Memoria histórica y movimiento de derechos humanos
Las organizaciones de derechos humanos están en crisis desde hace seis años, porque no han sabido adaptarse a las nuevas circunstancias, se han esforzado poco en diversificar sus alianzas e insisten en estrategias legales que convierten a los activistas sociales en defensores, y desconocen que en la defensa de los derechos económicos, sociales, culturales y al desarrollo los movimientos sociales llegaron primero.
La insistencia en antiguas estrategias obedece más a una inercia que a la reflexión sobre el futuro. Peor aún: obedece a la falta de reflexión sobre su propio pasado. En los inicios del movimiento de derechos humanos en México, las organizaciones de inspiración religiosa se basaron en teorías de derechos humanos propiamente latinoamericanas para trazar la estrategia fundamental de arranque del movimiento: organización desde abajo. Había que empezar por organizar en la defensa de sus derechos a los más afectados por la represión, aquellos que se manifestaban contra la imposición de las políticas económicas neoliberales: campesinos, trabajadores, estudiantes, mujeres, vecinos.
De esta forma, las primeras actividades de las organizaciones de derechos humanos no fueron jurídicas: estaban encaminadas a apoyar la formación de comités locales. Para 1990 la multiplicación de estos comités llevó a la formación de una red que articuló las estrategias necesarias para colocar los temas de la sociedad civil de aquel entonces -elecciones limpias, fin a la impunidad, alto a las desapariciones y la tortura- en una agenda de derechos humanos que el gobierno salinista tuvo que aceptar y negociar para legitimarse. La defensa jurídica no era parte de la estrategia en los orígenes, sino que se fue incorporando en la medida en que el conflicto se ubicó en el terreno legal; la impunidad es un asunto necesariamente jurídico de la misma forma que la política comercial es un asunto de política económica.
Para fines analíticos se puede comparar este periodo con el actual periodo de crisis del movimiento de los derechos humanos (2000-2006), pues el cambio de las reglas del juego y la multiplicación de los escenarios de conflicto indican que nos encontramos en un escenario sin precedente que demanda un nuevo comienzo. No se trata de empezar de cero sino de reconocer lo logrado y la necesidad de modificar las estrategias en función de lo que falta por lograr.
En los nuevos escenarios de conflicto los derechos económicos, sociales, culturales, al desarrollo y de los pueblos indígenas son los más vulnerados, como alguna vez lo fueron los derechos civiles frente a la represión sistemática y los derechos políticos en la incidencia del fraude electoral. Estos son hoy los derechos por lograr, al menos a un nivel de institucionalización y legalización que garantice la posibilidad de defensa como las comisiones de derechos humanos permiten hoy la denuncia de la tortura.
Si aceptamos la premisa de que la memoria histórica proyecta el futuro, la nueva etapa exige, como lo hizo hace 20 años, la organización desde abajo. Pero no hay que confundir la memoria histórica con la repetición: en aquel entonces la organización en la defensa de los derechos civiles y políticos sí empezaba de cero; hoy, el movimiento de derechos humanos no es pionero en los nuevos escenarios: la organización es local y social. Lo que corresponde esta vez, atendiendo a las lecciones de la historia, es sumarse.
Sumarse tiene implicaciones organizativas profundas que ya no pasan por la formación de comités o el énfasis en la defensa jurídica. Implica una nueva división del trabajo que pasaría por la transformación de las organizaciones nacionales en comités pequeños dedicados a atender problemas de carácter comunitario y a cabildear iniciativas de ley y política pública local en conjunto con los movimientos sociales. Actividades más especializadas como la defensa de casos de violaciones a derechos civiles tendrían que ser transferidas a despachos especializados en la defensa jurídica de casos de derechos humanos (los cuales ya existen). Otras actividades como el cabildeo nacional e internacional implicarían sumarse a organizaciones vinculadas con los movimientos sociales que se dedican al cabildeo político.
En pláticas informales con veteranos del movimiento he constatado que esta opinión es compartida por muchos, sobre todo por quienes se han reubicado en comunidades donde el discurso del cambio se queda en los periódicos nacionales y los cacicazgos de antaño mezclados con los poderes económicos de escala global se viven a diario: las nuevas reglas del juego estilo "gobierno del cambio".
Esta constante entre los activistas del movimiento apunta muy claramente hacia la memoria histórica, indica que es necesario volver sobre los pasos del movimiento de derechos humanos para hacer una estrategia a futuro que proyecte nuevas formas de organización y un trabajo con verdadera incidencia.
Candidata a doctora en derechos humanos, Universidad de Sussex, Inglaterra. A.Estevez-[email protected]