El halo
A veces los besos abren un tiempo ilimitado y expansivo: así me fui con ella rumbo a su casa, la luna nueva, el pueblo a oscuras. Eramos uno solo deambulando fantasmales por la sombra de las calles, y sumergidos en el tacto se nos fueron mostrando las presencias -mimetizadas con alguna cerca, disimuladas delante de un poste, acuclilladas en la oquedad de alguna barda de piedra, escondidas en un quicio. La noche se pobló de seres evanescentes: no sentíamos miedo pero sí un maravillamiento continuo en su resplandor azul o verdoso. El espacio se nos hizo nube, lo visto patinaba a lo irreal en un segundo, había un halo tenue de fosforescencia casi líquida.
Anduvimos así largo rato por el empedrado, húmedos con las manos del otro, abrazados por la cintura entre los espíritus. Ellos nos cobijaron y nos atisbaron y reconocieron respetando ese halo amoroso, nuestra burbuja de amantes recién nacidos.
(Texto incluido en Veredas...)