Los intelectuales y el poder
¿Cuál ha sido el papel de los intelectuales en la vida política del país de 1968 a la fecha? Si pienso en 1968 es porque en ese año surge en realidad el México contemporáneo. Ese año el movimiento estudiantil sembró el germen de nuestra democracia y marcó el inicio del derrumbe del PRI, del partido que ejerció el poder durante siete décadas.
Resulta significativo que el movimiento que sacudió el rumbo de la nación no fuera armado sino, esencialmente, un movimiento de estudiantes. De jóvenes que apostaban por la vía democrática. Artistas e intelectuales, más que políticos de carrera, fueron quienes mejor comprendieron a esos jóvenes.
¿Se imagina el movimiento de 1968 sin el libro La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska? ¿Sin la represión brutal que sufrió el novelista José Revueltas? ¿Sin la renuncia del poeta Octavio Paz a la embajada de México en la India? ¿Sin la minucia de Carlos Monsiváis para ahorcar con sus propias palabras a los imbéciles, como quisiera Karl Kros? ¿Sin el repudio público del propio Monsiváis, Fernando Benítez, Vicente Rojo y José Emilio Pacheco contra el régimen de Gustavo Díaz Ordaz?
De entonces a la fecha intelectuales, escritores, artistas, han hecho públicas sus filias y sus fobias en materia política. No todos, claro, pero sí un número considerable de ellos. Esto no significa que antes del 68 no hayan existido, por ejemplo, artistas que participaran en la arena política: basta recordar a Diego Rivera, José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán. Pero lo que resulta indudable es que a partir de 1968 la presencia de artistas e intelectuales ha sido decisiva en varios aspectos de nuestra vida política.
No creo exagerar su papel: escritoras como Poniatowska han dado voz a quienes no la tienen. Escritores como Octavio Paz, Gabriel Zaid, José Emilio Pacheco o Carlos Monsiváis nos han ayudado a descifrar los vaivenes de nuestra historia y nuestro presente.
Con apariciones más o menos intensas en la vida política del país el mundo intelectual ha tenido una presencia significativa en momentos decisivos de nuestra historia reciente: en el echeverriato que exterminó al Excélsior de Julio Scherer; durante los sismos de 1985 cuando la sociedad civil asumió el poder ante la incapacidad gubernamental para enfrentar la tragedia; en las controvertidas elecciones con las que Carlos Salinas asume el poder; cuando irrumpe el movimiento zapatista; cuando Vicente Fox gana las elecciones contra todo cálculo de la clase política; durante el larguísimo proceso de desafuero y, ahora, en la recta final de las elecciones del 2 de julio.
Hace unos días la participación de la escritora Elena Poniatowska en un espot televisivo en el que mostraba a las claras su preferencia política causó un revuelo impresionante. El candidato del PAN y su equipo la quisieron fustigar con bilis y alharacas. Y gente de derecha la ha amenazado por teléfono y la ha insultado cuando la encuentra.
Previsiblemente el tiro les salió por la culata. Otros candidatos con más tino defendieron la libertad de la escritora para expresar su apoyo de manera pública a López Obrador. No vi en ese jaloneo a un intelectual o escritor que la censurara y sí en cambio a muchos de indudable trayectoria que la apoyaron.
Preocupa esa vena de intolerancia en algunos dirigentes del PAN, porque la censura es santo y seña de los regímenes totalitarios. La democracia es, en esencia, la apuesta por lo diverso. No creo que a estas alturas los mexicanos vayan a permitir la instauración de la censura y del pensamiento único. Por eso no me sorprende que varios amigos panistas hayan criticado la actitud de sus dirigentes, particularmente la del presidente del PAN, Manuel Espino.
Pero no todo lo dicho por Espino en el caso Poniatowska fue negativo. En medio de la polvareda el distinguido político panista nos anunció que el partido que dirige cuenta con un Consejo Nacional de Intelectuales, el mismo que aprobó los espots contra Elena Poniatowska y López Obrador. Al margen de la actitud inquisitorial de ese consejo celebro su existencia porque, desde hace años, el PAN se había distinguido de otros partidos por la falta de intelectuales entre sus filas. Nunca habían contado con un Celine o con un Ezra Pound y ahora, al parecer, los tiene. Carlos Castillo Peraza seguramente habría envidiado a Espino por logro tan admirable.
Aunque algunos intelectuales han apoyado a ese partido en varias ocasiones, no lo habían hecho de cara al público. Lo único que falta es que el licenciado Espino nos diga los nombres de quienes forman ese consejo. Lo hará, estoy seguro, a la menor oportunidad. Si Elena Poniatowska definió sus preferencias políticas de cara a la sociedad, no veo por qué el consejo de notables anunciado por Espino no lo haga.
La construcción de la vida democrática mucho debe al trabajo de los intelectuales. No sólo a ellos, por supuesto, pero sí de manera considerable. Poniatowska es la mejor muestra de ello: el retrato del régimen autoritario de Díaz Ordaz no habría sido tan contundente sin la publicación de La noche de Tlatelolco y sin el libro Nada nadie las voces del temblor, la sociedad civil habría conocido menos sus verdaderos alcances. Una de sus más recientes causas seguidas fue la de la niña Paulina, a quien una estructura conservadora de poder le impidió ejercer su derecho legal para abortar por haber sido violada. ¿Se equivocó Elena al apoyar a esa niña? Según la reciente resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, no, como en breve se dará a conocer.
La fuerza de Poniatowska se encuentra en su escritura. No sólo en ella, también en su integridad moral. Cuando Elena Poniatowska hace política o sigue una causa con su pluma no lo hace por un puesto o un salario, como ocurre en general con la clase política. Su capital político y social es la credibilidad. Similar al que tienen, supongo, los intelectuales que asesoran a Manuel Espino.
Ojalá nos dé a conocer pronto sus nombres para saber que México cuenta con más intelectuales de lo que habíamos supuesto.