El toro Capeto
El tercer toro de Garfias de nombre Capeto fue un bomboncito rebosante de vitalidad que llegó a la Plaza México, convidando al público a gozar de la alegría de sus embestidas. La sangre renovada con vivificante casta, después de vivir un castigo en varas desproporcionado, circulaba por sus venas rápidas y avivadas en espera de encontrar un capote que lo arrullara y una muleta que lo recreara.
Ya antes, lo mismo el primero que el segundo (de Montecristo) habían repetido el estereotipo de la temporada; gordos, débiles y rodando por el ruedo. Tenor que se repetiría después de muerto Capeto, unos más y otros menos. Aunque con calidad el segundo el cuarto y el sexto. Pero Capeto, que a su vez había visitado la arena, después de las suerte de varas, cambió su embestir y fue uno de los mejores toros del serial que termina, ¿O el mejor?
Capeto ofrecía el aroma tonificante de los toros bravos; fijeza aunada a bravura que lleva implícita la nobleza, amén de que le aparecieron unas fuerzas que le daban continuidad a su acometer.
Literalmente planeaba el Carfeño, se toreaba solo. Desperdiciado lamentablemente por la Pasión Gitana, su matador. Compasión gitana lo bautizó mi amigo Pepe Camacho, en el tendido.
Capeto tenía toda la armonía que se le puede pedir a un toro. Armonía de su embestir que le prestó el campo bravo del Bajío. Armonía de las arrancadas que tenían registros y notas de incomparable afición que llegaban hasta el sentir de los aficionados, acariciándoles el sentimiento torero, al deleitarlos con su pasar acariciador. Toro que incitaba al placer de torear y se fue después de hacerse la faena él solo, pues su matador no se enteró del recorrido largo, fijo, planeador del toro que se dormía en la tela roja.