Cabos sueltos
Estamos apenas a finales de marzo, quedan aún tres meses para las elecciones. Las preferencias de aquellos que pueden votar y finalmente asistan a las urnas se manifiestan hoy en las encuestas sobre intención del voto con una diferencia significativa a favor de López Obrador. Las campañas de los otros candidatos han acabado por girar en torno a la suya, lo que parece acomodarle más y fortalecerlo. Pero, al mismo tiempo, esa situación evita que se traten, de modo más abierto y sustancioso, asuntos relevantes para una futura Presidencia y un próximo gobierno.
Las características que se advierten en la actual temporada electoral: el enfrentamiento de las personalidades, la promoción del miedo, el descrédito de los argumentos, las denuncias, las medias verdades y las declaraciones altisonantes están muy a tono con la naturaleza de la vida política de México, y sin duda es un pesado lastre.
En el PRI se desprenden cada vez más grupos e individuos ante una dirigencia opaca, sumisa e ineficaz con un candidato que controla a su modo el proceso interno, tanto de la campaña como de la selección de candidatos al Congreso. Y lo hace de la única manera que puede y sabe: con mañas y arreglos en la sombra, protegiendo a quienes debe, aliándose con quienes cree poder sacar más provecho, es decir, los mismos personajes de siempre ya impresentables. Ese es el PRI, producto de su propio proceso de evolución, ésos son sus rasgos genéticos, los que orientan su selección natural y que parecen ya muy debilitados como para garantizar la subsistencia de los que se creían más aptos para hacerlo.
Al PAN le cuesta reconocer lo obvio: la campaña de su candidato no provoca eco. No puede hacerlo porque no tiene contenido, y mantiene, en cambio, demasiados amarres con el gobierno. El partido no muestra cohesión para ordenar y apoyar decisivamente la campaña, no parece organizado ni unido, es más, no parece siquiera convencido. Felipe Calderón tiene un discurso y un mensaje flojos que ya no pueden reproducir lo que hace seis años al entonces candidato Vicente Fox le fue tan rentable como para ganar la elección. Y no hay nada concreto que avale su trabajo político ni su paso por este gobierno; la gente que ve en Calderón a un candidato "menos malo", sólo puede decir que parece un buen tipo y honesto, lo cual no es suficiente, como ya se habrán dado cuenta él y su partido.
López Obrador está haciendo rounds de sombra y tiene algunas breves escaramuzas con poco contacto; o para decirlo en el deporte que le gusta: calienta el brazo y practica el swing de bateo, esperando poder dar al lanzamiento correcto. Hasta ahora no está obligado a más y esa ventaja la ha sabido aprovechar. Mas las condiciones del juego van a cambiar. Tendrá que afinar sus dichos y propuestas, definir sus alianzas, justificar las adhesiones que va aceptando y adaptar su oferta a las demandas políticas de los ciudadanos, que son tan desiguales como la estructura social del país. En economía existe una proposición controvertida que se conoce como la Ley de los Mercados de Say (J. B. Say, pensador francés muerto en 1832 y exponente de la doctrina del librecambio), que dice que la oferta crea su propia demanda. Esta es siempre una cuestión parcial y no será al final una buena estrategia política.
Un rasgo de este periodo de campañas electorales es que muchas piezas andan sueltas, otras más se soltarán en las semanas siguientes y no es posible ahora prever cómo habrán de acomodarse.
La nueva Ley de Presupuesto y Responsabilidad Hacendaria no tiene nada de inocente y con los compromisos fiscales que establece surge como un elemento poco democrático ante la transición de gobierno que se avecina. Es también muy sensible la Ley de Radio y Televisión que tantas fricciones ha provocado; está hecha a la medida de los intereses más poderosos de los medios de comunicación. Estas son dos herencias con las que habrá de cargar quienquiera que gobierne a partir de diciembre y están muy lejos del ordenamiento institucional que requiere el país.
Tampoco contribuye a crear ese nuevo orden institucional la promoción de un acuerdo como el denominado de Chapultepec, que no puede legitimarse socialmente, por su mismo origen, sus lazos y su contenido. Y muy ligado con este asunto está el de la creciente campaña, basada nada menos que en el Banco de México, contra la falta de competencia en diversos sectores de la economía, como son especialmente las telecomunicaciones y los servicios bancarios. Aquí no queda clara la distinción entre el mensajero y el mensaje, lo que hace más incierta la forma de disminuir el poder monopólico en esos sectores y que contribuyen a la falta de productividad en la economía y, simultáneamente, a la persistente concentración de la riqueza.
Las semanas que siguen se anuncian problemáticas y con riesgos en el campo político; es razonable esperar cierta descomposición ante la manera en que avanzan las campañas y los intereses que están en juego, unos que se agotan y otros que quieren consolidarse. Esta es una segunda fase de una transición aún incierta en el país.