Privilegios y desigualdad
Los cientos de miles de migrantes que han salido a las calles de Estados Unidos han desatado, de manera tan inevitable como urgente, reflexiones inusuales. Con su tumultuaria presencia lanzan el firme y alegre rechazo a ser mantenidos en las sombras, en la explotación y el desprecio al que han estado sujetos por largos, oscuros, interminables años. De aquí en adelante nadie, de aquí y de allá, podrá ignorar sus esfuerzos, la contribución que con generosidad aportan, su tragedia como desterrados y, tampoco, pretenderán tratarlos como delincuentes. Serán, de aquí en adelante, la poderosa fuerza de trabajo que exige su lugar en la producción de la economía estadunidense, la infusión cultural que acarrean y la energía individual y colectiva que pelea por la oportunidad de llevar una vida decente y reconocible.
Los dirigentes del vecino país sacarán, sin duda, las consecuencias y lecciones de tan imprevisto como vital movimiento. Uno más de la larga y creadora lucha de los inmigrantes con que se adorna la historia de ese país. Toca a sus contrapartes mexicanas sacar las propias. Y ello lleva, en estos preñados días electorales, al cuidadoso, abierto y crudo examen de las causas que han obligado a unos 4 o 5 millones de compatriotas a irse al norte durante los pasados dos sexenios. Pero en especial a los que se expulsaron en los últimos cinco años, tiempo en el cual la emigración dio un salto cuantitativo que es imposible de evadir o ningunear.
La apreciación más cercana a la realidad del México actual habla de una nación donde los privilegios, como distintivo de un sector de la sociedad, llevan, como su correlato sustancial, una profunda, grosera, inaceptable desigualdad social. Tanto los unos como la otra se agudizaron, por demás, durante la actual administración de los gerentes. Fox, sus auxiliares y, sobre todo, sus patrocinadores, condujeron los asuntos públicos y privados de tal manera que propiciaron una insultante concentración de riqueza y dejaron en el más completo desamparo, y sin las mínimas oportunidades, a las mayorías del país. Una porción de esos seres, quizá los más recios, aptos o dignos, se fueron siguiendo el norte de sus esperanzas. Se condenaron a sí mismos al exilio antes de aceptar, resignadamente, su condición de excluidos permanentes. Y de esta terrible manera se ha ido escribiendo la injusta historia de este agobiado país, mientras su liderazgo político y económico retoza y se vanagloria de sus reaccionarios éxitos: estabilidad, reducción de la deuda externa y precario crecimiento, pero sin la válvula de salvación (la expulsión de más de 2 millones de mexicanos) se hubiera generado una situación insostenible.
La toma de conciencia de los migrantes, alcanzada por ellos mismos y sin ayudas externas, será el detonante de un movimiento que habrá de lograr la inclusión del apartado que faltaba al TLCAN: el factor humano. El trasteo de la "enchilada completa" sólo sirvió para complicar las relaciones con los arrogantes vecinos. Pero Fox ya trata de apropiarse -con discursos enredados, a los que seguirán, con fiable seguridad mercadológica, miles de espots- de, al menos, parte de lo que está sucediendo. Es un regalo inesperado para su partido, para su candidato desfalleciente, para calmar a sus patrocinadores que, a gritos, con susurros financiados, le piden que se una al PRI. El peligro de caer derrotados ante la opción de izquierda recibe un gratuito empuje en su esfuerzo por exorcizar al avanzado perredista en cuanta encuesta se ha publicado. Sólo que su inveterada torpeza hará nugatorio el efecto mediático tal y como lo han hecho hasta ahora con su estrategia de ataque coordinado sobre Andrés Manuel López Obrador. Campaña que se intensifica en estos cruciales meses electorales.
Y será también neutralizado por las mismas condiciones que llevaron a esos millones de mexicanos a emigrar y en cuyo centro se agita la intolerable inequidad prevaleciente. Esta, entonces, es una disputa por la continuidad o no de los privilegios que la procrean y reproducen. No por un forzado modelo de seudofuturo, tal y como lo pregona Felipe Calderón y refuerza Madrazo con ligeras variaciones. El debate por terminar o no los privilegios es una cuestión que ignoran de manera deliberada, a pesar de la abultada realidad que se les coloca enfrente. Poco importa que se trate de aprobar una Ley de Radio y Televisión amañada para deleite del duopolio difusivo o que se reconozca la inmensa fortuna amasada por Carlos Slim al amparo de su cuasi monopolio.
Insisten, los promotores de la continuidad, en la táctica de guerra sucia. Tratan de contrarrestar el atractivo popular de un candidato resaltando supuestos rasgos de su personalidad (populista, autoritaria, mesiánica) con exorcismos sacados de un vetusto manual de la guerra fría. Y han terminado por tenerle pánico al monstruo que han erigido en la mente de algunos electores. Han contaminado, con sus propios e interesados miedos, a muchos de los que, de todas maneras, habrían de darles sus votos. Pero, al mismo tiempo, van alejando, con sus coordinados ataques, a todos aquellos votantes sin partido que buscan opciones creíbles en la lucha contra los privilegios. Así las cosas, tal parece que los próximos 30 o 40 días serán los definitorios de la competencia. Después nos inundarán de goles, patadas, triunfos y derrotas.