Editorial
Mujeres en el mundo: logros y pendientes
Ayer, 8 de marzo, se celebró en el mundo el Día Internacional de la Mujer, y hubo motivos para festejar: sería injusto y torpe desconocer o minimizar los logros alcanzados por las mujeres en México y en el mundo en materia de equidad social, política, legal y económica, así como negar la conciencia y el esclarecimiento de esta problemática en las décadas transcurridas desde la aparición de los movimientos feministas en la segunda mitad del siglo pasado. En Occidente, en América Latina, en la mayor parte de Asia y hasta en países de Medio Oriente y Africa, las mujeres se han abierto paso en los ámbitos políticos, en el mercado laboral, en la academia, en las profesiones liberales, en las ciencias, las artes y los deportes; han logrado borrar de las leyes numerosas disposiciones discriminatorias, han recuperado los derechos sobre su cuerpo y han obligado a sus sociedades a poner sobre la mesa de debates la cuestión de género. A contrapelo de sus entornos sociales y familiares, pese a los dictados oscurantistas y reaccionarios de las iglesias constituidas en la misoginia se parecen casi todas, y a pesar de las inercias de una humanidad que hace cinco décadas era regida en forma hegemónica por los hombres, la porción femenina de la especie ha reivindicado para sí, con éxito, gran número de espacios, posiciones, derechos y facultades. Así, en estos 50 años se ha transformado, para bien, el mundo.
Sin embargo, en los actos realizados ayer se puso también el acento en las muchas tareas pendientes, en la persistencia de injusticias de género, en el arraigo de pensamientos y prácticas machistas y chovinistas profundamente enquistados y ampliamente extendidos, en el remanente intolerable de bolsones nacionales, regionales, gremiales, étnicos o familiares en los que la marginación y la opresión de las mujeres sigue siendo parte del escenario social cotidiano.
En los entornos más atrasados del mundo islámico persiste la práctica atroz de la ablación del clítoris, se mantienen vigentes disposiciones legales salvajes como la lapidación de las adúlteras, y hasta de las sospechosas de adulterio, se sigue prohibiendo a las mujeres el acceso a la educación y al trabajo no se diga a la actividad política, y los hombres son los únicos que poseen una existencia legal plena. En regiones rurales de China continúa la práctica bárbara del asesinato de niñas. En todo el planeta, incluidos Europa occidental y Estados Unidos, se desarrolla una industria de servicios sexuales en condiciones de esclavitud y se multiplican la violencia de género y los delitos sexuales.
Los procesos de descomposición social generados por la globalización económica, las exigencias de rentabilidad y competitividad y las visiones mercantilistas dominantes se combinan con las viejas actitudes sociales misóginas y machistas para configurar circunstancias en las que la condición de mujer conlleva peligros específicos de maltrato y muerte. La ola de feminicidios que ocurre en Ciudad Juárez desde hace una década, y que sigue cobrando vidas de mujeres ante la ineptitud o la indolencia de las autoridades federales, estatales o municipales, es un caso ilustrativo de esta confluencia de factores. No es, por supuesto, el único. Los asesinatos de mujeres se han multiplicado también en países tan dispares como España y Guatemala, y en territorio mexicano el horrendo fenómeno de Juárez se reproduce en otras regiones. Las redes de prostitución y pornografía infantil traspasan fronteras nacionales, compran complicidades del poder público qué ejemplo más claro que el de los impresentables Kamel Nacif y su góber precioso, quien sigue aferrado al poder estatal en Puebla, para oprobio del país entero y generan utilidades que, a su vez, se introducen sin dificultad en el sistema financiero trasnacional. El desempleo, las crisis económicas y los fenómenos migratorios conforman escenarios de alto riesgo para todo mundo, especialmente para las mujeres: el menor de los riesgos a que deben exponerse es el de la sobrexplotación, como ocurre en las maquiladoras, y los hay mucho peores.
El "sexo débil" no es más que una construcción social, y es una vergüenza planetaria que, en numerosos entornos, las mujeres sigan siendo económica, política, educativa o salarialmente "débiles" en relación con los hombres. La lucha para erradicar tales ecuaciones inadmisibles es compleja, larga y ha de realizarse en todos los ámbitos: gubernamental, cultural y educativo, así como legislativo, familiar y personal. Es imperativo reconfigurar en la equidad a un conglomerado humano cuya mitad femenina sigue, en numerosas circunstancias, expuesta a la opresión, el sometimiento, la discriminación y el maltrato.