Adiós a las propuestas
Concluyó la primera parte formal del registro de candidatos a integrar el Congreso de la Unión. Las fórmulas para las 300 diputaciones federales y las 64 senadurías se verán complementadas por las listas de aspirantes por el principio de representación proporcional. Estas serán dadas a conocer en los próximos días y las sorpresas serán abundantes.
La relevancia que tienen los candidatos reside en dos aspectos: primero, cómo y por qué fueron seleccionados; segundo, la capacidad que tengan los partidos políticos para mostrarse como referencia de prácticas incluyentes y de conciliación. En pocas palabras, será un adelanto de cómo tomarán decisiones desde el Poder Ejecutivo o bien de cómo podrían actuar desde el Legislativo.
Sin embargo, mucho más que en otras ocasiones, acudimos a actos circenses y de ilusionismo, donde la posibilidad de cambiar de partido y ser aceptado sin reparo o explicación alguna deja en claro que ni militancia ni trayectorias cuentan: sólo importan coyunturas y animadversiones. De proyectos o propuestas, ni hablar. Ni una sola justificación, una carta de solicitud de aceptación o de compromiso del nuevo militante y automático candidato. Luego no se quejen de deserciones en las cámaras. Se ahorra cualquier explicación, como si la militancia del partido huésped y la ciudadanía no merecieran consideración alguna. El nuevo partido acepta sin más a un antiguo adversario y lo encumbra en la posición a la que cualquier militante aspira en su carrera: ser candidato.
Un buen día se dieron cuenta de que se había equivocado de partido, que la democracia estaba y se practicaba en otro lugar. Justo en el momento de las designaciones, estos milagrosos despertares, estas revelaciones ideológicas acuden en el momento oportuno. Y así, nos preparamos para escoger legisladores con un sentido de pertenencia, coherencia ideológica y capacidad de adaptación que supera cualquier pronóstico respecto de la viabilidad de los ajustes institucionales y legales que el país reclama. Veremos acciones renovadas de la subordinación del interés nacional a la conveniencia de los actores con intereses privados e individuales. Desde este espacio he insistido en que ante un empobrecimiento de la actividad política, resulta ser el mejor momento para imprimirle la lógica del argumento y el debate. No se niegan las expectativas grupales o del momento. La cuestión es que éstas no se impongan a las aspiraciones de la nación.
Si en Italia o en cualquier otro país latinoamericano el nivel del debate no es el adecuado, no es justificación para mantenernos en los niveles de practicismo y oportunismo que vivimos. La astringencia de propuestas nos conduce como electorado a la dramática situación de que en el futuro inmediato podremos reclamar muy poco a quien resulte electo, porque a muy poco se comprometió. Salvo lugares comunes, leemos y escuchamos un torneo de ironías, sarcasmos y de evidencias en la agilidad para el manejo de desafortunadas metáforas.
En esa perspectiva nos esperan multitud de campañas sustentadas en la búsqueda del sufragio a cualquier costo. Sea la manipulación, la dádiva, el condicionamiento de apoyos, y ni qué decir de las presencias en los medios electrónicos de comunicación. Nos merecemos otra cosa. Debemos buscar el equilibrio. En la ciudadanía estará la única posibilidad de sanción: dar o no el voto. Desde luego, hay buenos candidatos en la contienda, con programas y campañas bien articuladas, pero son las que menos espacio tienen en los reportajes y coberturas. Quizá sea por eso mismo, porque discutir ideas es aburrido. "Toda situación mala es susceptible de empeorar", nos recuerda un aforismo optimista de Nietzche.