Usted está aquí: sábado 8 de abril de 2006 Cultura Heraldos vestidos de negro dejaron un eco relajante en el Palacio de Bellas Artes

Intervención poética del grupo Les Souffleurs dentro del suntuoso recinto

Heraldos vestidos de negro dejaron un eco relajante en el Palacio de Bellas Artes

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

Esta vez, los heraldos vestidos de negro (no confundir con Los heraldos negros de César Vallejo) irrumpieron con sus paraguas, sus abanicos y sus trompetas susurrantes en el interior del Palacio de Bellas Artes. Y ahí, como colibríes de picos formidables en busca de flores, empezaron a revolotear en busca de orejas para depositar poesía.

Les Souffleurs, los activistas franceses en pro de la ''desaceleración del mundo", que desde el lunes y hasta el jueves recorrieron distintas estaciones del Metro de la ciudad de México, esta vez -la noche de miércoles- escogieron el interior del suntuoso edificio de mármol para hacer una de sus intervenciones poéticas.

Ocurrió la magia, aunque faltó la sorpresa. La gente que salía de la Sala Adamo Boari, tras la presentación del poemario Deshuesadero, de Román Luján, parecía ya saber de qué se trataba al descubrir a Les Souffleurs -los apuntadores, los sopladores- deambulando por el vestíbulo del palacio, frente a la librería.

Se detenían a mirarlos con curiosidad y simpatía, mientras esperaban que alguno dirigiera hacia una de sus orejas el largo cono susurrador de poesía. Eso obviamente le restaba a la intervención la espontaneidad y la sopresa que tuvo en el Metro. Una mujer mayor le explicaba a otra más joven, tal vez su hija: ''Dicen que se siente diferente, como si estuvieras en otro lado".

Fue emotivo el momento en que varios de los susurradores formaron un círculo con sus paraguas alrededor de un niño como de 10 años que, sentado en el suelo, sostenía en brazos a su hermano menor. Uno y otro escuchaban con expresión serena las palabras que les caían al oído. Al verles, surge una pregunta que es un deseo: ¿este momento significará algo en sus vidas?, ¿marcará algo en su futuro? ¿Los hará mejores seres humanos? ¿Tiene la poesía ese poder?

Una niña fue sorprendida por los susurradores. Miraba distraída hacia cualquier parte, cuando vislumbró el tubo de cartón como serpiente sigilosa que llegaba hasta su oído derecho. Entonces ella colaboró aproximando un poco la cabeza, abrió más los ojos y sonrió de tal forma que merecía quedar eternizada en una fotografía.

Fue una intervención relativamente breve, pero quedó en el ambiente el eco relajante de los susurros que trajeron al Palacio de Bellas Artes los heraldos vestidos de negro.

 
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