Usted está aquí: jueves 13 de abril de 2006 Opinión ¿Derrocar al poder para redimir a la sociedad?

Sergio Zermeño

¿Derrocar al poder para redimir a la sociedad?

En la semana que concluyó los zapatistas llevaron su otra campaña por los estados de Nayarit, Colima, Michoacán y Morelos. El delegado Zero habló mucho del papel de las universidades y de las vías por las que se logrará ese cambio de país que tanto nos urge. En su recorrido hizo referencia repetidamente a figuras como: "tumbar al supremo gobierno y a los ricos que lo están sosteniendo"; "el otro México que ya tomó la decisión de alzarse para derrocar a los malos gobiernos"; "se está gestando una rebelión, a veces espontánea, a veces organizada, contra la lógica del capital y la mercancía"; "la otra campaña se plantea el derrocamiento de ese gobierno y la destrucción de ese capital. Y entonces sí, apenas nos habremos ganado el derecho de volver a empezar"... Sin embargo, en el discurso de Marcos también escuchamos constantemente: "No los estamos llamando a que se alcen en armas"; "Nosotros queremos que esa explosión sea por caminos civiles y pacíficos y que tenga un destino donde cada quien vea reconocidos sus derechos y su dignidad"...

A no dudar que entre unas y otras consignas hay alguna falta de correspondencia, pero eso no es lo que aquí nos interesa subrayar, pues la política es inseparable del discurso agitativo y, en el extremo, heroico, y no se nos olvide que estamos ante un movimiento que nació como una guerrilla, es decir, como una confrontación abierta y armada.

Queremos más bien enfocarnos hacia el siguiente asunto, delicado y lleno de implicaciones: para lograr cambiar la situación adversa y generadora de pobres y de infelices por la que atraviesa nuestra patria, ¿debería primero derrocarse a la clase capitalista y a sus aliados gubernamentales y estatales? o bien, para mejorar la calidad de vida de los mexicanos (que es a lo que todos aspiramos, presumo), es necesario, primero, con mucha calma, organizar y empoderar a los colectivos y buscar soluciones a sus ingentes necesidades, lograr mejores concepciones y producir excelentes tecnologías; generar el asociativismo y la conciencia del entorno en los distintos espacios territoriales, en las regiones medias de nuestro país, en las áreas urbanas de nuestras ciudades, bien definidas por sus propios habitantes y con una identidad de pertenencia bien cimentada... para que luego, desde lo social así fortalecido y densificado, se haga posible tener un mejor control del entorno social, natural y político, se tenga el vigor y los instrumentos jurídicos y de la correlación de fuerzas que permitan evitar que un Wal-Mart se instale en el poblado o en la colonia, que un club de golf y su inmobiliaria acaparen las mejores tierras y los recursos freáticos, que una cadena hotelera destruya los manglares para enclavar uno de sus emporios y convertir a los lugareños en meseros, lancheros y taxistas mal pagados, que sea expropiado a siete pesos cada metro de los ejidos para convertirlos en aeropuertos de a 10 mil dólares el metro...

Pero trabajar paulatinamente (como también dice el zapatismo), para mejorar las condiciones de vida y reconstruir el entorno en una cuenca o en una región media, por ejemplo, requiere la concurrencia de muchos factores, actores y recursos: ¿los presidentes municipales son aliados o son adversarios de una reconstrucción llevada adelante, por ejemplo, desde un consejo ciudadano? ¿Los profesores de todos los niveles, incluidos los del sindicato que tanto daño ha hecho, son aliados potenciales o están corrompidos sin remedio? ¿Los empresarios, comerciantes y agricultores de la región son aliados en su reconstrucción? ¿Una empresa cervecera puede participar o es un enemigo irredimible? ¿Son aceptables 10 millones de pesos para una planta potabilizadora que evite las enfermedades gastrointestinales que más afectan a la infancia de la región?

Quizás para muchos lectores éstas son preguntas de fácil respuesta: "todas esas alianzas no son más que bálsamos en el infierno del neoliberalismo". Pero el asunto se vuelve mucho más complejo cuando nos preguntamos por la pertinencia de las universidades en la reconstrucción social de nuestra patria: Marcos las calificó como "casas de cristal que se aíslan de la realidad exterior del país, (cuyos) vidrios se han vuelto color plomo que impide ver lo que las rodea... La otra campaña quiere ser una piedra que rompa esos cristales".

Será necesario abrir en este punto una discusión y recordar que la universidad no es un espacio monolítico: en su seno, y cada vez con más fuerza en este fin de la época heroica y guerrillera, en este reflujo del militarismo en América Latina, en este momento post ONG, se comienza a librar una batalla contra las mentes focalizadoras y a favor del asociativismo, contra el individualismo neoliberal (rational choice), y a favor de un nuevo enlace entre los saberes universitarios y las necesidades sociales, pero no para ir a "dirigir al pueblo en la toma del poder", que poco ayuda a lo social y muchos dirigentes produce, sino para construir paulatinamente las soluciones a los problemas, para acompañar por largos periodos a los espacios territoriales medios, a las regiones, a las cuencas, a las asociaciones de comités ciudadanos (tan odiados por el perredismo), etcétera.

¿Por qué no moderar un poco el discurso de agitación y abrir un espacio de mejor intercambio comunicativo para estos temas? Escuchar quejas está bien, pero también proponer un camino, levantar el ejemplo de los caracoles al primer plano, machacar más en lo local regional y no nada más en la política nacional.

En recuerdo de Armando Labra, cálido y generoso, que tanto hizo por nuestra universidad.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.