El promotor Herrerías se va sin irse; subarrendará la Plaza México a un incondicional
Gris, con los extravíos que la acompañaron, concluyó la temporada grande 2005-06
Serio pero descastado encierro de Brito
Salvo Mejía, los toreros sin sitio
Pobre entrada
No, ninguno de los cuatro alternantes se atrevió a brindarle la muerte de un toro al empresario Rafael Herrerías en la última corrida de la temporada grande 2005-2006 y, supuestamente, último festejo de su calamitosa, prolongada e ineficiente administración.
Como que era posible pero no tenía caso.
Fueron 13 largos años en los que respaldado por Televisa y Miguel Alemán Magnani el temperamental inversionista invirtió sin rigor de resultados, al menos no como se supondría en alguien que arriesga su dinero para incrementarlo a cambio de un producto o servicio que interese regularmente al consumidor.
En su caso la mercadotecnia se volvió antitaurina, y pudo más un protagonismo sin objetivos que la planeación profesional para el aprovechamiento del coso más importante del país. A falta de sensibilidad y afición, prefirió instalarse en la obsesión autorreguladora atenido a su condición de intocable ante la autoridad, espantada hace 13 años con el petate de Televisa, que por cierto nunca tocó ni con el pétalo de un adjetivo la errática gestión del singular empresario.
Una modesta aportación hizo Herrerías a la fiesta de los toros en la capital del país: convertir el 5 de febrero, aniversario de la inauguración de la plaza, en la fecha más importante del dependiente tercer mundo taurino, habida cuenta de que tenían que estar Ponce y otro espada español, y único lleno de cada temporada a cambio de pobres entradas el resto del año. La cantidad de festejos sustituyó a la calidad y a la oferta atractiva.
Ya habrá tiempo y espacio para evaluaciones menos abyectas que las de acríticos medios sobre una siembra sin cosecha, un voluntarismo sin logros y una autorregulación sin idea de lo que significaba engrandecer y reposicionar un espectáculo hace 13 años a la baja en el gusto del público mexicano. Por respeto a los toreros que en el último festejo hicieron el paseíllo, ocupémonos de sus afanes.
Se lidió -es un decir- un fuerte, bien presentado, deslucido y con las complicaciones de la edad de la ganadería de Brito, propiedad de Patrick Slim Domit. Siete ejemplares de bella lámina y lastimoso comportamiento, con mal estilo, sosos o desarrollando sentido, salvo el que salió en sexto lugar, codicioso y noble, así como uno de regalo -nefasta modalidad pueblerina- del hierro de Los Ebanos, pasador pero deslucido.
Abrió plaza Niño Mariano, con la presencia que corresponde a un toro cuatreño, pero como en la México ha prevalecido el novillote, el público se asombra y ovaciona lo que debería ser común en una plaza que se respete. Correspondió al rejoneador Octavio Sánchez, que actuaba por tercera vez en este serial y que como en anteriores ocasiones intentó todo, le salió algo y volvió a decir poco, pues aún desde el caballo un torero debe tener sello, expresión, personalidad y misterio. Las más de las veces clavó a la grupa, no al estribo, y tras pinchazo y certero rejón fue ovacionado.
Manolo Mejía, primer espada, y quizá el único diestro mexicano que redescubrió Herrerías, necesita toros con emotividad no sólo con trapío, ya que su estilo sobrio, rayano en la timidez, no luce con las reses de entra y sal. Algunos naturales consiguió con su primero, no sin escuchar dos avisos. Mejoró con su segundo, al que pudo embarcar en templados derechazos, y todavía regaló un ejemplar con el que realizó un sabroso quite por navarras y recetó decenas de muletazos con la diestra, sin que a la postre dijera nada ninguno de los dos.
Enrique El Cuate Espinosa, quien luego de triunfar en La Florecita y en la México nomás no es contratado para otras plazas, se enfrentó a un toro que desarrolló sentido, al grado de que al intentar un natural se confió, dejó demasiada "luz" y fue corneado aparatosamente en la pantorrilla. Los toreros se hacen toreando y El Cuate no es la excepción.
Confirmó su alternativa el morelense Atanasio Velásquez, también poco toreado no obstante su calidad, y dejó constancia de su pundonor en increíbles muletazos a su primero, así como de su quietud y falta de sitio con el noble y codicioso Aficionado, único bueno del encierro, y de su disposición con el soso y deslucido séptimo.
No importa quién suceda a Herrerías; importa que no podrá contradecirlo, so pena de ser despedido.