Diseño estúpido
De septiembre a diciembre del año pasado tuvo lugar en el poblado de Dover, Pensilvania, una escaramuza fundamental entre los defensores de la educación y los partidarios de la ignorancia: una junta escolar había decidido introducir el embuste del "diseño inteligente" en las clases de biología, en el mismo rango de la teoría de la evolución, y un grupo de padres, encabezado por el conductor de autobús Terry Emig, llevó a juicio al plantel y consiguió, a la postre, que una corte federal prohibiera la difusión de creacionismo disfrazado en los cursos de ciencia. La reacción del telepredicador Pat Robertson (el mismo que en agosto de 2005 exhortó al asesinato de Hugo Chávez) no se hizo esperar: advirtió que los habitantes de Dover habían perdido el derecho de implorar a Dios en caso de un desastre natural, porque Lo habían "relegado de la ciudad".
Hace unos años, cuando George W. Bush gobernaba Texas, buscó implantar en los programas educativos de ese estado la idea de que el mundo fue creado en siete días. La parábola bíblica será muy respetable desde la perspectiva de la fe y portentosa en el ámbito de la literatura, pero su inutilidad en una clase de ciencias naturales es tan manifiesta que pronto fue remplazada por los integristas cristianos estadunidenses con el "concepto" de diseño inteligente, formulación pretendidamente científica que, en resumen, afirma: los procesos evolutivos pueden haber existido, pero la ciencia no ha logrado explicar algunos de sus aspectos y ello prueba que tales procesos son obra de una inteligencia superior. De hecho, lo único que prueba tal postulado es que fue concebido por una estupidez inferior, ofensiva por igual para el razonamiento teológico que para el científico: es tan absurdo como responsabilizar de un homicidio a un sospechoso determinado sólo porque los peritos no logran precisar el origen de una bala.
La naturaleza perniciosa del diseño inteligente no necesariamente reside en que induzca a los educandos a creer en Dios, sino en que los aparta del pensamiento lógico: "si las vacas son cuadrúpedos y en Australia no hay pumas, ergo, los unicornios existen"; toda una construcción teórica. Pero detrás de la patente tontería se adivina el designio de debilitar la lucidez de la sociedad y la capacidad de análisis de los ciudadanos. Aunque pensar no sea el fuerte de mentalidades como las de Bush o Robertson, el arrasamiento del sentido común de los estadunidenses hizo posible la tolerancia social, entre otras cosas, a la incursión bélica contra Irak, aventura que además de criminal habría de resultar necesariamente desastrosa para el país agresor, como previó Colin Powell, hombre mucho más adiestrado que su ex jefe en las disciplinas de la inferencia y la deducción.
A pesar de la derrota de Dover, los neocreacionistas han logrado impulsar iniciativas de ley en 14 estados del país vecino para imponer el diseño inteligente en las clases de ciencia. El propósito no es, desde luego, fortalecer la "pluralidad" de los estadunidenses -eso dicen los integristas: que se debe permitir la convivencia de distintas maneras de pensar- ni su religiosidad, sino debilitar su inteligencia y hacerlos más crédulos y más sumisos ante el poder que controla los mayores medios bélicos del mundo.
Vistas así las cosas, tal vez los gobernantes iraníes -otros integristas- no estén tan equivocados en su terquedad atómica.