Amado de Dios
La gloria de Wolfang Amadeus Mozart ha propagado una imagen casi sobrenatural de quien se nombra a menudo el "divino", calificativo que parecía ya contenido en su nombre: Amadeus: "Amado de Dios". Todo ha sido dicho sobre el excepcional genio creativo del compositor de Don Giovanni y tantas otras óperas, capaz de producir obras maestras desde los cuatro años, pero si se observa la vida real del músico, ¿puede aún pensarse que fue verdaderamente amado por Dios? El destino vivido por Mozart es tan trágico que cabe preguntarse cómo pudo, en el breve lapso de su existencia, realizar una obra tan grandiosa como vasta, cuando estuvo rodeado de dramas durante su vida antes de morir, a los 35 años.
De los siete hijos que tuvieron sus padres, Leopold y Anna Mozart, sólo sobrevivieron Marianne y Wolfang Amadeus. La muerte estaba instalada. Adulto, unido a Constance Weber, vio morir a cuatro de sus seis hijos. En cuanto a los dos que escaparon a esa calamidad, un funcionario y un músico, fallecieron sin dejar descendencia. Sin embargo, en una de las raras cartas que se conservan de Mozart a su padre cuando éste agoniza, ¿no le escribe que él no duerme porque no sabe si amanecerá vivo mañana, pero que considera a la muerte como la forma suprema del conocimiento y no puede sino desearla a los otros?
¿Cómo asombrarse, ante este derredor macabro, de las crisis de melancolía de un espíritu tan sensible como el de Mozart? A lo largo de su vida adulta, será asaltado por la idea mórbida de la muerte imaginándose que no verá el mañana y viendo premoniciones de su desaparición en los menores signos.
La muerte es sin duda la compañera constante de la obra de Mozart, tan ligera en apariencia, tan alegre a menudo, como si, a semejanza de su héroe Don Giovanni, en un gesto de supremo orgullo, no hubiera cesado de desafiar al destino respondiendo a la muerte con una explosión de vida. A finales del siglo XVIII, la oleada de tristezas líricas del romanticismo aún no ha fluido. No es que los hombres fuesen más dichosos, pero la exhibición del infortunio habría sido considerada en la época como una manifestación del peor mal gusto. Una falta. Más grave que una desgracia, es su indecente exhibición. Inelegancia del patetismo en que se complacen artistas y escritores actuales, colmados de honores y premios.
Sin embargo, las catástrofes acosaban a Mozart, tanto en familia como en su vida profesional. Falta constante de dinero, obligación de mudarse a alojamientos cada vez menos dignos, reveses de sus mejores creaciones: Don Giovanni triunfa en Praga, pero es mal acogida en Viena.
Aquí se halla tal vez el aspecto más asombroso del carácter de Mozart: el autor de Las bodas de Fígaro no fue un hombre triste ni solitario. Su existencia estuvo hecha de altibajos que lo hacían pasar de la melancolía a la exaltación por la vida. Si la soledad le era indispensable para entregarse a la desaforada creación de una obra musical gigantesca, esto no le impedía buscar la compañía de amigos, admiradores, mujeres. Los aplausos del público, los elogios de la crítica, los mecenas, el lujo, le eran necesarios. Frecuentó igual el fasto de los palacios que las sucias tabernas. Vida ''disoluta" para la corte momificada por la etiqueta de Viena, el joven Mozart necesita respirar la libertad que no goza en su ciudad natal, Salzburgo.
Desde niño ha sido conducido por su severo padre, excelente pedagogo que descubre pronto los dones de su hijo: a los tres años, Wolfgang tecleaba un clavicordio ''para buscar las notas que se aman". Leopold decide emprender una gira. El ''niño prodigio" es exhibido en las cortes de Alemania, Inglaterra, Austria, Italia. Pero no es tanto esta exhibición la que molesta a Wolfgang, ávido de ovaciones. Es la falta de libertad: que le impongan libretos, que le den directivas. Su amistad con el poeta y libretista Lorenzo dal Ponte, libertino condenado, le será preciosa en la busca de esa libertad que ambos pagarán cara. El libretista debió emigrar a Nueva York y ganar su vida en el comercio de tabaco. Mozart con las deudas, la miseria.
No habrá aplausos para acompañar al ''amado de Dios" cuando su despojo mortal será arrojado en una fosa común de Viena.