La alternativa de la democracia
Ampliar la imagen El delegado Zero, ayer en el poblado de María Ostula, Michoacán. En la imagen de la derecha, Andrés Manuel López Obrador, ayer durante su campaña electoral por Ixhuatlán, Veracruz Foto: Víctor Camacho y Carlos Ramos Mamahua
Ampliar la imagen El delegado Zero, ayer en el poblado de María Ostula, Michoacán. En la imagen de la derecha, Andrés Manuel López Obrador, ayer durante su campaña electoral por Ixhuatlán, Veracruz Foto: Víctor Camacho y Carlos Ramos Mamahua
Planteemos una cuestión: la alternativa entre la democracia representativa, tal como existe actualmente en México, y la posibilidad de otra democracia posible. ¿Por qué esa alternativa?
Hace 12 años el movimiento rebelde zapatista comprobaba que la actual democracia representativa estaba en crisis. Cuando el Congreso de la Unión rechazó la propuesta de la Cocopa, que incluía el reconocimiento de los acuerdos de San Andrés pactados entre el Estado y los pueblos indígenas, cuando el Legislativo promulgó una ley que anulaba esos acuerdos, fue el Congreso el que anuló la posibilidad de avanzar hacia otra forma de democracia. Ahora, se vuelve a plantear la pregunta: ¿otra democracia es posible?
Pero ¿qué otra forma de democracia? Porque la democracia representativa actual, tal como existe en México, no puede resolver, no sólo el problema de los derechos de los pueblos indígenas, sino tampoco las exigencias de reconocimiento de otros derechos como los derechos colectivos, los derechos de las mujeres, de las comunidades, de los diferentes, en suma: el de todos los excluidos de la democracia actual.
Porque la democracia actual en México no expresa el poder real del pueblo, como indicaría esa palabra griega. Es, antes bien, una partidocracia: otorga el poder a los partidos registrados. La crisis actual señala una crisis de la democracia entendida como partidocracia. Es la partidocracia la que establece un cisma entre todos los ciudadanos y los que pertenecen a un partido. Para ser votado un candidato que pretenda cualquier puesto político, desde la Presidencia de la República hasta la del menor municipio, debe ser postulado por un partido. En eso consiste una democracia sojuzgada por una partidocracia.
Esta partidocracia no admite candidaturas que no tengan el aval de un partido. Por esa razón, para la Presidencia de la República, el IFE no pudo admitir la candidatura de Jorge Castañeda, quien, con razón en mi opinión, presentó una demanda contra el IFE en ese sentido. Es también el caso de otro candidato más jocoso y menos serio, Víctor González Torres, conocido como Doctor Simi. Pero sean estos candidatos más o menos divertidos o serios, a todos ellos les debería conceder el derecho a ser candidatos el actual sistema partidario.
Frente al sistema de partidos actual no hay más alternativa que el abstencionismo. Por eso es que la otra campaña, la zapatista, llama al abstencionismo, a no participar por ninguna campaña por el poder. Sin embargo, la abstención propugnada por el zapatismo no ofrece ninguna alternativa clara frente al poder. Se lava las manos. Parece decir: "Esto no me concierne. Allá ellos con su democracia. Yo no tengo nada que ver con ella". La abstención, indirectamente, sin decirlo, sostiene esta misma democracia representativa, tal como ahora existe. Hace el juego a los candidatos de PRI y PAN. En el fondo no es neutral; hace el juego a la derecha, representada por el PAN, y a la corrupción, representada por PRI y PRD.
El sistema democrático actual no permite otra posibilidad real. La única alternativa que abre es la rebelión frente a la democracia representativa en su forma actual, por tanto, propicia el rechazo mismo de la democracia. Eso es lo que ha comprendido el zapatismo. La otra campaña, la zapatista, no propugna la revolución, pero, al no ofrecer otra posibilidad a la democracia actual, de hecho obra, sin quererlo, como reforzadora del propio sistema.
Pero existe otra alternativa posible frente a la deficiente democracia actual. No es su rechazo, sino la opción de un camino que nos acerque a la verdadera democracia, la que sustentaría el propio zapatismo. Pero para ello hay que abrir previamente ese camino. Si queremos como meta la democracia comunitaria que promulga el zapatismo hay que pasar por la democracia representativa como un medio para ese fin.
La meta que persigue el zapatismo no es, pues, la actual democracia sino su rechazo. Pero para alcanzar esa meta no puede sostener la abstención, como hace el zapatismo, sino la participación en un cambio, en una transformación del país que condujera a ese fin: la verdadera democracia, no la partidocracia.
Antonio Machado exclamaba: "Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar". El zapatismo plantea la meta del camino, pero no habla de los medios para lograrla. Para hacer camino con él, para andar con él -como muchos quisiéramos- hay que hacer camino al andar.
Ahora bien, ¿cómo hacer camino al andar? Este punto donde las propuestas de López Obrador para una nueva democracia se atreven a una respuesta: luchar contra el exceso de desigualdad y contra la corrupción, caminar hacia el término de la desigualdad y sobre todo (lo que quizás es lo más importante), no agachar la cabeza ante el poderoso, poner en cuestión el poder existente, educar para decir "no" al poderoso. ¿No debería ser eso también el objetivo de la otra campaña y no simplemente como propugna un abstencionismo que se lava las manos ante la situación actual?
El zapatismo, con la otra campaña plantearía una meta: llegar a una democracia participativa. Con ello señala un ideal para alcanzar, inspirado en la realidad de las comunidades indígenas. Las comunidades indígenas de Chiapas podrían verse como ejemplo de lo que podría llegar a ser una democracia participativa en todo el país. Carlos Lenkersdorf, residente por muchos años en las comunidades tojolabales de Chiapas, ha descrito someramente cómo se ejerce la democracia en una comunidad. En la comunidad se discuten los distintos pareceres, se sopesan sus pros y sus contras. Después de su discusión, se resumen sus resultados y se busca un consenso. El consenso toma en cuenta la opinión de las minorías y, después de esta consulta, toma una decisión. Este podría ser un ejemplo, en pequeño, de una democracia participativa que podría extenderse a todo el país. No estaría basada en una elección, pero sí en la revocación del mandato si el mandatario no cumpliera, en la obligación del rendimiento de cuentas en tal caso, y también en la rotación de los mandatarios. Así se eliminaría la corrupción por la prevalencia de intereses personales o de grupo. El ejercicio de una democracia análoga a ésta en toda la nación sería el anhelo del zapatismo, por difícil que fuere su realización. Pero para lograr ese fin, se requiere pasar por el sistema actual de democracia representativa, de manera de poder modificarla. No basta con la rebeldía. Es necesario abrir un camino que conduzca a la transformación del país. Ese es el camino que, frente al zapatismo, propone López Obrador.
El rechazo del subcomandante Marcos y del zapatismo al PRD, aunque se haya expresado en insultos, tiene en parte razón. El PRD ha demostrado estar lejos, con honrosas excepciones, de lo que se supone debería ser un verdadero partido de izquierda. No puede reivindicar para sí una actitud de pureza, como los justos en la obra de Camus. Pero frente a la pureza de los justos que reivindica el zapatismo puede aceptarse otra actitud: la de los que apoyamos la candidatura de López Obrador: evitar ensuciarse las manos, evitar corromperse, pero, sobre todo: proponer también una actitud contraria; decir, por tanto, "no" a la desigualdad imperante, a la corrupción rampante, no evadirse, no abstenerse, pero decir "sí" a la posibilidad de transformación de este país.
Creo, quiero, interpretar la posición de López Obrador en su candidatura como un camino, no a la abstención, sino a la participación en un proyecto nuevo de nación, en la que el zapatismo tenga también un lugar prominente.
Pero, para ello, sería necesario crear un movimiento social para presionar a cualquier gobernante que, si no es capaz de responder a ese movimiento, pueda ser revocado. Con el abstencionismo zapatista un movimiento tal no sería posible. En cambio, lo que López Obrador propone es invitar a los sustentantes de la otra campaña a trabajar en común por un proyecto nuevo de nación.
Una palabra para terminar.
Sólo -pienso- hay un deber para todo ciudadano: no abstenerse, contribuir con su voto y con su acción para garantizar la posibilidad de un cambio en nuestro país. Sólo así haríamos camino al andar.