Por Rocío Sánchez
El
mensaje es muy sencillo y se ha repetido hasta el cansancio: “usa condón” si
no quieres infectarte de VIH. Pero esperar que una persona
lo incorpore a su vida sexual y lo use en todas
las ocasiones y circunstancias, con todas sus parejas sexuales y para el resto
de su vida ya no resulta tan sencillo.
El acento se ha puesto en difundir la información sobre las maneras como
se transmite y las formas como uno puede protegerse de ese microorganismo que
causa el sida. Esperando que con esa sola acción, como sucede con cualquier
otra epidemia, la gente tome sus debidas precauciones. El problema es que el
VIH/sida no es como cualquier otra enfermedad. En primera porque se transmite
por vía sexual mayoritariamente. Y cambiar conductas sexuales se ha revelado
una tarea mucho más compleja que tratar y atender la enfermedad.
“La gente se cansa de escuchar el mismo mensaje, de recibir la misma información”,
es la queja constante de algunos educadores y activistas dedicados a impartir
pláticas informativas en escuelas, centros de trabajo y otros lugares
de reunión.
Nos encontramos en una etapa de fatiga de las acciones preventivas tradicionales. “Muchos
programas de prevención han puesto la carreta enfrente del caballo, se
enfocan a brindar información y más información pero nunca
hablan de sexo, jamás abordan el deseo, las ganas de coger, siendo que
es ahí donde empieza el problema”, señala categórico
Alex Vega, psicólogo y terapeuta sexual.
Para el especialista, quien trabajó durante algunos años en la
Organización Panamericana de la Salud, no es suficiente tratar de aumentar
los conocimientos sobre el sida, también es necesario trabajar con las
emociones. “Hay que trabajar con el cerebro, pero también con el
corazón y con los genitales”.
El reto no es fácil. Las conductas, las normas y los valores sexuales
cambian aceleradamente con el desarrollo de nuevas tecnologías de comunicación
y por los desplazamientos masivos de población en un mundo globalizado.
El Internet, por ejemplo, ha ampliado y facilitado enormemente las posibilidades
de los encuentros sexuales. Los usuarios más desinhibidos de la red están
poniendo en aprietos a funcionarios, especialistas y activistas de la prevención,
por su empecinamiento en el riesgo y la promoción que hacen del sexo desprotegido.
El extendido uso de drogas sintéticas entre jóvenes y su asociación
con las conductas sexuales de riesgo es otro de los retos a enfrentar que requieren
de mucha imaginación para diseñar acciones preventivas adecuadas
a la situación.
Comprender necesidades
Si brindar información y poner un condón en la mano de las personas
no es garantía de protección, entonces ¿qué es lo
que sí funciona? Para Jorge Saavedra, director del Centro Nacional para
la Prevención y Control del Sida (Censida), el reto es “desarrollar
nuevos modelos de cambio de comportamiento”. La información y comunicación
son necesarias, pero no suficientes para cambiar conductas. La apuesta es entonces
por la educación: “es justamente por donde tenemos que entrar, cambiar
comportamientos con base en dos elementos: educación de la sexualidad
y reforzar la autoestima de las personas”. Si una persona tiene la autoestima
baja, resultado del rechazo que soporta por su modo de vida, ¿cuál
sería la motivación para protegerse o proteger a los demás,
si se siente desvalorizada?, pregunta el funcionario.
Punto de vista que comparte el Fondo de Población de las Naciones Unidas: “Para
que un programa de uso del preservativo sea efectivo, es fundamental adoptar
un enfoque centrado en las personas, comprender las necesidades y los puntos
de vista de los usuarios y generar demanda y responder a ella”.
Las estrategias que se emprendan, recomienda por su parte el Programa Conjunto
de las Naciones Unidas (Onusida), deberán diseñarse especialmente
para atender las necesidades y la problemática de grupos específicos
que viven en situación de vulnerabilidad o que corren mayor riesgo de
infectarse que el resto de la población. En México, estos sectores
son algunas poblaciones de jóvenes, las mujeres casadas y monógamas,
los varones homosexuales o que practican eventualmente el sexo con hombres,
los usuarios de drogas inyectables, las y los trabajadores sexuales, las personas
privadas de la libertad y los migrantes, cada uno con perfiles y necesidades
distintas que deben ser considerados en los programas preventivos.
Una de las intervenciones de prevención del VIH más eficaces es
la llamada educación entre pares, es decir, las personas que se ocupan
de transmitir la información, los conocimientos y las habilidades aprendidas
sobre el autocuidado de la salud a las personas a las que se quiere abordar,
pertenecen al mismo grupo de la población, ya se trate de jóvenes,
de gays, de hombres con prácticas sexuales entre ellos, de trabajadores
del sexo comercial o de usuarios de drogas inyectables, quienes por la discriminación
que padecen desconfían de cualquier figura de autoridad (funcionarios,
médicos del sector público, trabajadoras sociales, etcétera).
En contraste, confían en que sus pares conocen la problemática
del grupo y sus necesidades. Es la mejor manera de asegurar que las medidas de
protección sean comprendidas y aceptadas. Alejandra Gil, de la organización
civil Aproase, que desarrolla proyectos con trabajadoras del sexo comercial,
propone por ejemplo que sean las trabajadoras sexuales de mayor edad y a punto
de retirarse las que eduquen a las más jóvenes. Con esa medida
se estarían beneficiando ambos grupos etarios, al proporcionar un trabajo
alternativo como educadoras sexuales a las de mayor edad.
“Trabajar con grupos permite cambiar la percepción de los comportamientos
sexuales que son aceptables o no -desde el punto de vista preventivo- dentro
de una población”, expone el especialista Alex Vega, para quien
los grupos de pares son una excelente opción si se aplican desde la
perspectiva de la salud mental.
Vega sostiene que un enfoque desde el trabajo social y la salud mental puede
favorecer la efectividad de la tarea preventiva con grupos específicos. “Estas
disciplinas han hecho mucho por el cuidado de personas que ya viven con VIH,
han desarrollado grupos de apoyo, han educado a familiares y amigos sobre el
virus”, pero no se han ensayado mucho en el terreno de la prevención: “hay
un hueco en la literatura empírica de cómo los psicólogos
pueden contribuir a la prevención del VIH”.
El especialista en facilitar talleres de autocuidado de la salud sexual plantea
que el problema debe abordarse desde una perspectiva psicoafectiva y pscioemocional,
ya que el sexo no es sólo algo biológico o neurológico sino
que tiene que ver con el bienestar emocional, psicológico, social y cultural. “Todos
esos factores afectan nuestra sexualidad y nuestro comportamiento”.
Por eso, considera que disciplinas como el trabajo social y la atención
psicológica pueden aportar mucho a las estrategias de prevención
del VIH, pues una adecuada salud emocional y afectiva producirá terreno
fértil para que las personas practiquen el autocuidado.
Prevención atorada
Este año, y por primera vez en su historia aunque parezca absurdo, el
Censida contará con recursos sustantivos para dedicarlos a la prevención
sexual del VIH. Si bien la prevención del VIH/sida incluye las vías
sanguínea y perinatal de transmisión del virus, en nuestro país
la vía sexual constituyó el 95 por ciento de las nuevas infecciones
reportadas en el 2005 de acuerdo con datos del Censida.
En el Presupuesto de Egresos de la Federación para 2006, quedó etiquetada
una partida de 104 millones de pesos para destinarlos a ese fin; aunque insuficientes —estándares
internacionales indican que debería invertirse por lo menos la misma cantidad
en prevención que en atención—, contrastan con los recursos
que en este sexenio se destinaron a evitar infecciones: desde 2002 hasta 2005
ese tópico recibió alrededor de diez millones de pesos cada año,
de los cuales la mayor parte se gastó en la compra de condones.
Hasta ahora, en materia de VIH/sida la prioridad para México ha sido evitar
más muertes por sida, por lo que los recursos principales se han dirigido
a garantizar los tratamientos para todas las personas que los necesiten, sin
embargo, ese esfuerzo no se ha acompañado de uno similar para evitar
nuevas infecciones.
Aunque el Programa de Acción estaba previsto para llevarse a cabo durante
el sexenio que está por terminar, las acciones preventivas no iniciaron
con fuerza sino hasta 2003, cuando la Federación firmó 32 convenios
con cada una de las entidades federativas para subsidiar una parte de sus necesidades
en antirretrovirales, con el fin de que los estados usaran la misma cantidad
en acciones de prevención. Censida tiene facultades para verificar que
los montos efectivamente sean usados para prevenir, pero no tiene injerencia
en los contenidos de las acciones.
“Sabemos que algunas autoridades locales tienen reticencia a emprender
programas para ciertos grupos, por ejemplo, los homosexuales, los trabajadores
y trabajadoras
sexuales y en algunos estados del norte todavía están reticentes
a trabajar con usuarios de drogas inyectadas”, comenta Jorge Saavedra
a Letra S, quien a la vez anuncia que se destinarán recursos para utilizar
en forma independiente de las acciones locales -municipales, por ejemplo- “que
en ocasiones entorpecen las labores preventivas”. El funcionario recordó que
en ciudades como Torreón y Villahermosa, los reglamentos municipales
permiten la persecución de grupos considerados como “propagadores” de
la infección: hombres homosexuales y personas dedicadas al trabajo sexual.
Para comenzar a utilizar el recurso disponible, el Censida planea actuar en
dos vertientes: ejercer por sí mismo una parte del presupuesto (aún
no determinada) en diversos proyectos y campañas; y financiar proyectos
de la sociedad civil que concursarán por el recurso. “La idea es
nombrar un panel de revisión técnica externo, para que la asignación
de recursos no sea una decisión del Censida, sino que se valore la calidad
de las propuestas que lleguen”.
El funcionario aseguró que en todas las acciones de prevención
que se emprendan este año estarán presentes los lineamientos internacionales
marcados por Onusida. Entre las acciones que se van a priorizar están:
incrementar la frecuencia y la difusión de campañas, consolidar
programas de educación en comportamientos sexuales saludables, incorporar
el enfoque de género en las campañas, desarrollar estrategias de
prevención específicas, realizar la detección del VIH en
poblaciones con prácticas de riesgo, promover medidas preventivas para
las personas que viven con VIH, distribución, promoción y mercadeo
de condones, capacitación del personal de salud y apoyo a la investigación
en sexualidad.
Una vez cubierta la urgencia de salvar vidas, ahora sí se podrá comenzar
a enderezar una política que aún cojea de uno de sus componentes:
la prevención. Para el doctor Saavedra, es una gran responsabilidad demostrar
que esos recursos se ejercieron de manera transparente, eficiente y con impacto
social, “de tal forma que esperaríamos nos los puedan volver a dar
para el año próximo”.
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¿Sólo
con condón?
El condón,
masculino y femenino, es el único método de efectividad
demostrada para prevenir la transmisión del VIH. Actualmente
se investigan otras tecnologías que podrían complementar
el papel del preservativo, pero que amenazan con sustituirlo antes
de haber comprobado su total eficacia contra el virus.
Vacunas: Se clasifican en dos tipos. Las vacunas preventivas reducirían
la susceptibilidad a la infección, mientras que las terapéuticas
disminuirían el progreso de la enfermedad o el nivel de infección
en quienes ya la tienen. Una dificultad para desarrollar las vacunas es la variedad
de tipos de VIH, además de su constante mutación.
Microbicidas: En forma de gel, lubricante o supositorios, para el ano o la vagina,
más de 60 microbicidas se encuentran en desarrollo actualmente. Una gran
ventaja es que podrían combatir simultáneamente al VIH, otras infecciones
de transmisión sexual y los embarazos no deseados. También serían útiles
para quienes es difícil decidir sobre el uso del condón, como las
mujeres. Sin embargo, hasta ahora ninguno ha probado su eficacia y su seguridad.
Circuncisión: Según algunos estudios, los hombres circuncidados
tienen de dos a seis veces menos riesgo de infectarse con VIH que quienes no
lo están. A raíz de esto surgió la controversia sobre si
se debe promover la circuncisión como parte de una estrategia pública
de prevención. Quienes se oponen argumentan la falta de ensayos clínicos
aleatorios que apoyen tal afirmación. Aunque fuera definitivo que la circuncisión
reduce el riesgo de contraer el VIH, alentar su práctica podría
llevar a que se desplazara el uso del condón.
Jeringas: En la población consumidora de drogas inyectadas, la frecuencia
de exposición al VIH es más alta que a través de las relaciones
sexuales desprotegidas (una persona adicta puede inyectarse hasta 20 dosis de
droga al día), la medida preventiva aquí es el acceso a jeringas
esterilizadas y desechables para evitar que se compartan, independientemente
de si se quiere desalentar el consumo de las sustancias.
PEP: La profilaxis post exposición al VIH (PEP, por sus siglas en inglés)
es un tratamiento de emergencia utilizado por el personal de salud cuando se
exponen accidentalmente al virus. Se trata de un esquema antirretroviral que
debe empezar a tomarse dentro de las 36 horas siguientes a la exposición
y que debe tomarse durante un mes. Algunos estudios han documentado que la PEP
logró disminuir la infección ocupacional en 79 por ciento, lo cual
ha llevado a pensar que también puede usarse después de exponerse
al virus en una relación sexual. La mayoría de los expertos se
niegan a usarla de esta manera salvo casos excepcionales, como ruptura del condón.
De otra forma, nunca debe considerarse como una estrategia primaria de prevención.
Pruebas rápidas: Representan un avance en el diagnóstico de la
infección, ya que los resultados se obtienen en menos de una hora. Para
el sector salud esto es una ventaja que incluso puede alentar a las personas
para conocer su estado serológico. Pero la polémica inicia cuando
estos dispositivos son usados de forma casera, sin la adecuada consejería.
De resultar positiva, la persona podría no ser capaz de enfrentar el impacto.
De ser negativa, podría crearse la falsa idea de que se es inmune a la
infección y propiciar comportamientos de riesgo. |
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