"Cuídenme a Andresito, no me le vayan a hacer algo", piden asistentes al mitin
"Ya somos 150 mil", grito triunfal en el Zócalo
Ampliar la imagen Andrés Manuel López Obrador conversa con Elena Poniatowska, Alejandro Encinas y Rosario Ibarra, entre otros asistentes al mitin Foto: Carlos Ramos
Lleno total en el Zócalo capitalino. La convocatoria del candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, de la coalición Por el Bien de Todos, pega duro en el Distrito Federal este domingo. La manifestación que marca el fin de la primera etapa de su campaña -35 ciudades en 45 días- logra rebasar la plancha de la principal plaza de la ciudad de México y se desborda por el arroyo vehicular y los portales. Un tapón de contingentes no logran pasar de la desembocadura de la avenida 20 de noviembre.
Con la bandera a media asta, la concentración arranca con un minuto de silencio por la muerte de los 65 mineros de Pasta de Conchos, Coahuila, y de dos simpatizantes de la causa lopezobradorista accidentados el sábado en la carretera a Toluca.
Ayer la maquinaria de los partidos de la coalición (PRD-PT-Convergencia) sí echó a andar sus motores. A diferencia del mitin de diciembre, cuando aun las tribus perredistas se vengaron y sabotearon la convocatoria por las preferencias cupulares que determinaron el triunfo de Marcelo Ebrard como candidato al gobierno capitalino, esta vez sí hubo demostración de fuerzas.
Las corrientes y grupos internos -Nueva Izquierda (los chuchos), bejaranistas, Patria Nueva, Izquierda Democrática, Convergencia Democrática, bases de los distintos delegados del sol azteca, las organizaciones de colonos que responden a los resortes de determinados líderes- sí pagaron centenares de microbuses que movieron simpatizantes desde los rincones más remotos del Distrito Federal. Autobuses, micros y flotillas enteras de taxis puestos al servicio de la manifestación cubrían kilómetros de cuadras alrededor del Centro Histórico.
Justo también es reconocer que, en voz de muchos que descendían de esos transportes, eso no es entendido como el "acarreo" de tradición priísta. O al menos, como precisaba un organizador de la Unión de Colonias Populares de Cuautepec, al mando de por lo menos 28 microbuses, eran "acarreados conscientes", porque sus bases "de todas maneras querían venir".
En uno de esos microbuses llegó la escritora Elena Poniatowska del brazo de la publicista Berta Chaneca Maldonado. Lo abordaron a la altura del metro Chabacano. Iban a pagar cuando les informaron que era gratis.
Contingentes de panchos villas tomaron como propia la Calzada de Tlalpan. Sobre 20 de Noviembre avanzaban columnas variopintas. En una esquina, de una furgoneta con siglas del partido Convergencia Democrática empezaron a repartir grandes banderas anaranjadas y los manifestantes, sin importar el signo de su preferencia, aceptaban el regalo. Más adelante, otros repartían camisetas, gorros, paliacates, banderines amarillos. Todos llegaban al Zócalo dotados de la parafernalia de rigor.
A la altura de Izazaga, una danzonera entonaba la pieza San Salvador Atenco y parejas de jóvenes septuagenarios le hacían los honores a la pieza con gran elegancia. La cooperativa de Pascual vendía sus paquetes de refrescos "a 20 varos". Muchos grupos se hicieron acompañar por bandas de música varia. Consentidos, los adultos mayores fueron acomodados en un área reservada, con sillas.
Justo a mediodía, López Obrador emprendía el recorrido a lo largo de la valla abierta en medio de la multitud. Concentrado, con movimientos precisos, calculados, el tabasqueño se entrega, estrecha manos para luego soltarlas, besa mejillas, pero no se deja atrapar, avanza, más manos, más abrazos y avanza. Va recibiendo cartas y paquetitos que de inmediato recoge su jefe de logística, Nicolás Mollinedo. Conecta con la gente; un fenómeno de masas en marcha. Al final de la valla está el templete.
Al centro, rodeadas de medio centenar de políticos y representantes de las redes ciudadanas, dos mujeres se cansaban de comadrear durante la espera. La "doña" del Comité Eureka, Rosario Ibarra de Piedra, y la autora de Tinísima, Elena Poniatowska, habrían de convertirse en las prendas del día para el candidato, abrazadas y reconocidas como lo que son, mujeres extraordinarias.
Arranca el mitin. El maestro de ceremonias, Martí Batres, anuncia que hay 120 mil personas en el Zócalo. Entre las figuras del templete se deja ver el recaudador de fondos Federico Arreola, el que recientemente -ha admitido- se reunió con el empresario poblano Nacif Kamel, quien por venganza mandó meter a la cárcel a una periodista que denunció una red de pederastas. Una estentórea voz anónima, perfectamente audible en la zona de prensa, le asesta un golpe: "¡Arreola-Korrodi!" Apenas uno de los claroscuros de esta campaña.
Finalmente, dueño del atril, López Obrador inicia un discurso de cerca de 50 minutos. La gente no se prende, no levanta olas. Escucha. En las últimas filas reposan los danzantes del grupo Ollin Cuauhtémotzin. Su tecutli o jefe, Raúl Penagos Ixcóatl, también escucha. Y en lugar de aplaudir, cuando alguna frase los mueve, suenan sonajas y tambores.
Casi al final, las primeras hileras de manifestantes empiezan a dispersarse hacia el norte o el sur. Entre una banda de jóvenes, uno dice: "A mí se me hace que si este güey llega, no lo van a dejar". Y le contestan los demás: "Me cae, güey".
El Zócalo ya está medio vacío cuando Batres, desde el templete, anuncia con síntomas de un incurable triunfalismo: "¡Ya somos 150 mil!"
Muchos ya van de salida. Entre la multitud, Rosario Ibarra y Elena Poniatowska avanzan y continúan su comadreo. Caminan por 20 de Noviembre y a punto de abordar un bicitaxi alguien las reconoce y les pide: "Cúidenme a Andresito; no me le vayan a hacer algo".