El futbol y la política
Decía un día Javier Solórzano tras una gran jornada futbolera que el futbol "era lo más importante de lo menos importante". Extrañamente para amplios sectores del país, la política electoral se ha convertido en lo menos importante de lo que, se supondría, es lo más importante, pues al elegir gobernantes, supuestamente decidiríamos nuevos rumbos.
Fatalmente, en este mundo sin ideologías, entre futbol y política, hay cada vez más similitudes, y no como las hubiera descrito Eduardo Galeano al escribir sobre la importancia del futbol como fenómeno de masas en la sociedad actual, sino por la manera en que se ha reducido al ciudadano a la calidad de simple espectador.
Ser un elector hoy, esperando realizar el "acto inteligente" de ir a votar, es como comprar un Melate, y tras pronosticar el triunfo o derrota de los equipos, poder ganar una millonada: jugando, participamos. No obstante, en el caso de las apuestas futboleras al menos hay esperanza de ganar un premio y salir de pobres, cosa que en lo político-electoral ni siquiera existe esa posibilidad, pues son los mismos jugadores: sólo cambian de partido, y si es el mismo debo creerles y si no rechazarlos hasta que los contraten en el mío.
Anteriormente el PRI tenía una franja de votos asegurados con el sector de la población que decía como razonamiento orientador del voto "voy a votar por el PRI, porque va a ganar". Hoy el aumento de posibilidades de otros partidos, definido a través de las encuestas, hace un efecto semejante que huye del examen de los candidatos y prefiere orientarse por las encuestas, como los hinchas por los goles.
En el futbol, sin embargo, hay más fidelidad y principios que en la política. En las elecciones, la competencia es por quién "da más", como en los concursos de las reinas de feria en los pueblos, donde no gana la más bonita, sino la que tiene más dinero.
En nuestra nueva democracia los ganadores no serán los que decidieron los electores, sino los dueños de las elecciones. El deseo de ganar es suficiente razón para ganar. Es lo mismo que con las davaluaciones: se hacen porque la gente dice que va a haber devaluación y los más ricos sacan todo y el peso se devalúa, lo que en imagen trae a una serpiente comiéndose la cola.
¿Qué tiene que hacer hoy el elector a favor de sus candidatos y su partido? Lo mismo que un fanático a favor de su equipo: comprar su camiseta (en la política no es necesario, pues un candidato a diputado te la dará); saber al dedillo quiénes son los jugadores, conocer al entrenador y su optimismo; ir a la plaza cuando se le convoca, es igual que ir al estadio cuando el partido promete goles y ganar. Es bonito ser porra o escenografía en un mitin, aunque no te dejen acercarte, pues los ídolos entre más lejos, más creíbles.
En la política de hoy, como en el futbol, el ciudadano es un espectador: sólo ve a 11 contra 11 y tres árbitros que les pitan cada vez que cometen una falta. En el balompie también gusta el escándalo y el juego sucio, y hay llamados a "jugar positivamente", con "propuestas".
En el futbol existe la Federacióm Mexicana de Futbol y en política está el Instituto Federal Electoral. En el futbol está también la Federación de Arbitros y en el campo electoral hay un Trife. Hay marcadores como encuestas, ligas y liguillas y Copa Libertadores, como torneos para diputados, senadores y delegados. Eso sí: nadie puede meterse a la cancha.
El espectador electoral, como el futbolístico, comentará y sabrá todo de su equipo o partido y dirá que sus jugadores y candidatos son los mejores. Los seguirá a las plazas, estadios, en las declaraciones, encuestas y transmisiones en vivo, pero siempre desde su casa o desde una lejana tribuna. El ciudadano y el fanático podrán gritar, desde lejos o desde la casa, y para decir lo que se quiere decir tendrá a su comentarista: al que hable por él en la pantalla.
Todos queremos ganar, ya sea que lo haga nuestro candidato, nuestro partido o nuestro equipo. Nos pondremos la camiseta y se la pondremos a nuestro hijo, quien quisiéramos que un día fuera futbolista profesional para enorgullecer a la familia y poder decir a vecinos y amigos, que nosotros sí sabemos "porque él está adentro" y sabe todo de primera mano. En ambos casos, sabemos crecernos con el castigo, mezclando triunfos y derrotas. ¡Eso es la democracia!
Al final, vamos a ganar. ¿Pero qué ganamos? Luego del entusiasmo, salir con nuestras banderitas y expresar que hemos derrotado a unos y ganado nosotros. Sin embargo, tanto a los fanáticos, como a los electores, al día siguiente los acompaña el gran vacío de haber ganado todo y de no haber ganado nada o, cuando mucho, cobrar la apuesta, o crearse expectativas, pues ni el futbol ni las elecciones modificarán sustancialmente nuestra cotidianidad y las reglas de la globalidad moderna serán las mismas que nos condenan a seguir de espectadores y consumidores del futbol o de la política. Vendrán los discursos y las justificaciones de lo que pudo haber sido y no fue.
Este año habrá política y futbol: ganar y no ganar nada...