¿Es necesario establecer en
el calendario un día de la prueba del VIH? Puede ser algo similar
a, digamos, los días específicos para sensibilizar sobre
el cáncer de mama, en el que se propone a las mujeres que hagamos
conciencia de la importancia de hacernos periódicamente mamografías. ¿Es
lo mismo la prueba del VIH y una mamografía? Veamos, si vamos
al ginecólogo y tenemos una cierta edad, muy posiblemente sea
el personal sanitario quien nos haga la sugerencia. No suele pasar
lo mismo con el VIH.
¿Se abordan en las consultas médicas temas y asuntos tales
como sexo, sexualidad o drogas que permitan valorar posibles situaciones
de riesgo
frente al VIH y, por tanto, recomendar la prueba? Parece que no, ya sea
por las razones estructurales de la salud pública o porque el personal
médico no está preparado para abordar ciertos temas. La falta
de percepción de riesgo está arraigada también en
el personal de salud. Una campaña para invitar a realizarse la prueba
de detección sería eficaz si al tiempo se dieran herramientas
para el abordaje del VIH al personal médico, especialmente al de
atención primaria.
¿Para qué otro día contra el sida?
En todo caso, ¿es necesario un “día de la prueba” cuando
ya existe el Día Mundial de Lucha Contra el Sida, el 1 de diciembre,
que engloba desde una visión más integradora, respuestas
comunitarias frente a la epidemia? ¿No sería más eficaz
reforzar esta fecha?
Una campaña dirigida a valorar la importancia de hacerse la prueba
puede mejorar la calidad de vida de las personas. La detección oportuna
del virus puede facilitar el acceso al tratamiento clínico disponible
(seguimiento médico, tratamiento farmacológico, etc.) que
supone, en muchos casos, frenar la progresión de la infección,
en otras palabras, aumentar la esperanza de vida. Sin embargo, no podemos
equiparar mayor esperanza de vida con calidad de vida. En esta última,
además de los aspectos clínicos, han de tenerse en cuenta
aspectos psicosociales. El estigma hacia las personas afectadas por el
VIH sigue existiendo y es un factor que disminuye en mucho su calidad de
vida. El sida no ha dejado de ser una enfermedad que descalifica moralmente,
como apuntó la escritora Susan Sontag.
Saberse positivo o positiva al VIH genera culpa, estigmatiza; hacerse las
pruebas señala, descalifica. De ahí el miedo, el sentimiento
de amenaza ante las consecuencias, no sólo de la enfermedad física,
sino de la enfermedad social. Favorecer la calidad de vida, por tanto,
implica también trabajar sobre el estigma que genera desigualdad
social y que es reforzado por ella y que hace que algunos grupos sean infravalorados
y avergonzados.
Para mejorar la calidad de vida, es imprescindible poner todos los esfuerzos
necesarios para erradicar el estigma asociado a la infección, así como
realizar los cambios oportunos para hacer de todas las sociedades comunidades
más justa.
El riesgo de focalizar el “riesgo”
La campaña española a favor de las pruebas de detección
pone el acento en un dato epidemiológico que sobresale por encima
de todos y parece justificarla: 25 por ciento de las personas infectadas
no saben que lo están. Alrededor de 30 mil personas se podrían
beneficiar de un tratamiento médico que mejorará su calidad
de vida si son diagnosticadas tempranamente.
Aun siendo importante la detección precoz, este dato también
puede señalar como vector de la infección a aquellas personas
que no saben su diagnóstico y siguen manteniendo prácticas
de riesgo. Es decir, parece localizar la transmisión en las personas
infectadas que desconocen su estado serológico positivo al VIH.
Esto no es nuevo. Si antes, y probablemente todavía, se focalizaba
en los “grupos de riesgo” la responsabilidad de la expansión
de la epidemia, en la actualidad se pone el acento sobre las personas que, “a
pesar de los pesares”, siguen sin hacerse las pruebas para conocer
su estado serológico.
Es más de lo mismo, ahora la culpa de la transmisión se relaciona
con la “ignorancia irresponsable”. En definitiva, la responsabilidad
vuelve a recaer en los otros, en lo ajeno. Pero tal idea, lejos de protegernos,
nos pone en situación de riesgo al no tener en cuenta que cada uno
de nosotros podemos adoptar medidas preventivas para disminuir riesgos
frente a la infección, que no es lo mismo que frente a las personas
infectadas, lo sepan o no.
Poner en los otros la responsabilidad nos limita la prevención.
Como dice una campaña francesa “hablar nos protege”.
Hablemos, pues, en la consulta con el médico, hablemos con nuestras
parejas y, si es necesario, hagámonos las pruebas del VIH y después,
hablemos.
El VIH pone de manifiesto que tenemos una responsabilidad individual con
respecto a nuestra salud, que tiene que ver con las decisiones, en la medida
que podemos decidir cómo queremos vivir nuestra vida y los riesgos
que estamos dispuestos a asumir. Pero, sobre todo, una responsabilidad
comunitaria en tanto que es necesario dar respuesta frente al estigma asociado
al VIH/sida. Sin romper los estigmas será difícil poder tomar
el control sobre nuestras vidas. Ésa es nuestra prueba, nuestro
reto.
* Activista española de la organización Creación
Positiva. Tomado de Lo + positivo, número 32, otoño
de 2005.
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