Usted está aquí: domingo 19 de marzo de 2006 Opinión El enredo

Rolando Cordera Campos

El enredo

Convertidos en dúo dinámico, los candidatos del PAN y el PRI arremeten contra López Obrador en misión salvadora de México. Más que de ganar la elección el licenciado Madrazo ha sugerido que de lo que se trata es de evitar que el Mal llegue a la Presidencia. El bien estará escondido, parecen decirnos a coro los contendientes tradicionales, pero el maligno está a la vista y hay que atajarlo. Cien días, cien, y a ver quién puede más. Por lo pronto, que apuesten los jugadores, antes de que se cierren las puertas.

Que la política democrática mexicana se haya convertido en un palenque dice mucho de la velocidad de adaptación de los políticos vernáculos a las modas internacionales, y mucho también del grado insólito de descomposición que han alcanzado los grupos dirigentes que comandan las formaciones políticas más añejas de México. Sus desatinos y descalabros verbales, vueltos cascada en estos días de festival demoscópico, sólo son superados por los que sin cesar emite a diario el presidente Fox, quien acaba de confesar a Reuters que "todos los políticos son unos mentirosos". Pero lo grave y ominoso no está del lado de Los Pinos, donde de todas maneras no tienen otra cosa que hacer que las maletas, sino en quienes pretenden suceder al gobierno que no supo, ni pudo, y al final tampoco quiso, estar a la altura de sus promesas.

Transformar la justa electoral en "prueba de Dios" es muy peligroso para un sistema que ha sorteado apenas sus primeros desafíos. Es corrosivo para quienes adoptan esta estrategia, porque los primeros en resentir sus efectos negativos son sus propias bases y periferias de apoyo, pero lo es más para una ciudadanía que se ha aferrado a la legalidad política de un modo ejemplar a pesar de tener todo o casi todo en contra.

No sobra recordarlo. En 1988, Cuauhtémoc Cárdenas y sus compañeros formaron el Frente Democrático Nacional, sumaron a sus fuerzas a Heberto Castillo y al PMS (antes PSUM), enfrentaron toda suerte de abusos y desventajas que se veían como naturales y propios del presidencialismo autoritario, dejaron atrás el poder obsecuente de la gran empresa mediática cuyo dueño era un soldado del PRI, casi un legionario del señor presidente, y pusieron contra las cuerdas no sólo al licenciado Carlos Salinas, a quien tenía que verse como el seguro sucesor, sino que hicieron la primera revelación de lo que ya ocurría y no dejaría de ocurrir desde entonces: el emperador andaba en harapos y pronto andaría desnudo.

La izquierda con Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza abrió brecha para la democracia y la civilidad. En momentos de angustia y peligro, la naciente formación que encabezaba optó por la vía del derecho y la organización y formó el PRD que, entre otras cosas, lo llevó a ganar el gobierno de la capital y, de nuevo, abrir brecha en la experiencia política plural, en el primer Congreso dividido de la era que amanecía.

Nacionalistas trasnochados, arcaicos, creo que también los llamaron populistas, aunque el epíteto carecía del glamur presente. Algo de todo eso, si se quiere, pero lo que se impuso fue la gana de ganar en democracia y respetar sus códigos, mientras podían esclarecer el panorama de largo plazo para un país sometido a cambios y dislocaciones drásticos pero sin crecimiento alto y buen empleo. Digna manera de hacer honor al legado del gran presidente y general Lázaro Cárdenas, que hoy domingo recordamos en un Petróleos Mexicanos minado por dentro y acosado desde fuera, pero todavía en pie y en capacidad de darnos rentas que algunos ilusos imaginan infinitas.

Tanto el PRI como el PAN tuvieron tiempo suficiente para adaptarse a la nueva situación abierta por el cambio económico sin inclusión social y por la propia democracia, pero no lo han hecho. Han vivido de los ecos del poder perdido y del efímero disfrute que les dio el episodio de las concertacesiones que concretaban el beneficio de la duda que el PAN de don Luis H. Alvarez le otorgó al presidente Salinas. Pero decidieron actuar como si el resto del sistema emergente fuera un estorbo, mientras se soñaban en un bipartidismo a la medida que poco a poco se impondría, y hasta en inglés.

La hora de aprender no ha terminado, pero ahora tendrá que pasar por la formación de coaliciones políticas y sociales de gobierno, inéditas entre nosotros, aunque marcadas por las memorias de los frentes populares de entreguerras y los gobiernos nacional-populares que los siguieron. Pasar a hacer política de coalición y no sólo de alianza de juguete, como la del PRI con los verdes, puede ser el camino para asegurar el buen gobierno de un Estado en extremo frágil y pasar a una nueva fase, en la que el crecimiento y el empleo sean el centro de la preocupación y los compromisos nacionales, y la seguridad pública y privada tarea de todos, oposición y gobierno, hasta Casandras de un domingo en la Alameda.

El PRI y el PAN tienen que dejar atrás sus estrategias del miedo y empezar a pensar en los acuerdos del mañana inmediato, que empieza después del 2 de julio. De poco ayudan para esto las estridencias ¿autobiográficas? del señor Espino (AMLO: amenaza número uno para el país) o del senador Fernández de Cevallos ("imagínense soportar a un porro, loco, engreído, fatuo, en la Presidencia de la República"). Ganen o no, el pasar de dúo dinámico a cuarteto de disonancias no sólo les quita votos sino credibilidad, y mantiene al precario orden ciudadano democrático de que disponemos en calidad de rehén de los supuestos o reales planes de unos cuantos embozados. Pésima señal para los que leen y analizan para los mercados de a de veras, pero en fin.

Si esto empata con un momento de sobriedad del PRD, AMLO y sus seguidores y aliados, una vez que termine la francachela a que los han llevado las cuentas demoscópicas adelantadas, podremos hablar de nuevo del país que queremos y podemos tener, aunque sea poco a poco. Habremos salido del enredo al que nos han llevado tanta paranoia y necedad inoculada en la gente decente como si fuera vacuna contra la gripe aviar. De continuar, no lleva sino a las profecías autocumplidas... por ineptos aprendices de brujo.

 
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