Poblaciones cuyas comunidades son minoría se desplazan temerosas y en silencio
Mueren 60 iraquíes por día; "si eso no es guerra civil... qué es": Allawi
Bagdad, más peligrosa que en tiempos de Hussein; fin a siglos de convivencia chiíta y sunita
Ampliar la imagen Atención médica a un iraquí herido por tropas estadunidenses en Ramadi Foto: Ap
Erbil, Irak, 19 de marzo. Irak es un país paralizado de miedo. Lo peor es en Bagdad. Las matanzas sectarias son cosa de todos los días. En los tres días siguientes a los bombazos en la mezquita chiíta de Samarra, el 22 de febrero, unas mil 300 personas, en su mayoría sunitas, fueron levantadas en las calles o sacadas de automíviles para asesinarlas. Los cadáveres de cuatro presuntos atacantes suicidas quedaron colgando de una torre del cableado eléctrico en el barrio bajo de Al-Sadr.
La violencia ha llegado a tal escala, que la mayoría de hechos ya ni se reportan. El ex primer ministro Iyad Allawi dijo este domingo que perecen decenas cada día.
"Es una desgracia que estemos en guerra civil. Perdemos cada día entre 50 y 60 personas, si no es que más", declaró Allawi a la BBC. "Si no es guerra civil, entonces Dios sabe qué lo sea."
Ocultas a la vista del mundo exterior, poblaciones enteras se desplazan en silencio: gente atemorizada huye de los vecindarios donde su comunidad está en minoría, en busca de distritos más seguros. También, cada vez más personas recurren a las milicias, por miedo de que las patrullas y retenes policiacos sean en realidad escuadrones de la muerte en busca de víctimas.
Distritos donde sunitas y chiítas vivieron juntos durante décadas, si no siglos, se han puesto de cabeza en unos días. Por ejemplo, en el barrio de Al-Amel, en el oeste de Bagdad, las dos comunidades vivieron una al lado de otra hasta hace unos días, aunque los chiítas eran mayoría. Luego, debajo de la puerta de las casas de los sunitas comenzaron a deslizar sobres que contenían una bala de Kalashnikov y una carta donde se les advertía que se fueran de inmediato o morirían. Debían llevarse cuantas pertenencias pudieran y no volver excepto para vender sus casas.
La reacción fue inmediata. Los sunitas de Al-Amel protegieron sus calles con barricadas. Varias familias, supuestamente pertenecientes al partido chiíta, el Consejo Supremo de la Revolución Islámica (CSRI), fueron asesinadas el mismo día en que las cartas amenazantes se distribuyeron. "Los sunitas locales sospechaban que esos chiítas hicieron las cartas", dijo un informante. "Probablemente llamaron a la resistencia local para que acabara con ellos." Un efecto de la escalada de violencia sectaria es fortalecer a la insurgencia sunita, porque su desesperada comunidad recurre a ella para su defensa.
No es que la vida no hubiera sido dura de por sí antes del estallido de la violencia comunal. Hace tres años, la mayoría de los iraquíes se alegraron con el derrocamiento de Saddam Hussein, aunque no les gustaba la ocupación estadunidense, porque querían llevar una vida normal. Habían vivido en estado de guerra desde 1980, cuando el líder iraquí invadió Irán. Fueron ocho años de sangriento conflicto seguido por la invasión de Kuwait, la derrota ante la coalición encabezada por Estados Unidos, los levantamientos chiíta y kurdo de 1991 y luego los 12 años de sanciones de la ONU.
En vez de mostrar mejoría, la vida en Bagdad se ha vuelto mucho más peligrosa que en tiempos de Hussein. Todas las facetas de la vida cotidiana están afectadas. En días recientes las temperaturas han comenzado a aumentar y las personas normalmente estarían comprando ropa de verano, pero en el distrito comercial de Al-Mansur hubo pocas personas en las calles durante la semana pasada. Muchas tiendas cerraron porque sus dueños tenían miedo de salir a la calle.
Incluso permanecer en casa tiene sus problemas. En el tórrido calor del verano iraquí la gente depende del aire acondicionado para hacer la vida más tolerable. Pero sólo hay tres o cuatro horas de electricidad al día. Casi todo el mundo tiene un generador, grande o pequeño, según lo que cada quien pueda costearse. Pero el precio de la gasolina, todavía muy subsidiado por el gobierno, se triplicó antes de Navidad. Un amigo, Mohammed, se quejaba: "O hago cola durante siete u ocho horas para comprar gasolina, o la adquiero en el mercado negro. Pero en este último caso tengo que gastar entre 7 y 8 dólares diarios para operar mi generador, y sencillamente no tengo ese dinero". Cuando dijo eso acababa de pasar 10 horas, de 5 de la mañana a 3 de la tarde, haciendo cola para comprar un tanque de gas que él, como la mayoría de los iraquíes, usa para cocinar.
Flaquea la determinación
Los iraquíes se han visto obligados a encontrar maneras de vivir aun en las condiciones más apremiantes, pero su determinación comienza a flaquear. Por ejemplo, el hermano de Mohammed tenía empleo en una compañía que vende unidades de aire acondicionado. Como es principio del verano en la llanura mesopotámica -uno de los lugares más calurosos de la Tierra-, debería ser buen negocio. Pero el hermano acaba de perder el empleo porque la empresa era propiedad de un kurdo. Lo amenazaron de muerte, así que cerró la compañía y se mudó a Jordania con su familia.
Los partidos políticos llevan tres meses, desde la elección del 15 de diciembre, tratando de formar gobierno. Pero pregúntenles a los iraquíes en la calle qué desean de un nuevo gobierno y la mayoría contestarán: "¿Cuál gobierno? Nunca hace nada por nosotros".
El suministro de electricidad, agua potable y alcantarillado ha bajado a niveles menores que los de 2003. La única mejoría es en el abastecimiento eléctrico fuera de Bagdad, pero es periódico. En Kurdistán, única parte pacífica de Irak, la energía sólo se ofrece unas horas al día. Por todos lados se ven hombres vendiendo gasolina de contrabando, procedente de Irán. Turquía ha cortado los envíos de combustible refinado porque no le pagan.
Todo Irak sufre, pero Bagdad y las provincias centrales se vuelven un matadero. La vida normal es imposible desde hace mucho tiempo. El símbolo del Irak en la era posterior a Saddam Hussein son las gigantescas murallas de concreto colocadas de extremo a extremo para crear fortificaciones de apariencia medieval. Han llegado a predominar en Bagdad y la mayoría de las otras ciudades. Protegen las posiciones estadunidenses, los puestos de la policía y el ejército iraquíes y todos los edificios del gobierno. También estrangulan las calles, lo cual produce notorios cuellos de botella para el tráfico de vehículos.
Inseguridad crónica
Algunos iraquíes viven mejor que antes de 2003. Hay maestros y empleados del gobierno que ganan 200 dólares al mes cuando antes ganaban 10. También hay kurdos y chiítas de las provincias del sur, que allá forman la mayoría de la población. Pero en el resto del país los iraquíes viven en inseguridad crónica.
En el distrito de Al-Khadra, barrio sunita del oeste de Bagdad, los insurgentes libran dos guerras al mismo tiempo: una contra los estadunidenses y otra contra milicianos chiítas, algunos de los cuales trabajan para el Ministerio del Interior. La semana pasada guerrilleros sunitas atacaron un coche, en el que según ellos iban agentes de la CIA, en un túnel, y mataron a sus ocupantes. Dos días más tarde emboscaron un convoy de vehículos del Grupo Badr, la milicia chiíta. Mataron a cuatro de los milicianos, luego les rociaron gasolina y les prendieron fuego. Poco después fue localizado un autobús abandonado en una carretera cercana. Al principio se creyó que podía contener una bomba. Luego resultó llevar un cargamento más sombrío: los cuerpos de 18 sunitas torturados y asesinados. En distritos como Al-Kahdra la guerra civil ya empezó.
© The Independent Traducción: Jorge Anaya