JAZZ
Festival AARCO
SAN MIGUEL DE Allende es ya una metrópoli disfrazada de pueblito colonial. La exuberante fachada rococó y las torres neogóticas del templo de San Miguel Arcángel siguen haciendo chuza, pero los turistas no dejan de lanzarle flashes y suspiros a granel. A un lado de esta iglesia, en pleno centro de la ciudad, el viernes 31 de marzo comenzó la primera Muestra de Arte Contemporáneo: plástica, danza, teatro, video y jazz.
INMEDIATAMENTE DESPUES DE la inauguración en el teatro Angela Peralta, los organizadores salieron a la explanada del jardín; el público ocupaba casi en su totalidad los lugares disponibles y el maestro de ceremonias anunció la proyección de un video en homenaje a Francisco Mondragón, guitarrista de jazz que vivió varios años en San Miguel y que falleció el 30 de septiembre de 2004 (La Jornada, 6/10/04). Las imágenes y las declaraciones de músicos y amigos se suceden una tras otra, hay momentos realmente emotivos, aunque lamentablemente nunca llega un set que ilustre con música lo que tanto se argumenta con palabras.
ESPERANZA ORVAÑANOS, ARTISTA plástica y organizadora de la muestra, invita a quien esto escribe al escenario para hablar un poco sobre Pancho Mondragón y sobre el jazz en México. Nos aventamos el palomazo y por fin empieza la música... pero válgame San Miguel, el primer grupo programado, No te Hagas el Payaso, está incompleto, sólo llegaron el guitarrista y el baterista. Pero, pus órale: con un inaudito sentido del valor, los dos se suben al escenario y arrancan con un arreglo al Concierto de Aranjuez.
EL DESASTRE ESPERADO no aparece, Pedro Arellano tunde platillos y tambores con sabiduría, bajea con los toms, llena los todos los huecos y, aunque la guitarra sintetizada de Enrique Castro se ensucia por momentos, la pieza fluye y los hace oír bien. Pero la Ley de Murphy hace de las suyas: el sistema de sonido empieza a fallar, al tercer tema rompe el parche de la tarola y no hay repuesto, los nervios se apoderan de los músicos, las canciones se caen a pedazos. Finalmente, a manera de bendición, llega una enorme procesión de Cuaresma, y entre ángeles, centuriones romanos, imágenes religiosas, banda municipal y cientos de fieles hacen callar al dueto.
UN MUY BUEN rato después, la multitud y el incienso dejan libre la explanada y Salomón Canelo, acordeonista fuera de serie, sube al entarimado para dictar una verdadera cátedra que se desplaza entre la música francesa, el tango y el son, para armar una impresionante fusión de mil sabores. No identificamos ninguno de los temas... al final nos enteramos que todos son composiciones del joven maestro guanajuatense.
EL TERCER GRUPO programado era Java & Jazz, y para mantener la bizarra mística de la noche, resultaba que sólo había llegado uno de sus integrantes: Mario Ochoa; no iba a haber teclados, bajo, ni percusiones. Estábamos a punto de huir, cuando el guitarrista anuncia Lágrimas negras, y... vaya sorpresa: apoyado por una lap top que reproducía bajo y percusiones, Ochoa empezó a cantar con voz reposada y firme las líneas de Matamoros; su guitarra lo seguía con pulcritud. Era en verdad un hallazgo, pero lo mejor vino cuando empezó a improvisar con las cuerdas del instrumento; parecía que siempre lo hubiera hecho de esa manera, que nunca había esperado la compañía de otros músicos.
EL SET DE MARIO Ochoa continuó con Blue bossa, y la rola de Kenny Dorham lució igualmente emotiva y transparente, directa, sin malabarismos o rebuscamientos que enturbiaran el apacible decir del artista, hasta que regresaban los solos de guitarra para mostrar la técnica y la pasión del maestro. Y así se fueron sucediendo las líneas de Bonfá, Jobim, Coltrane y Garner, en un mosaico que cerró la noche con maestría y elegancia. Salud.