Dirigente sindical encomia la valentía de los rescatistas, "y no cobran ni un centavo"
Llega el Ejército al socavón ante un inminente anuncio funesto a parientes
Ampliar la imagen Militares resguardan los accesos a la mina Pasta de Conchos Foto: Marco Peláez
San Juan de Sabinas, Coah. 23 de febrero. Las restricciones castrenses impuestas para limitar desde hoy el acceso a la mina siniestrada no respetaron su liderazgo. Impecablemente vestido, Napoleón Gómez, dirigente nacional minero, llegó a pie. "Ha faltado transparencia en las operaciones. Vamos a realizar una investigación independiente sobre lo que sucede", indicó.
Es apenas la segunda vez que se presenta a la mina. Rodeado de un séquito de corpulentos colaboradores, responde casi todas las preguntas que le disparan los medios: que faltó seguridad, que el sindicato no tiene culpa, que pugnarán por acelerar el rescate, y hasta deja entrever que la carencia de garantías podría precipitar la clausura definitiva de Pasta de Conchos.
Responde llamadas por celular, da órdenes a su comitiva y luego enfila rumbo a la entrada de la mina, donde decenas de familiares llevan días a la espera de quien les dé razón de sus parientes.
A su paso, Napito, como le dicen con ironía quienes implícitamente recuerdan el cacicazgo que le heredó su padre, no se detiene siquiera a mirarlos, menos aún para una compasiva frase de consuelo. Entretenido como está en saludar a Alonso Garza, obispo de Piedras Negras, no se da tiempo para observar el desaliento de los familiares.
Garza le murmura su asombro por la solidaridad de los mineros. "Ni me lo diga; son unos héroes, y hay de Mimosa, de Micare. Terminan de trabajar y se vienen para acá a ayudar, cuatro, cinco horas, sin cobrar un centavo..."
-Eso hay que decirlo, porque merece que se conozca -le dice monseñor antes de que Gómez Urrutia lleve a su esposa para saludarlo.
Concluida la charla, el líder se adentra en la mina.
A la distancia, los familiares sólo observan a ese hombre que llegó vestido como empresario y que los trata con la indiferencia de éstos. Nada le dicen. Napito intimida, saben. Tan sólo quejarse de la situación laboral y "nos los disciplinan".
-¿Han recibido apoyo del sindicato?
-Ninguno -responde un minero de la seis, que de inmediato pide el anonimato.
Desde el domingo no ha ido al trabajo por esperar noticias de su tío, atrapado en Pasta de Conchos, donde, por cierto, no lo han dejado entrar por la premisa de que los parientes no pueden participar en el rescate.
-¿Viste a Napoleón?
-No sé a qué viene; ni de minas sabe. Nunca ha entrado a una.
Sus críticas no las detiene: la comisión mixta de seguridad debió haber detenido la operación de la mina, pero no lo hizo por el contubernio sindical.
Otros familiares secundan críticas, cada uno por su parte, al inquietante papel de comparsa que ha jugado el sindicato.
Una mujer también se atreve a hablar del líder sindical: "Sólo que no ponga mi nombre, no vaya a ser. No nos han dado ni un quinto. Para el trabajador nunca hay dinero, pero que tal para sus trocas".
Así son las condiciones, así el abandono que padecen los mineros.
"Sólo cuando pasan estas cosas se acuerdan de uno", reprocha uno de ellos, tras siete horas sumergido en la mina buscando sobrevivientes. Pasan sin comentar casi nada sobre lo que vieron.
"Están amenazados por la empresa para que no hablen", dice el joven minero que arremetió contra el dirigente sindical.
A las afueras de la mina, los parientes convierten cada informe de la empresa y del secretario del Trabajo, Francisco Javier Salazar, en una catarsis de su destino. Ya no se conforman con exigir noticias del rescate; reclaman las condiciones laborales en que los han mantenido e inevitablemente se inconforman con el salario.
-¿Por qué permiten que la empresa los registre con salarios más bajos nada más para evitar el pago del Seguro Social? Ellos ganan 600 pesos a la semana, ¿por qué, señor secretario? ¿Usted cuánto gana? Díganos.
-Ahí está en Internet. La información es pública.
El poder clerical también mira con la misma misericordia del gobierno federal, de los propietarios de la empresa.
-¿No faltaron mayores recursos en la seguridad de la mina?
-Nunca serán suficientes los recursos para seguridad, siempre harán falta -dice monseñor Garza.
-Dicen que por eso fue la explosión...
-Habrá que esperar a ver si la falla fue de la naturaleza o técnica o humana. Entonces veremos.
Las cuadrillas de obreros que entran y salen desafiando la presencia del gas tóxico parecen ir en sentido contrario a la parsimoniosa traducción de las decisiones gubernamentales en hechos.
También hoy los informes se dosificaron más que en días anteriores, como se dosificó el acceso de familiares, con el despliegue del destacamento de soldados de Ciudad Acuña, a más de un kilómetro de la entrada de la mina.
El desalentador panorama técnico es un presagio de que el desenlace está próximo, parece inminente el anuncio funesto. Quizá por eso no se quiere que la gente, que hasta ayer aguardaba a las afueras de la mina, permanezca para escucharlo.