Pentecostalismo centenario
En unos días se cumplen cien años de la primera reunión pública en Azusa Street, en Los Angeles, California, de un pequeño grupo de cristianos pentecostales. Ni en las expectativas más optimistas persona alguna de aquella célula vislumbró lo que la Misión de Fe Apostólica iba a desencadenar por todo el mundo en los siguientes tres años.
En otra ocasión, y en este mismo espacio, nos hemos ocupado de lo que sucedió a partir del Domingo de Resurrección en las viejas instalaciones que una congregación local de la Iglesia Metodista Episcopal Africana facilitó al grupo multiétnico encabezado por el pastor afroestadunidense William J. Seymour. Ahora vamos a referirnos a las características del pentecostalismo que hicieron posible su acelerada difusión para que llegara a ser la corriente, dentro del cristianismo, que más crece y se afianza en las distintas denominaciones cristianas.
Desde sus inicios en la calle de Azusa, el pentecostalismo ahí redescubierto, ya que a lo largo de la historia de la Iglesia cristiana hubo entre el siglo II y el XIX distintas expresiones de corte pentecostal, tuvo una característica presente hasta el día de hoy. Nos referimos a su negritud, es decir, una forma mística de expresar la relación con Dios. No es casual que el líder de Azusa Street haya sido hijo de esclavos liberados y que tuviera tras de él un caudal de cultura religiosa negra, rica en cantos espirituales y expresiones corporales rítmicas.
Una de las cuestiones que escandalizaron al esta-blishment angelino, manifestado muy bien en la prensa de aquella época, y sobre todo al entramado religioso protestante, fue que los blancos -hombres y mujeres- verbalizaran y tuvieran movimientos corporales iguales que los externados por los afroestadunidenses. La desatada expresividad negra es una marca revitalizada en Azusa, que inyectó al movimiento pentecostal una forma particular de externar el llamado bautismo del Espíritu Santo en la vida del creyente.
Otra de las características del pentecostalismo es su perfil popular. Así lo percibieron Seymour y sus condiscípulos, y ello quedó de manifiesto en el periódico que publicaron a partir de septiembre de 1906 (The Apostolic Faith) en el que reiteradamente se subraya que entre ellos sucede lo que narra el Nuevo Testamento sobre los primeros cristianos: el rechazo del mensaje por parte de los liderazgos y elites religiosas, pero mucho mayor aceptación del pueblo sencillo.
Además de la referencia neotestamentaria y la apropiación hecha de ella en Azusa Street, mencionamos dos movimientos que antecedieron al pentecostalismo: el anabautismo en el siglo XVI y el metodismo en el XVIII.
El anabautismo posterior a la tragedia de Münster, en 1534, fue un fenómeno en el que hombres y mujeres del pueblo jugaron el papel principal de difusores y tuvieron en sus manos la dirección de los grupos surgidos por casi toda Europa. Los perseguidores del anabautismo, tanto católicos como protestantes, fracasaron en su intento de frenarlo y descabezarlo, ya que la dirección fue colectiva y en cuanto algunos dirigentes eran ejecutados surgían otros para sustituirlos.
Por su parte, el metodismo, aunque popular en cuanto a la composición de la feligresía, estuvo dirigido por personajes letrados, los hermanos Wesley y otros clérigos anglicanos, que marcaron bien las fronteras del movimiento. Cuando en las masivas reuniones metodistas alguien manifestaba agudo emocionalismo, John Wesley ponía orden y prescribía una liturgia cercana a la austeridad anglicana.
Al carácter popular del pentecostalismo hay que conjugarle que es un movimiento de los pobres. Los estudios globales sobre la composición de las iglesias pentecostales así lo demuestran. En el caso de México los datos del Censo de Población de 2000 evidencian con claridad que entre quienes manifestaron una opción religiosa fueron los más pobres los que declararon ser pentecostales. Con agudeza, tal vez sarcástica, se ha dicho que mientras la teología de la liberación hizo una opción preferencial por los pobres, éstos se hicieron pentecostales. En tanto todas las instancias de las sociedades parece que cierran las puertas a los más depauperados, en las iglesias pentecostales se les abren y son bien recibidos. En el pentecostalismo hay elementos de continuidad y ruptura con la cultura de la pobreza. Esta mezcla parece ser el genio del movimiento, ya que mantiene tanto como renueva los patrones de vida de sus adherentes.
La inicial marginalidad del pentecostalismo ha devenido en centralidad en el interior del cristianismo de corte protestante/evangélico. Incluso dentro del catolicismo la corriente más vital, la carismática, tiene marcada influencia pentecostal.
David Martin, estudioso de los alcances del pentecostalismo (en sus libros Tongues of Fire y Pentecostalism: The World Their Parish), afirma que la revolución cultural pentecostal es un fenómeno que lentamente transformó y potenció a los millones de pobres que se han adherido a ella.
Dada la vastedad de ese movimiento y sus repercusiones sociales, es necesario continuar los esfuerzos que lo documenten y lo interpreten sin descalificaciones ideológicas o academicistas.