasma de un óvulo a otro se transfieren diversos organelos citoplásmicos, en particular las mitocondrias. Estas son estructuras semiautónomas que poseen su propio ácido desoxirribonucleico (ADNmt), en el que se han identificado 13 genes, que se combinan con el ADN del núcleo en las células embrionarias. De este modo, una niña o un niño que nacen mediante esta técnica tienen material genético de tres personas: el padre, la madre y la donadora de citoplasma. En otras palabras, tienen, por primera vez en la historia de la humanidad, ¡dos madres genéticas! Esto en sí mismo es algo realmente importante. Pero hay más.
Se trata de la modificación genética de células germinales, producto de los avances en el conocimiento y las tecnologías reproductivas, es decir, creada por los propios humanos. Una niña o un niño nacidos por esta técnica (por cierto completamente saludables) crecerán, llegarán a la etapa adulta y se reproducirán, introduciendo esta nueva variedad genética, no natural, en generaciones sucesivas. Las objeciones éticas no se han hecho esperar, lo que es muy respetable. Aunque en mi opinión, también estos hechos permiten reflexionar sobre los alcances de la cooperación reproductiva entre mujeres y los espacios que surgen para la diversidad sexual.
Las críticas desde el punto de vista científico son muy importantes. Algunas enfermedades genéticas pueden provenir de mutaciones en los genes mitocondriales y, aunque lo mismo se ha postulado para otras tecnologías reproductivas, como la inyección intracitoplásmica de esperma e inclusive la fertilización in vitro, es necesario descartar cualquier posibilidad de anomalías introducidas por esta vía.
Como quiera que sea, el hecho es que en septiembre de 2000 ya habían nacido al menos 30 niñas y niños mediante esta tecnología, reportados por diferentes autores (estamos en 2006). Como dirían nuestras abuelas, es decir, nuestras segundas madres: "Palo dado ni Dios lo quita".