''Las cuadrillas nunca llegaron hasta donde se dijo''
Familiares de víctimas: no se puede ir más allá de diagonal 3
Fueron una farsa las labores de rescate: mineros
Ampliar la imagen Vestidores en la mina Pasta de Conchos. De los techos cuelgan en canastillas equipos de trabajo Foto: María Meléndrez Parada
Nueva Rosita, Coah., 12 de marzo. Otra vez, como ocurrió hace ya 21 largos días, por la boca de la mina Pasta de Conchos brotan horribles noticias. Una cuadrilla de rescate, integrada por familiares de los mineros atrapados allá abajo, descendió ayer (sábado) y al volver a la superficie pidió a los deudos que, por favor, escucharan "con mucha calma" lo que iba a decirles. Y sin experiencia alguna en materia de ruedas de prensa se limitaron a relatar lo que habían visto.
No fueron al grano. Primero recordaron los informes que durante las últimas tres semanas han suministrado el secretario del Trabajo, Francisco Pérez Salazar; los representantes del consorcio Grupo México; el gobernador del estado de Coahuila, Humberto Moreira, y las televisoras nacionales a través de sus figuras emblemáticas: cuatro fuentes que, sin haber constatado sus datos, repitieron que las excavaciones para dar con los 65 trabajadores sepultados habían llegado al diagonal 9 y que, según esto, la detonación se habría producido en el 34, dos kilómetros y medio en línea recta, por supuesto bajo tierra, más adelante.
Pues bien, nada de eso era verdad, aseguran Francisco Hernández y Javier Rivera después de su visita a las ruinas del socavón. "No se puede ir más allá del diagonal 3, mentira que las cuadrillas llegaron al 9", afirman. "No es cierto que estuvieron en el cuarto de máquinas, porque no se puede entrar ahí. Solamente nos han estado engañando."
Otros mineros habían explicado a La Jornada que la entrada a la mina es una pendiente de 16 grados de inclinación y medio kilómetro de longitud que baja a 150 metros de profundidad. "Desde ahí caminas en línea recta hasta el diagonal 9, pero después hay roca y el túnel da la vuelta a la izquierda y vuelve a empezar la numeración hasta el diagonal 34, donde estaban los compañeros tumbando carbón cuando fue el accidente."
Francisco Hernández y Javier Rivera insisten: "No se puede ir más allá del diagonal 3". Quienes los escuchan comienzan a increpar al gerente Rubén Escudero. Los gritos suben de tono. De nuevo hay manotazos, forcejeos, exhortos a la serenidad. Escudero corre y se refugia en su oficina. Los guardias pierden el control. Los familiares y los escasísimos periodistas que permanecen aquí forman un pequeño tumulto que se desplaza hasta la bocamina: una plataforma de concreto a la cual trepan y describen una curva los rieles del trenecito que trasportaba a los obreros al infierno.
"¿Dónde están los barrenos que dizque estaban abriendo para sacar el gas?", clama una señora. "¡Están cerrados, están cerrados!", grita, señalando un montón de tierra negra y suelta en el suelo. Hernández y Rivera explican a los enviados de este diario: "Para quitar los escombros que hay después del diagonal 3 y seguir hasta donde pueden estar los cuerpos se necesitan tres, cuatro, cinco, seis meses mínimo. ¿Por qué no nos lo dijeron desde un principio?"
Poco a poco, la ira colectiva empieza a ceder bajo la carga del cansancio acumulado. Los familiares que han escuchado el informe levantan la mano y hablan por turnos. "Sólo queremos la verdad, que ya no nos engañen, es todo lo que pedimos", coinciden en sus tristísimas intervenciones. Una señora, no obstante, denuncia:
"El año pasado mi marido se electrocutó allá abajo. No se murió por la grandeza de Dios, pero ahora tiene su corazón muy enfermo. Ya tenían que haberlo jubilado por incapacidad con pensión total, pero la empresa dice que está bueno y lo obligan a seguir trabajando. ¡Queremos justicia!"
Un minero en activo, vestido con su uniforme de labores, equipado con su casco, su lámpara de pilas y sus guantes, como el resto de sus compañeros que desde la noche del accidente se presentan día tras día a trabajar y cobran su salario aunque prácticamente no hacen nada, agrega su voz a la improvisada asamblea.
"Desde que pasó esto, ahora nos hacen examen médico todos los días. A mí me dijeron que tengo la presión, a otro que trae alto el azúcar. Antes del 19 de febrero qué esperanzas, nadie nos revisaba. Lo que yo no entiendo es para qué sirve tanta chistosada si la mina ya no existe, hay que reconstruirla para que vuelva a dar producción."
En medio de este cuadro absurdo, insoportablemente doloroso y siniestro, el gobierno federal, por medio del secretario del Trabajo, en una ceremonia a la que asistirá en principio el gobernador Moreira, "entregará oficialmente las indemnizaciones" a los familiares de las víctimas de Pasta de Conchos, mañana (lunes) en Saltillo.
Todo sugiere que se tratará, aparentemente, del último acto de la comedia oficial, para que se reanude en la oscuridad y en el silencio la tragedia sin fin que es la vida cotidiana de los mineros del carbón en Coahuila.