Mujeres y ciencia
El año pasado, Lawrence Summers, rector de la Universidad Harvard, dijo que las mujeres no tienen la capacidad intrínseca para desempeñarse en las áreas de las matemáticas y las ciencias. Veamos el contexto: siglo XXI, una de las más importantes instituciones científicas del planeta, cuyo principal representante afirma que existen diferencias en las capacidades intelectuales de los seres humanos a partir del sexo.
Sin proponérselo, Summers nos regala una imagen perfecta del grado en el que se encuentran arraigados, aun hoy, dentro de la propia ciencia, los estereotipos que ha creado la sociedad acerca de las capacidades y los roles asignados a las mujeres. Esta línea de pensamiento tiene orígenes antiguos: desde la craneología, que infería a partir del tamaño del cerebro distintas capacidades entre hombres y mujeres; o la ginecología -situada ya en su etapa científica-, cuyos representantes, como Víctor Cónill, recomendaban en los años 40 una educación especial para las mujeres, alejada de los temas difíciles (como las ciencias), considerando que las que realizaban estudios profesionales estaban en la categoría de intersexuales; hasta los estudios actuales que encuentran diferencias en las capacidades viso-espaciales y en las habilidades para las matemáticas.
Las mujeres estuvieron excluidas de la educación superior y la ciencia hasta finales del siglo XIX. Luego ocurrió una explosión, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX, en la que al final ellas representaron aproximadamente la mitad de la matrícula en la educación superior. A partir de entonces su presencia ha crecido en los estudios de posgrado y la investigación científica, aunque apenas representa aquí cerca de 30 por ciento. Se trata de un fenómeno muy reciente. Una pregunta que puede formularse es si esta presencia femenina ha cambiado en algo la actividad científica.
Aunque es muy poco el tiempo transcurrido, varias cosas han cambiado. En primer lugar, la aparición de una crítica a la ciencia por su papel en la preservación de estereotipos sociales sobre las mujeres como los anotados, que ponen en duda la objetividad y neutralidad de la ciencia.
Pero no sólo eso: también cambios en el tipo de preguntas, metodologías y conceptos que obligan a corregir conocimientos universalmente aceptados, como en el campo de la biología. Algunos ejemplos: las ideas socialmente construidas sobre la pasividad o la negación de lo femenino en la reproducción (de origen aristotélico), alimentadas por la ciencia, impulsaron la idea de que las células sexuales femeninas, los óvulos, son agentes pasivos, en espera de que el elemento activo masculino, el espermatozoide, las fecunde; "son la tierra en la que se siembra la semilla". O también, la diferenciación sexual, en la que un embrión humano es masculino por la presencia activa de un gen (SRY), y es femenino por la carencia del mismo. Pues resulta que el espermatozoide puede ser totalmente prescindible en la reproducción, como en el caso de la clonación en mamíferos, en la que lo más importante es el óvulo, y biólogas moleculares y genetistas plantean la existencia de un gen Z que guía la diferenciación sexual femenina, la cual no podría explicarse simplemente por la ausencia del gen masculino.
Además de estas nuevas preguntas, se producen cambios en las explicaciones sobre cómo se produce el conocimiento. La presencia femenina ha hecho surgir una nueva epistemología, la que, además de poner en duda la neutralidad y objetividad científicas, propone nuevos caminos para entender las formas en las que se crea el conocimiento. Mujeres realmente brillantes como Sandra Harding, Helen Longino, Nancy Tuana y Donna Haraway, entre otras, han incorporado elementos novedosos de discusión en la filosofía de la ciencia.
Entonces, ante la pregunta de si la incorporación de las mujeres a la ciencia (que se encuentra todavía en un nivel incipiente) ha traído consigo cambios en la actividad científica, la respuesta es afirmativa. Simplemente porque ha introducido elementos que antes no estaban presentes, como la demostración de la permeabilidad de la ciencia ante los estereotipos sociales sobre lo femenino; el surgimiento de nuevas preguntas y enfoques en algunos campos, y la aparición de nuevas propuestas para entender cómo se crea el conocimiento. Nada más... pero nada menos.
Queda un punto pendiente: la incorporación de las mujeres a la ciencia no se ha dado de igual manera en todos los campos del conocimiento. Hay todavía áreas predominantemente "masculinas", como las ingenierías, las ciencias agropecuarias, la física y las matemáticas, en contraste con otras en las que la presencia femenina es muy importante, como en las ciencias de la vida y las humanidades. Pero las explicaciones sobre este hecho no pueden sustentarse en una idea sobre diferentes capacidades basadas en diferencias sexuales. Más bien, como sugieren numerosos estudios, se estarían reflejando los diferentes roles socialmente asignados a mujeres y hombres.
Las ideas anteriores aparecen en el libro Ciencia, tecnología y género en Iberoamérica, editado por Norma Blazquez Graf, publicado recientemente por la UNAM, UNIFEM y Plaza y Valdés.
Olvidaba decir que Lawrence Summers no tuvo más remedio que anunciar su renuncia a la rectoría de la Universidad Harvard el pasado 21 de febrero.